Agradezco a mi amigo y colega, el profesor Luis de Sebastian, su crítica aparecida en La Vanguardia. Contestaré a sus cuatro críticas principales.

            Primero, en mi artículo no digo que no haya evidencia que nos “estemos cargando el planeta”. De hecho, digo claramente que puede haber evidencia de “calentamiento global”. Lo que afirmo es que no existe el mismo tipo de evidencia que relacione la emisión de gases y las tormentas, las olas de frío y demás catástofes englobadas en eso que llaman “cambio climático” sobre el que tanto se ha escrito este verano.

            Segundo, el profesor de Sebastián plantea la cuestión en términos de “a quien hay que dar el beneficio de la duda”. Me parece que esa es una estrategia inadecuada, sobre todo para un economista como él. Sabemos que la humanidad padece muchos problemas, algunos medioambientales. Por ejemplo, África tiene problemas de extrema pobreza, sanidad pública, deforestación y extinción de especies animales como el rinoceronte negro. Dado que no tenemos recursos infinitos para arreglar todos los problemas, debemos priorizar. Y para poder priorizar de manera inteligente debemos saber las probabilidades asociadas con cada una de esos problemas. Y lo que digo en mi artículo es que, hoy por hoy, la probabilidad de que las tormentas estén causadas por el hombre es esencialmente nula. Para dejar las cosas claras, déjenme poner un ejemplo: imagínese que un grupo de científicos nos dice que la tierra entera está amenazada por el consumo de leche ya que los gases que desprenden las vacas emiten enormes cantidades de metano (y eso se ha demostrado que es cierto), que produce la eliminación de la capa del ozono. Eso, claramente, puede tener consecuencias catástroficas a nivel mundial ya que el cáncer de piel mataría a miles de millones de personas, con la posible extinción de la especia humana. Siguiendo el argumento del profesor de Sebastián, deberíamos dar el “beneficio de la duda” a esos científicos porque, según nos dice “si tuvieran razón las consecuencias para la humanidad serían catastróficas”. Por lo tanto, deberíamos tomar medidas para reducir el consumo de leche. El argumento del profesor de Sebastián no tiene en cuenta el coste en términos de vidas humanas que eso comportaría al no poder consumir leche, ni los perjuicios económicos que eso tendría para millones de agricultores de todo el mundo. Lo único que nos debería importar, según dice el profesor, es ¡lo catastróficas que serían las consecuencias! Claramente eso es un error. También debe importarnos la probabilidad de que esas catástrofes lleguen a suceder y los costes de tomar o no tomar medidas. Es lógico, ¿no? Pues lo mismo pasa cuando analizamos las políticas a seguir para evitar el cambio climático.

            Tercero, me sugiere el profesor que investigue y haga público lo que dicen las empresas aseguradoras que deben pagar por las malas consecuencias de las tormentas. Le confieso que no tengo ninguna intención de seguir su sugerencia porque no creo que las compañías aseguradoras tengan incentivos a decirme la verdad. De hecho, me extraña que el profesor de Sebastián, conocido crítico de la mala ética empresarial, crea que la mejor validación de los estudios científicos son los informes de empresas aseguradoras cuyos incentivos a decir que las tormentas van en aumento son obvias, ya que tienen como objetivo poder cobrar primas superiores.

        Y cuarto, el profesor se pregunta por qué los agoreros del cambio climático tienden a exagerar sus profecías cataclísmicas. Se pregunta si son irracionales. Celebro que el profesor de Sebastián - conocido adversario del racionalismo económico en círculos académicos- defienda ahora la racionalidad de las personas. Vamos mejorando. Ahora bien, todo científico que haya pedido becas al ministerio, a la ONU, a fundaciones privadas o la National Science Foundation (que es la que más dinero da para estudiar esos temas) sabe que uno tiene todos los incentivos del mundo a exagerar la importancia de sus investigaciones. Y una manera de hacerlo es decir que se el mundo está al borde del abismo. ¿Por qué esas instituciones quieren financiar estudios que predicen desastres? Pues muy sencillo: porque si el desastre acabara por producirse y se supiera que un científico propuso una investigación y el ministerio no lo financió, todos los críticos (empezando por el profesor de Sebastián) se les echaría encima por incompetentes. En cambio, si no financian un estudio que demuestra que no habrá catástrofes, pues no pasa nada. ¿Consecuencia? Los científicos tienden a exagerar los desastres. Es decir, los exagerados son absolutamente racionales. Deshonestos, pero racionales.

          

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2002.