Prostitución y Trabajo Infantil

Las frecuentes detenciones de pedófilos con fotos explícitas de menores para distribución por internet nos recuerdan que la explotación sexual de niños es un grave problema, sobre todo en el tercer mundo. UNICEF calcula que un millón y medio de niños y niñas viven del sexo en todo el planeta

Como ya viene siendo costumbre, numerosos creadores de opinión no dudan en dar las culpas a la globalización. Y la verdad que, esta vez, quizá tengan parte de razón: la red de internet, símbolo por excelencia de la globalización y mecanismo que permite difundir pornografía preservando el anonimato, incentiva la toma de fotografías explícitas. También es cierto que el turismo sexual es más fácil en un mundo globalizado donde la información circula eficazmente, el transporte es cada vez más barato y los turistas sexuales quieren prostitutas infantiles por creer (falsamente) que éstas no tienen sida, a pesar de que atienden a unos ocho clientes diarios. Pero de ahí a culpar a la globalización de la explotación sexual de menores hay un buen trecho.

Históricamente, la prostitución infantil se ha practicado desde mucho antes de la globalización. Desde los antiguos templos de Delfi hasta los modernos templos hindúes, en la India se ha abusado sexualmente de menores. Las niñas “davadasi” de las regiones de Maharasthtra, Andhra Pradesh y Karnataka son un ejemplo iluminador. Las familias pobres y sin casta ofrecen sus hijas a un presunto dios. La ofrenda empieza con la venta de su virginidad al mejor postor (normalmente un indio de casta superior). Una vez “iniciada”, la niña pasa a ser “davadasi”, una especie de prostituta del templo. La familia recibe una parte de los ingresos y, de paso, se ahorra el pago de la dote. Un tentador negocio para los más necesitados. Se calcula que entre el 20% y el 50% de las 400,000 prostitutas de la India empezaron siendo “davadasi”.

Al otro lado del planeta, en Ghana, los ju-ju creen que los dioses castigan a los familiares de los pecadores. La sanción se puede evitar ofreciendo una niña virgen a los sumos sacerdotes para que se convierta en “trokosi” o “esclava de los dioses”. La niña debe satisfacer todas las necesidades sexuales y los caprichos de los religiosos durante unos tres años. Pasado ese tiempo, el pecado se perdona y la niña es vendida a la prostitución. A pesar de estar prohibido por el moderno estado de Ghana, existen miles de “trokosis” en la actualidad y el gobierno no hace nada para impedirlo porque los ju-ju tienen cierto poder político. Ejemplos como las “davadasis” y las “trokosis” se pueden encontrar por todo el planeta y a lo largo de la historia. Dar las culpas a la globalización de esas barbáricas costumbres sería grotesco. 

En cuanto al turismo sexual, hay que recordar que la inmensa mayoría de los clientes de la prostitución infantil son hombres autóctonos (y no turistas extranjeros), que creen que el sexo con vírgenes y con menores cura enfermedades venéreas, aumenta la virilidad y proporciona riqueza al hombre. La ley prohíbe estas prácticas, pero las autoridades no hacen nada para erradicarlas e incluso hacen la vista gorda a cambio de favores sexuales. ¿Multinacionales explotadoras o gobiernos corruptos e incompetentes?

Sean cuales sean las costumbres locales, lo que está claro es que la prostitución infantil casi siempre está ligada a la pobreza: miles de padres de todo el mundo seguirán prostituyendo a sus hijas mientras sigan hundidos en la miseria. Nos guste o no, la alternativa más viable para muchas familias es el trabajo de sus niños. Y aquí es donde el movimiento de la globofobia puede hacer mucho daño. Un ejemplo famoso ocurrió en 1993, cuando la cadena de televisión NBC emitió un programa que denunciaba la utilización de trabajo infantil en las plantas textiles que la empresa americana Wal Mart tenía en Bangladesh. Miles de anti-globalizadores se manifestaron pidiendo el boicot a la Wal Mart. La multinacional cedió ante la presión y dejó de “explotar” a millares de menores. ¿Qué pasó con esos niños? Un estudio realizado en 1995 llegó a una triste conclusión: los que no habían ido a trabajar en empresas locales a cambio de salarios inferiores, acabaron en prostíbulos indios o tailandeses. Pocos fueron los que fueron al colegio. La razón es clara: cuando uno es pobre no puede permitirse el lujo de ir a la escuela y se busca la vida como sea. Y, normalmente, la vida que ofrecen las multinacionales “explotadoras”, por mala que sea, es mucho mejor que la de las empresas locales o la prostitución. Dicho de otro modo, la prohibición del trabajo infantil no solo perjudica a las familias más pobres del planeta (¿se imaginan lo que hubieran dicho nuestros bisabuelos cuando tenían 12 años y trabajaban en el campo y en la fábrica, si unos grupos de activistas americanos les hubieran dicho que no podían trabajar para alimentar a sus familias porque el trabajo infantil estaba mal visto en su país?) sino que a menudo incentiva la prostitución infantil.

Países como México o Brasil tienen programas públicos que pagan un salario a los niños por ir a la escuela y sacar buenas notas, y quizá ése sea un modo de salir del pozo a corto plazo. A la larga, sin embargo, la única solución es el crecimiento económico. Y, en ese sentido, la globalización no sólo no es responsable de la explotación sexual de menores, sino que forma parte de la solución.

 

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2001.