Marketing Climático

Escribo este artículo desde Washington, donde las temperaturas este verano han sido las más altas de los últimos 50 años. Muchos dan por hecho que eso se debe al “cambio climático” causado por la desenfrenada industrialización del último siglo. La explicación es la siguiente: el uso de combustibles fósiles provoca la emisión de partículas de CO2 que se quedan flotando en la atmósfera terrestre. Esas partículas hacen de “espejo” de los rayos infrarrojos solares que deberían rebotar en la superficie de la tierra y volver a salir hacia el espacio pero que, por su culpa, se reflejan de nuevo hacia nosotros y calientan el planeta. Es el llamado efecto invernadero. La industrialización comporta la emisión masiva de CO2 y eso ha hecho que algunos científicos la responsabilicen del aparente aumento global de la temperatura del planeta durante el último siglo.

Digo “algunos” porque siguen existiendo discrepancias en la comunidad científica. En particular, muchos dudan que el calentamiento del planeta se deba a la emisión de CO2 porque, entre otras cosas, más de la mitad del aumento de temperaturas ocurrió antes de 1940, ¡cuando todavía no había coches y cuando más de cuatro quintas partes del planeta no se habían industrializado!. Por eso siguen buscando explicaciones “naturales”. Al fin y al cabo, desde que el mundo es mundo, las temperaturas han subido y bajado constantemente.

A pesar de que no hay unanimidad entre los científicos, los defensores de la teoría del calentamiento global parecen haber convencido a la prensa y a la ciudadanía de que el problema está ahí. Su estrategia consiste en alarmar a la población cada vez que se bate un récord de temperaturas en algún lugar del planeta. “Hoy ha sido el 17 de Agosto más caluroso del último siglo en Sabadell”, dirían los titulares. Y añadirían, “eso no hace más que confirmar el temor del calentamiento global del planeta”. No importa que la temperatura más alta nunca registrada en la tierra sean los 58 grados de Al Aziziya, Libia, en 1922 -es decir, ¡hace 80 años!. Los continuos “récords locales” tienen mucho más impacto en la mente de los ciudadanos y por eso los sacerdotes del catastrofismo climático los repiten constantemente.

Tampoco importa que los récords también se batan por abajo. Es decir, que cada año se produzcan tantos récords de frío como de calor. Sin ir más lejos, mientras yo me freía en Washington, la mayoría de ustedes no podían disfrutar de sus vacaciones debido a las bajas temperaturas que ha habido en Catalunya este verano. Pero eso no es problema para los defensores de la teoría del calentamiento global. ¡Faltaría más! Sólo es cuestión de sustituir el concepto de “calentamiento global” por el de “cambio climático”. Mientras el calentamiento global solamente se confirma cuando hace calor, el cambio climático se confirma tanto si hace calor como si hace frío... ¡y así siempre tenemos razón!

De hecho, la teoría del cambio climático es tan brillante que también permite hacer sonar las alarmas cuando hay grandes tormentas, como las que han vivido los países del centro de Europa mientras yo estaba en Washington y ustedes en Catalunya. El ministro ecopacifista alemán, Jürgen Trittin, dijo la semana pasada que las catástrofes climáticas en Europa van a seguir porque "estamos pagando las consecuencias de cien años de industrialización desenfrenada”. El problema es que -a diferencia de la teoría del “calentamiento global” que, como hemos dicho, está respaldada por cierta evidencia teórica y empírica- no existe ninguna constatación científica de la relación entre la emisión del CO2 y la fuerza o la frecuencia de las tormentas. A pesar de ello, los devotos creen ver confirmada su fe cada vez que ocurre cualquier fenómeno meteorológico con la misma facilidad que los creyentes en OVNIs confirman su existencia cada vez que hay una lucecita en el cielo.

Pero lo más surreal es que, incluso si el clima fuera normal cada día del año, la teoría del cambio climático se vería confirmada porque ¡lo normal es que el clima no sea siempre normal! Y claro, una “teoría” que nunca puede ser refutada, tanto si hace frío como si hace calor, tanto si hay tormentas como si no las hay, tanto si llueve como si hay sequía, es una teoría que vende... pero es una teoría científicamente inútil.

La pregunta es: ¿por qué algunos investigadores serios dejan que se perpetúe la farsa? La respuesta nos la dio uno de los líderes del movimiento ecologista y profesor de Stanford, Stephen Schneider cuando, en una entrevista para la revista Discover declaró: “Nosotros no sólo somos científicos, también somos seres humanos. Como tales, queremos un planeta mejor y para conseguirlo debemos conseguir el respaldo de la mayoría. Naturalmente, eso requiere una gran cobertura mediática y, para ello, debemos ofrecer escenarios escalofriantes, debemos hacer declaraciones dramáticas y no debemos mencionar las dudas que podamos tener sobre la validez de nuestras teorías”.

Es decir, a pesar de que saben que la ciencia no establece una relación entre emisiones y cambio climático, a pesar de que reconocen que hay dudas sobre la validez de sus teorías, a pesar de que saben que están atemorizando a la población con sus constantes alarmas y a pesar de que corren el riesgo de perder credibilidad allí donde pueden tener razón, ellos deciden seguir adelante con la farándula porque lo más importante es “la cobertura mediática”. El vergonzoso sacrificio de la ética científica en beneficio del marketing climático.

 

 

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2002.