OPINIÓN > VERSIÓN PARA
IMPRIMIR
| Infausto anticapitalismo populista
LA VANGUARDIA - 02.46 horas -
06/12/2002
XAVIER SALA I MARTÍN
Escribo este artículo desde la playa de Copacabana en Río de Janeiro,
donde la asombrosa habilidad de los jugadores de fútbol playa certifica
por qué Brasil es la pentacampeona del mundo. Ni los futbolistas, ni los
surfers ni los bañistas parecen muy adinerados, pero se respira un
ambiente de optimismo: José Ignacio (Lula) da Silva acaba de ganar las
elecciones y todos creen que su situación va a mejorar.
Desde
fuera, muchos somos también los que, a pesar de no comulgar con su
ideario, celebramos su victoria. Primero, porque una democracia no es tal
si las “izquierdas” no pueden mandar sin que degeneren en un populismo
Chavista o sin que haya un golpe de Estado. Y segundo, porque hay reformas
que únicamente pueden llevar a cabo las “izquierdas”: si la derecha
liberaliza el mercado, se convoca huelga general y si lo hace la
izquierda, no. Eso se vio claramente en la España de Felipe González.
El problema es que el optimismo no se corresponde con la situación
real del Brasil cuya economía se encuentra en la cuerda floja. En parte,
el problema es la coyuntura internacional: no han ayudado ni la
desaceleración mundial, ni la caída de los precios de materias primas ni
el miedo a invertir en países emergentes a consecuencia del impago de
Rusia en 1998. Tampoco ayuda que las instituciones públicas sigan siendo
ineficientes, la burocracia siga siendo un lastre y la economía siga
protegida y cerrada al comercio exterior, a pesar de las reformas del
gobierno de Cardoso.
Ahora bien, el principal problema de Brasil
es de tipo fiscal: la deuda pública ha pasado del 30% al 60% del PIB en
los ocho últimos años, a pesar de que el gobierno ha ingresado ingentes
cantidades de dólares de las privatizaciones que nadie sabe dónde han ido
a parar. Una deuda del 60% es sostenible en una economía desarrollada de
Europa, pero es fatídica en un país incapaz de recaudar impuestos por la
rampante evasión fiscal (el otro gran deporte nacional) o de generar
divisas a través de la exportación.
La estructura de la deuda de
Brasil tiene dos características perniciosas. La primera es que está en
dólares y con intereses variables. Eso es un problema porque cuando sube
el dólar como lo está haciendo, la deuda en reales se multiplica y cuando
los acreedores creen que el gobierno no pagará los intereses, suben la
prima de riesgo hasta el 25% (y lo pueden hacer porque los intereses son
variables)... y la deuda se hace impagable.
¡Pues que no se
pague!, dirán aquellos que creen que la solución a todos los problemas es
la cancelación de la deuda. Ahí es donde entra la segunda característica:
la deuda pública no está en manos extranjeras, sino de bancos e inversores
locales. El impago provocaría la insolvencia del sistema financiero, el
cierre de los bancos y la paralización de la inversión. La consecuencia
sería una recesión sin precedentes y el desempleo masivo. Sólo hay que
retroceder unos meses para ver que eso es exactamente lo que ha sucedido
en Argentina... ¡y los peor parados han sido los pobres!
La
tragedia, pues, sólo se puede evitar haciendo que la deuda sea sostenible
ganando la confianza de los acreedores. Para ello, el presidente Da Silva
debe seguir la línea moderada y sensata que apuntó como candidato y que
está apuntando durante la transición, sin volver al marxismo radical que
le hizo perder las anteriores elecciones. Tampoco iría mal que la
comunidad internacional, a través del FMI, concediera un gran crédito que
indique que se está dispuesto a apostar fuerte por Brasil. Y no me refiero
a los 30.000 millones de dólares que ya ha prometido. Me refiero a una
ayuda que ronde el 20% del PIB, la proporción que ha servido para que
Turquía y Uruguay salieran del paso. Claro que el 20% del PIB brasileño
son 120.000 millones de dólares, cantidad que representaría el mayor
desembolso de la historia del FMI. Si la asistencia no puede ser de esa
magnitud, mejor será que no se conceda nada. Una ayuda menor sólo haría
aumentar la deuda externa del país y aplazar la crisis unas semanas...
como ya sucedió en Argentina a finales del 2001. En el mundo de las
finanzas internacionales, las cosas a medias no funcionan.
Dado
que no parece probable que el FMI dé un crédito de esa envergadura, el
presidente Lula debería actuar bajo el supuesto de que no la tendrá. Su
única estrategia en ese caso es conseguir un gran consenso con todas las
fuerzas políticas y sociales pidiendo el sacrificio común a corto plazo
para alcanzar crecimiento a medio plazo: los banqueros deben renegociar la
deuda y no cobrar tipos de interés del 25%, los evasores fiscales –entre
los que destacan los futbolistas brasileños que juegan en Europa– deben
pagar sus impuestos, el partido de Cardoso no debería embarcarse en una
oposición destructiva y, sobre todo, los seguidores de Lula deben entender
que la mayor parte de las promesas electorales –empezando por la subida
del 100% de los salarios mínimos– no se podrá hacer realidad, al menos
hasta que la economía haya salido del pozo.
En este sentido, el
presidente Lula debe hacer un gran esfuerzo pedagógico para explicar a sus
seguidores por qué se van a incumplir las promesas que tanta euforia han
generado en Brasil. Si no lo hace, el optimismo dará paso al desengaño, y
las esperanzas que todos tenemos ahora de que, por fin, un partido de
izquierdas gobierne bien en América Latina se desvanecerán, abriendo de
nuevo las puertas a eso que tanto daño ha hecho y está haciendo en el
continente: el infausto anticapitalismo populista.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y
UPF
www.columbia.edu/%7exs23 |