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OPINIÓN
Terrorismo y libertad
La Vanguardia - - 04.30 horas - 04/10/2001
XAVIER SALA I MARTÍN
MESEGUER

Si algo hay de gracioso en los recientes atentados de Nueva York son las reacciones de algunos políticos, periodistas, lectores y tertulianos. Es muy ilustrativo ver cómo los que hace poco criticaban a los talibán por volar unos budas de piedra, de repente se muestran "comprensivos" y opinan que "hay que entender el islam".

A pesar de ser personajes muy dispares, sus análisis siguen un patrón muy similar. Primero, se empieza por decir que los atentados fueron una barbaridad. Menos mal. Después se pronuncia la palabra "pero", se pone cara de intelectual profundo y se exclama que "hay que buscar las causas", "las razones" que llevan a esos fanáticos a morir asesinando salvajemente. Acto seguido, se dispara toda una artillería de disparates propia de manual de sociología "amateur": que si el apoyo de Estados Unidos a las dictaduras del mundo (sobre todo las de Franco y Pinochet), que si la violencia de las películas de Hollywood, que si la arrogancia norteamericana, que si las condenas a muerte y el unilateralismo de George W. Bush sobre el tratado de Kioto y la formación del TPI, que si el apoyo americano a Israel, que si los miles de muertos de hambre que genera el capitalismo neoliberal. El premio gordo se lo lleva un tertuliano del "Catalunya nit" cuando, tras culpar a la globalización, dijo que la solución no era otra que... -por favor no se rían- ¡la tasa Tobin! Resulta que la tasa Tobin, ese tampax intelectual que sirve para todo, esa especie de mercromina dialéctica que se puede aplicar a todas las heridas, ¡ahora vale para erradicar el terrorismo internacional!

Una vez encontrada la "justificación", los sagaces observadores descansan tranquilos porque, a diferencia de esos americanos "superficiales" e "impulsivos", ellos, muy europeos, han realizado un penetrante análisis intelectual. Ya pueden respirar.

No estoy de acuerdo con casi nada de lo que dicen, pero tienen razón en una cosa: las causas deben ser buscadas y analizadas. ¡Pero se debe hacer bien! No basta con encontrar un ejemplo de algo "malo" que hayan hecho los americanos en el pasado y creerse que ya se ha encontrado la justificación. Hay que analizar seriamente por qué están irritados los terroristas y qué quieren.

Yo no sé si a Bin Laden le preocupa el tratado de Kioto. Lo que sí sé es lo que dice repetidamente ante las cámaras y lo que escribe en sus fatuas: "La obligación religiosa de cada musulmán es asesinar e infligir el mayor dolor posible a todos los ciudadanos de Occidente, cristianos y judíos". Una vez oídas estas palabras, ¿realmente alguien cree que intenta defender a los pobres del mundo -en gran parte, cris- tianos-, castigar a los productores de Hollywood o reducir las emisiones de CO2? ¡Por favor, seamos serios! Esos terroristas (la mayoría, millonarios herederos o ricos médicos o ingenieros con niveles de vida elevados) no defienden a los pobres. Ni siquiera defienden el islam, religión de paz que condena tanto el suicidio como los litros de alcohol que engulleron el día anterior al atentado. No buscan la paz en Oriente Medio, sino el exterminio de los judíos. Está claro que en el mundo hay desigualdades, existe la probabilidad (aunque les aseguro que es remota) de que la tasa Tobin sea deseable e incluso es posible que la tierra se esté calentando. ¡Pero eso no tiene nada que ver con los terroristas! Éstos quieren un mundo donde no haya libertad, donde no haya separación entre iglesia y estado, donde la mujer sea una esclava del hombre, sin acceso a la educación o a la asistencia médica y donde el terror y la arbitrariedad de los dirigentes nos domine. En definitiva, quieren que la civilización retroceda mil años y vuelva a los tiempos del califa Omar y buscan seguir los pasos del gran Saladín para exterminar a todos los que no comulguen con esa delirante idea del mundo. Todo esto no lo digo yo. Lo dicen ellos. Y sus acciones corroboran sus palabras.

Y dado que los terroristas de Bin Laden no sólo utilizan métodos salvajes, sino que tienen unos objetivos inaceptablemente inmorales, no podemos hacer nada para complacerles o para reducir su irritación. Por lo tanto, la respuesta del mundo civilizado sólo puede ser una. La misma que tuvo ante el nazismo: hay que perseguirlos y eliminarlos.

Una vez dicho esto, hay que insistir en que la persecución se haga dentro del marco de la ley. Y no me refiero a evitar arrasar pueblos enteros en Afganistán -cosa que, además de ser inhumana, crearía miles de nuevos terroristas-, a no culpabilizar a los ciudadanos islámicos de lo acaecido -aunque es responsabilidad de los líderes religiosos mostrar claramente a sus seguidores que los terroristas no defienden el islam y que la religión que se enseña en las madrazas de Pakistán no tiene nada que ver con el Corán- o intentar hacer una coalición internacional contra el terrorismo. Eso es obvio y las decisiones tomadas y las palabras pronunciadas por el presidente Bush hasta ahora demuestran que lo tiene presente. Me refiero a no dejar que nuestras autoridades detengan e incomuniquen a ciudadanos inocentes, escuchen ilegalmente nuestras conversaciones, limiten la libertad de expresión o recorten las libertades individuales en las que se basa la democracia liberal.

Nuestros gobiernos han fracasado miserablemente en su misión, su obligación, de protegernos de la violencia y del terror. No dejemos que se resarzan ahora recortando nuestras libertades, las mismas que nos quieren quitar los terroristas.


XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta, Universidad de Columbia y UPF
www.columbia.edu/%7exs23º


[Jueves, 4 de octubre de 2001]



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