Cazas de Brujas

En1692, Abigail Williams era una chica que vivía en el pequeño pueblo americano de Salem y que se comportaba de una forma extraña. Tras extensos análisis, las autoridades morales empezaron a sospechar que estaba poseída por Satán. Se la interrogó y se la obligó a denunciar a la persona que la había hechizado: la bruja resultó ser una tal Elisabeth Proctor. La confesión de la pequeña Abigail “confirmó” a los ciudadanos de Salem las sospechas de que sus almas corrían un gran peligro y la histeria colectiva les llevó a una caza de brujas en la que docenas de personas fueron acusadas y condenadas. Al final del proceso, veinte personas colgaban de una soga. Entre ellas, John Proctor, el marido de Elisabeth.

Después se supo que la pequeña Abigail había sido la amante de John y que había sido rechazada por éste. La chica pensó que podría recuperar a su amor si acusaba falsamente a su esposa. La ironía del destino fue que, cuando ésta iba a ser ejecutada, se descubrió que estaba embarazada, por lo que su marido prefirió confesar que, en realidad él era brujo de la familia y así salvar a su esposa y a su futuro hijo. Lo pagó con la vida.

Este curioso episodio demuestra que, cuando se mezcla la malicia, el fanatismo religioso, la ignorancia y el miedo a lo desconocido, las cosas no acaban bien.

Tres siglos después, la historia parece repetirse a muchos kilómetros de distancia. El falso debate sobre la inmigración parece haberse convertido en una caza de brujas. De momento, dos insignes ciudadanos catalanes, Marta Ferrusola y Heribert Barrera, han sido sentados en el banquillo de los acusados y han sido insultados, criminalizados, agredidos, censurados y condenados por periodistas, políticos, tertulianos y ciudadanos exaltados: un espectáculo entristecedor.

            La caza de brujas del 2001 combina los mismos ingredientes que la del 1692. Por un lado tenemos la malicia de quien explota la cacería en beneficio propio. En Salem fue la pequeña Abigail y en Catalunya son los medios de comunicación y los intereses del ala radical del nacionalismo español. A los primeros les conviene alimentar falsas polémicas para aumentar las ventas y a los segundos les ha interesado utilizar la desgracia y la miseria de los inmigrantes para acusar al enemigo, el nacionalismo catalán, de racista y xenófobo. Lo curioso es que, cuando se repasa la historia, se ve que no es precisamente el nacionalismo catalán el que tiene una larga trayectoria de inquisiciones, intolerancias y persecuciones políticas y espirituales. Supongo es es aquello de que sólo el ladrón cree que todos son de su condición.

            Por otro lado tenemos a los guardianes del espíritu que en Salem eran los pastores anglicanos y en Catalunya son los profetas del falso progresismo, los sacerdotes de lo “políticamente correcto” y los vendedores de humo populista, fabricantes de ilusiones que nunca analizan las consecuencias de sus acciones y raramente se dan cuenta de sus propias contradicciones: un día defienden la libertad de expresión porque toca salvaguardar la democracia y al día siguiente, cuando lo “in” es defender a los inmigrantes, no dudan en reclamar censura  para con los actos o las palabras de un ex presidente del Parlament, de la primera dama de nuestro país, del President de la Generalitat o de quien se atreva a desafiar los postulados del día. Incluso llegan a pedir el cierre de la editorial y la incineración de los libros de Barrera en una gran pira purificadora. ¿Contradictorio? Si, pero todo vale cuando se trata de demostrar la superioridad moral de los virtuosos.

            Finalmente tenemos el miedo a lo desconocido de la gente de la calle. En Salem, el pueblo no comprendía los pormenores del exorcismo. En Catalunya, la gente todavía sabe muy poco de lo que puede acarrear una repentina inmigración masiva de africanos y es normal que ese desconocimiento se convierta en miedo. Pero la mejor vacuna contra la ignorancia no son las falsas acusaciones de hechicería sino la educación y el debate civilizado. Un debate donde se explique que, si bien sería deseable que los catalanes fuéramos solidarios con los seres humanos de África, la verdad es que no podemos solucionar sus problemas simplemente dejando que emigren todos a nuestro país. Un debate donde se discutan los muchos efectos que la apertura de las fronteras tendrá sobre nuestra economía, sociedad, salud pública y, ¿por qué no?, sobre nuestra cultura y nuestra lengua. Algunas de estas consecuencias serán buenas y otras no. En este sentido, las preocupaciones de la señora Ferrusola y el señor Barrera están absolutamente justificadas: la lengua y la cultura catalanas se encuentran en un estado de precariedad y una inmigración masiva podría empeorar esa situación.

            Algunos creerán que pensar en la cultura cuando millones de seres humanos se mueren de hambre es una frivolidad. Y quizá tengan razón. O quizá no. Al fin y al cabo, uno puede ser compasivo y, a la vez, preocuparse por la cultura y la lengua catalanas. Pero, en cualquier caso, lo que debe quedar claro es que los catalanes tenemos el derecho a decidir libremente lo que nos preocupa y a elegir democráticamente tanto el futuro de nuestro país como la manera con la que queremos ayudar a los desventurados. Para ello debemos estar bien informados sobre las alternativas y sus consecuencias. Y esa información solamente se puede conseguir tras un debate serio y sereno, donde sean escuchados y discutidos todos (repito todos) los puntos de vista, sin histerismos, sin violencia y sin censuras. Las cazas de brujas nunca han llevado a ninguna parte.

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2001.