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OPINIÓN
DEBATE Pobreza y desigualdades
Comercio y pobreza
La Vanguardia - - 03.45 horas - 16/01/2002
IGNASI CARRERAS
JORDI BARBA

Hace algunos días, Xavier Sala i Martín hacía en estas mismas páginas una reflexión sobre el comercio internacional en la que, entre distintas consideraciones, se congratulaba por los resultados de la pasada reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) en Doha y denunciaba el proteccionismo comercial de los países ricos. Es cierto que la reunión de la OMC puede suponer un cierto paso adelante gracias al compromiso de los países ricos para dialogar sobre la reducción de sus barreras arancelarias agrícolas y textiles, que impiden el desarrollo de los países pobres. Pero este anuncio hay que recibirlo con mucha cautela. Hasta ahora los gobiernos del Norte no han cumplido sus compromisos previos a Doha. Han mantenido unas políticas comerciales para su propio beneficio, con lo que han reforzado las enormes desigualdades globales. La forma en que se está llevando a cabo la globalización está perjudicando a buena parte de la población mundial, que queda aún más ahogada en la pobreza y la injusticia. Las reglas del comercio internacional son una clara muestra del doble rasero -teórica voluntad de cooperación pero injusta conducta práctica- con el que los gobiernos de los países ricos tratan a los que están en desarrollo. Si los primeros cumplieran sus propias promesas, el proceso de globalización sería bien diferente y podría generar auténticos beneficios en la lucha contra la pobreza.

Según las Naciones Unidas, los países en desarrollo pierden alrededor de 100.000 millones de dólares al año a causa de las políticas proteccionistas injustas. Esta cantidad es el doble de lo que reciben anualmente como ayuda oficial al desarrollo. Las barreras arancelarias de los países ricos son cuatro veces más altas para los países pobres que para otros países industrializados. Los subsidios agrícolas en el Norte excluyen a los países pobres de los mercados mundiales y les supone una injusta competencia en los mercados locales. Mientras que los países ricos mantienen las barreras sobre los sectores que consideran sensibles, han forzado liberalizaciones masivas a través de la OMC y de programas de ajuste del Fondo Monetario Internacional en sectores como el agrario, estratégico desde el punto de vista del desarrollo. Así, más de una veintena de países africanos se convirtieron en la década de los noventa en importadores netos de alimentos, lo que ha puesto en grave riesgo su seguridad alimentaria.

La reunión de la OMC en Doha se ha cerrado con un balance pobre porque se ha vuelto a manifestar la escasa voluntad política de los países ricos de que el comercio contribuya a la reducción de la pobreza.

Sin embargo, cabe destacar una pequeña gran victoria: la sociedad civil y las ONG hemos conseguido que los países participantes en la cumbre interpreten favorablemente para la salud pública el reglamento sobre las patentes. Gracias a esto, los países pobres podrán fabricar medicamentos genéricos que permitirán a millones de personas acceder a fármacos para tratar enfermedades como el sida, la malaria o la tuberculosis.

En el resto de los asuntos tratados en la reunión de Doha los resultados han quedado muy por debajo de las expectativas de los países pobres y de las ONG que trabajamos con sus poblaciones. No se ha conseguido el acceso libre (cuota cero, arancel cero) para los productos de los países menos avanzados a todos los mercados del Norte, porque la propuesta de la Unión Europea "Todo menos armas" no se ha logrado ampliar a Estados Unidos, Canadá y Japón. Tampoco se ha alcanzado un mayor acceso a mercados en un sector clave como el textil. Además, la Unión Europea ha convertido en una vaga declaración la reivindicación para eliminar, en un plazo de tres años, todos los subsidios a las exportaciones agrarias. Los países pobres pedían cumplir los acuerdos previos, evaluar lo que se ha hecho hasta ahora e introducir una verdadera agenda de desarrollo. Se les ha impuesto una amplia agenda de negociaciones, sin analizar los compromisos incumplidos y sin dotar a estos países de mayor asistencia técnica y financiera para negociar con ciertas garantías.

A este balance hay que sumar las consecuencias negativas que para los países en desarrollo va a tener la recesión económica mundial -agravada tras los atentados del 11 de septiembre-, que es de temer que comporte una reducción sustancial de las inversiones, precipite la caída del precio de las materias primas e incremente la deuda externa.

El comercio internacional por sí solo no es la panacea universal para la erradicación de la pobreza: la ayuda al desarrollo -que ha disminuido un tercio en la última década-, la buena gobernabilidad, la condonación de la deuda externa, la solución de los conflictos armados, el acceso a servicios básicos... son igualmente determinantes. Pero en este tiempo de globalización cada vez es más evidente la interrelación entre comercio y pobreza. Cada incremento del 0,7% en las exportaciones de un país en desarrollo genera tantos ingresos como los que éste recibe al año en concepto de ayudas. La OMC sólo servirá a los intereses de desarrollo si representa realmente los intereses de todos permitiendo su completa y libre participación, estableciendo como objetivo prioritario la reducción de la pobreza y no -como está pasando- el mantenimiento de los privilegios comerciales de unos pocos, que perjudican gravemente los esfuerzos de progreso de buena parte de la humanidad.


IGNASI CARRERAS, director general de Intermón-Oxfam

[Miércoles, 16 de enero de 2002]



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