Insultantes Campañas Electorales

Entre las muchas jóvenes de quienes se enamoró Zeus estaba la hermosa Europa, hija de Agenor y Telefasa. Un día, la joven jugaba con sus amigas en la playa de Sidón cuando, al verla, Zeus se quedó encantado por su belleza. Para acercársele, se transformó en toro y fue a recostarse a sus pies.  Confiada, Europa se montó en su lomo y cual no fue su sorpresa cuando, de repente, éste se levantó y se lanzó al mar. La joven aterrorizada, gritó y suplicó, pero el toro nadó furioso alejándose de las costas camino de Creta. Llegados a la isla, Zeus violó repetidamente a la joven y la dejó embarazada de tres hijos: Minos, rey de Creta, Sarpedón el valiente y Radamantes el justo. Pronto el enamoradizo dios del Olimpo se cansó de ella y la abandonó. Una vez consumado el engaño, el toro subió al cielo transformándose en la constelación zodiacal del tauro.

No deja de ser curioso que, para secuestrar a Europa, el promiscuo Zeus tomara la forma de un toro. Digo que es curioso porque el toro es el símbolo de España. Y es España la que intenta ahora secuestrar a Europa para, nos dice el presidente Rodríguez Zapatero, “actualizar la ambición de nuestro proyecto nacional”. Un proyecto nacional que todo patriota debería favorecer si no quiere ser catalogado por el ministro José Montilla de extremista equiparable a Le Pen. Pues yo, o no debo ser patriota o debo ser un extremista porque no voy a votar a favor de la constitución. Y no lo voy a hacer, entre otras cosas, porque no creo en una Europa construida sobre el “proyecto nacional” de España (como tampoco creería en una construida sobre los proyectos nacionales de Francia, Italia o Alemania…) y porque no creo, señor Montilla, en la ofensa como instrumento para captar votos.

Tampoco creo en los políticos que, como Angel Acebes, intentan monopolizar la constitución diciendo que “tiene la marca del PP, de nuestros principios y nuestras convicciones” (entre las que, según parece, está la de utilizar la carta magna como arma arrojadiza contra los que no comulgan con el ideario de su partido). Ni creo en los que, como Duran Lleida, chantajean a  la ciudadanía con aquello de “si no se vota a favor, desaparecerán los subsidios europeos”.

Mucho menos creo en los mentirosos que ligan el no a una imaginaria destrucción del estado del bienestar (… como si éste no existiera en todos los países europeos mucho antes de que se hablara de constitución) o en los que quieren una Europa en negativo, para “plantar cara” a los Estados Unidos.

No votaré que si, en definitiva, porque los que piden el voto afirmativo, lo hacen de una manera indigna y patética.

Claro que los que fomentan el no tampoco se quedan cortos. Los ex-comunistas, por ejemplo, se mofan como siempre de todos, exigiendo la garantía de derechos ingarantizables como el derecho a la felicidad o el pleno empleo y acusando a la constitución de ser excesivamente militarista y, ¿cómo no?, de capitalista, neoliberal y salvaje (no se olviden de lo de salvaje).

Si. Es cierto que la creación de lazos pacíficos entre los países que han protagonizado las guerras más sanguinarias de la historia es un poderoso argumento a favor de una constitución. También lo es que los problemas globales (como el medio ambiente, la inmigración o la defensa) deben ser solucionados dentro de un marco supranacional. El problema es que el texto constitucional es incompleto, confuso y repleto de esa irritante euro-verborrea que caracteriza todos esos inútiles libros blancos que tanto gustan en Bruselas. La constitución propone una Europa intergubernamental (no federal) que se fundamenta en la falsa creencia de que el dirigismo político y el intervencionismo estatal van a solucionar todos nuestros problemas. Y esos son, en mi opinión, válidos argumentos a favor del no.

Puestos los pros y los contras en la balanza, he decidido que el actual documento constitucional no me satisface lo suficientemente como para votar a favor, pero no es tan espantoso como para votar en contra. Conclusión: voy a ejercer la tan infravalorada práctica de… la abstención.

Si. Ya se que algunos (engañados por esos “sabios” que durante la noche electoral nos anuncian que la elevada participación es un triunfo de la democracia) me dirán que la abstención es una actitud poco democrática. Pero a todos ellos les recordaré que, a diferencia de las dictaduras comunistas, en las democracias liberales el voto no es una obligación sino un derecho. El derecho a no estar de acuerdo con ninguna de las opciones. El derecho a decirle a esa clase política que incumple sistemáticamente todo lo que promete, que va a tener que hacer las cosas de otra manera si quiere ganarse mi voto.

Mi abstención no es una falta de interés por Europa. Es una falta de interés por un referéndum que sólo da una opción insatisfactoria y que, además, no es vinculante (¿qué tomadura de pelo es eso de que no sea vinculante?: si sólo quieren nuestra opinión y no pretenden hacernos caso si no les gusta ésta, ¡no nos hagan perder el tiempo con referéndums y miren las encuestas del CIS!). Mi abstención tampoco es una falta de interés por la democracia. Es un castigo para todos los que han participado en una campaña superficial, repleta de retórica vacía. Es un aviso de que, aunque un Zeus disfrazado de toro pudo secuestrar a Europa, los políticos no pueden hacer lo mismo. Y, lo que es más importante, no pueden seguir secuestrando la democracia con grotescas consultas populares y con insultantes campañas electorales.

 

La Vanguardia, 17-02-2005

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2005.