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Adam Smith está bien y es catalán |
Carlos Rodríguez Braun |
09:54 Horas | |
Si George Stigler proclamó en 1976: “Adam Smith
está bien y vive en Chicago”, la publicación de Economía liberal
para no economistas y no liberales de Xavier Sala i Martín sugiere
que el espíritu de Smith, que recorre nuestra tierra desde los
tiempos de su contemporáneo Jovellanos, anida también en Cataluña.
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Destacado economista, profesor en
Columbia y en la Pompeu Fabra, consultor de organismos
internacionales, Sala es un especialista en el gran tema de Smith:
el crecimiento económico, y ha escrito sobre ello mucho y bien, en
solitario o con Robert Barro. Se aleja del escocés porque Sala
frecuenta los medios de comunicación, mientras que el sabio y severo
Adam Smith advirtió: “Jamás permito que mi nombre aparezca en un
periódico si puedo evitarlo, lo que para mi desgracia no siempre
sucede”.
Economía liberal, que apareció primero en catalán,
está bien escrito, con sentido del humor y amable estilo
divulgativo. Algunos de sus giros revelan que el autor emplea
habitualmente el inglés; por ejemplo, nunca utiliza la palabra
“Estado”, sino sólo “gobierno”. Hay algunos pequeños errores: en la
página 59 “meta” debe ser “salida”; Lord Acton vivió en el siglo XIX
y no en el XVIII (pág. 63); la escandalosa Guerra de los mundos de Orson Welles no fue una película sino un programa de radio
(pág. 66); y el premio Nobel North es Douglass y no Douglas (pág.
72). Por lo demás, se trata de una edición cuidada de alguien que
ama su profesión: critica la visión “predictora” de los economistas,
pero rescata su papel de analistas; es simpático y revelador que
evite aludir por su nombre al más célebre galardón de la disciplina,
y llame a R.C.Merton y M.J.Scholes, los malhadados mentores de la
Long Term Capital Management, “premios Nobel de Finanzas” (pág.
162).
Este libro es una diestra defensa del liberalismo, que
subraya smithianamente las virtudes de la división del trabajo y los
riesgos de la intervención estatal. Expone los fracasos del
socialismo, como Smith expuso los del mercantilismo, y en varias
ocasiones escribe igual que el maestro, como cuando insiste con
acierto en que hoy los trabajadores más modestos cuentan con
comodidades que hace un par de siglos no estaban al alcance ni de
los más acaudalados. Se opone a los antiglobalizadores: “si las
propuestas de los grupos globófobos se llevaran a cabo, el mundo
sería menos libre y menos democrático, los trabajadores serían más
pobres, la desigualdad entre países no llegaría a reducirse jamás,
los niños de los países pobres nunca llegarían a ir al colegio y
seguirían trabajando a cambio de todavía menos dinero, y el medio
ambiente se degradaría todavía más deprisa” (pág. 91).
Sala
recela del énfasis en la condonación de la deuda externa del Tercer
Mundo (pág. 46), afirma que las desigualdades de renta entre las
personas están disminuyendo (pág. 110), rechaza el impuesto Tobin
(págs. 117-121), propone desmantelar el proteccionismo de los países
ricos y asegura que el decir que los países son pobres “por culpa
del capitalismo neoliberal y de la globalización es una aberración
histórica y un escarnio intelectual” (pág. 186).
Crítico de
la moneda única y la burocracia europea (págs. 266ss), este enemigo
de la gratuidad de las universidades cree que el mercado es bueno
para la ecología y que dentro de las “francesadas que hay que
evitar” figuran las 35 horas, porque “la reducción de la jornada
laboral es un engaño estadístico que no favorece a los trabajadores”
(págs. 228, 234). Viene de una nación de botiguers pero aboga por la
libertad de horarios y recomienda que sea acompañada por más
liberalización del mercado de trabajo (págs. 216-221). Si Adam Smith
decía que el objeto de la producción era el consumo, este catalán lo
secunda: “Lo que el gobierno debe hacer es garantizar la competencia
y regresar a su casa permitiendo que las empresas más eficientes
sobrevivan, sin preocuparse en lo más mínimo de si son grandes o
pequeñas. Si la propietaria de una pequeña boutique situada en el
centro de la ciudad no gana dinero porque es ineficiente, que cierre
la tienda y se ponga a trabajar como hacemos todos nosotros. Que no
aparezca el gobierno introduciendo una legislación que nos obligue a
comprar en su tienda con la excusa de que se debe proteger al
pequeño comercio. A quien hay que proteger es al consumidor que, al
fin y al cabo, somos todos los ciudadanos del país” (pág.
218).
No presta mucha atención a los malditos de la
antiglobalización, en particular al FMI, pero sí sostiene que la
crisis financiera de Asia no fue culpa de la globalización (págs.
136, 179), con lo que choca con su colega Stiglitz –cuyo libro El
malestar en la globalización, que acabo de terminar de traducir,
glosaré próximamente.
Admite como La riqueza de las naciones
un campo grande para la acción estatal. Empieza smithianamente con
la protección de los derechos de propiedad, y va más allá. “La
primera tarea del gobierno es proteger a los ciudadanos frente a las
agresiones foráneas o frente a los robos cometidos por los
conciudadanos” (pág. 49). Pero el Estado también debe garantizar la
competencia, proveer bienes públicos “problemáticos”, y asegurar la
igualdad de oportunidades, lo que amplía quizá ilimitadamente su
marco de acción.
Xavier Sala aplaude la desigualdad si
proviene del mercado, pero invita al Estado a reparar otras
desigualdades, aunque sin destruir la primera, una contradicción de
arduo despeje. Sala inserta expresiones que marcan esta imprecisa
contradicción: la redistribución ha de ser “parcial”, debe haber
sólo “un cierto grado” de financiación pública de la investigación
(pág. 78n), y los impuestos deben ser sólo “relativamente” más altos
sobre los que más ganan (pág. 59). De esta compleja tensión deriva
su ingenuidad al equiparar las finanzas públicas con las privadas
(pág. 201; véase “Gerardo y la extraña familia”, EXPANSIÓN, 18
noviembre 2001), y su falta de explicación sobre las conductas
concretas del Estado, como su tendencia recaudar cada vez más, y
sobre los problemas del déficit cero en un contexto de gastos
públicos equivalentes a la mitad del PIB.
Nada de esto desvía
el diagnóstico inicial: es un excelente trabajo. En cuanto a sus
deficiencias, es natural que los liberales tengamos problemas con el
intervencionismo. Los tuvo Adam Smith. Los tiene, lógicamente,
Xavier Sala i Martín. |
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