El Otro Gran Eje del Mal          

De tanto hablar de la hipotética (y hasta ahora inexistente) guerra de Iraq, parece que hemos olvidado que en el mundo se están librando otras guerras mucho más mortíferas. De tanto criticar a George W. Bush, se nos ha pasado por alto el reciente éxito en la batalla contra la pobreza: el descubrimiento del código genético del  parásito “plasmodio” que provoca la malaria y del mosquito “anofeles” que lo transmite. Actualmente, entre 300 y 500 millones de personas padecen malaria y entre uno y tres millones de ciudadanos mueren de esa enfermedad cada año. La inmensa mayoría de ellos son niños. Casi todos son pobres. La situación está empeorando porque el plasmodio ha desarrollado resistencia a la cloroquina, mefloquina y doxyciclina, las principales armas que teníamos hasta ahora. En amplias zonas de África y Asia, esos medicamentos ya no tienen efecto.

Curiosamente, el método de transmisión de la enfermedad a través de los mosquitos es especialmente perjudicial para los ciudadanos pobres del planeta. Me explico. Cuando un mosquito chupa la sangre de un humano infectado, el plasmodio pasa a vivir dentro de su organismo. Antes de que el parásito pueda ser transmitido a otro humano, el plasmodio debe reproducirse dentro del mosquito y debe subir hasta sus glándulas salivales (los mosquitos emiten saliva cuando pican a los humanos porque ésta tiene propiedades anestésicas -para que su víctima no se de cuenta de la picadura- y anticoagulantes -para que la sangre humana fluya mejor). Sólo cuando el plasmodio ha completado ese viaje, la nueva víctima de la picadura adquiere la malaria.

El problema es que el proceso de reproducción del plasmodio dentro del mosquito y su viaje hasta sus glándulas salivales tarda unos 18 días. Y 18 días es también, más o menos, la esperanza de vida del mosquito. Digo más o menos porque depende de la meteorología: cuanta más humedad y calor, más tiempo viven. Allí donde el tiempo es frío y seco, los mosquitos mueren antes de poder transmitir el parásito. Lamentablemente, el mosquito vive mucho más de 18 días en las zonas más calurosas y húmedas del planeta y eso explica que sólo haya malaria en países tropicales.

¿Qué tiene todo esto que ver con la pobreza? Pues bien, si cogen ustedes un mapa del mundo y pintan de color azul todos los países con renta per cápita de más de 5.000 euros y de color rojo los de menos de 5.000 euros, verán que les queda una especie de bandera del Barça: una banda horizontal azul en el norte (Norteamérica, Europa, Rusia y Japón-Corea), una banda roja en el centro (Centroamérica, África central y el sur de Asia) y otra banda azul en el sur (Chile-Argentina,Botswana-Sudáfrica y Australia-Nueva Zelanda). De hecho, sólo hay dos “países” ricos en los trópicos y son muy pequeños: Singapur (con 4 millones de habitantes), Hong Kong (que, con 7 millones de ciudadanos, ya no es un país sino que forma parte de China). Bueno, en realidad también está Brunei, con su sultán, su hermano, sus 50 esposas y 200 hijos. Es decir, un total de 11 millones  252 personas ricas viven en los trópicos. Los demás son pobres.

Vemos pues que los países tropicales son pobres y que, por razones biológicas que tienen que ver con la esperanza de vida de los mosquitos, la malaria sólo existe en los trópicos. Esto tiene dos consecuencias muy importantes. Primera, dado que el desarrollo de vacunas o pastillas contra la malaria es muy costoso y éstas solo van a ser utilizadas por ciudadanos pobres (es decir, con poco poder adquisitivo), a las empresas farmacéuticas no les es rentable investigar este tema. Miren ustedes la mala suerte: si el mosquito viviera unos días más, habría malaria en países ricos y eso haría que las empresas dedicaran tantos recursos a ésta como dedican a la cirugía plástica, a la disfunción eréctil u otras enfermedades de ricos y el plasmodio habría desaparecido del planeta hace tiempo. Pero siendo la naturaleza del insecto la que es, la malaria sólo afecta a los pobres y eso desincentiva la búsqueda de soluciones médicas: la pobreza causa enfermedad.

La segunda consecuencia es que, al matar principalmente a los niños, las familias tropicales deciden tener una gran descendencia. Una de las razones es que, en muchos de esos países, la religión exige que los hijos entierren a los padres. Y claro, si uno quiere asegurarse de que va a tener un heredero que llegue a los 20 años y sabe que muchos de sus hijos van a morir de malaria antes de llegar a los 10, pues uno debe tener 14 o 15 hijos. Y una familia pobre no puede alimentar y educar a tantos niños por lo que la siguiente generación de ciudadanos pasa a ser poco educada, mal nutrida y condenada a seguir siendo pobre: la enfermedad causa pobreza.

Nos encontramos, pues, ante un macabro círculo vicioso entre la economía y la medicina, donde la pobreza causa enfermedad y la enfermedad causa pobreza. Y cuando parecía que no había manera de salir de esa trampa siniestra, aparece un poco de luz al final del túnel: un equipo internacional de científicos (financiados en parte por Bill Gates) acaba de publicar los códigos genéticos del plasmodio y del anofeles. Eso abaratará el desarrollo de vacunas, de mosquitos genéticamente modificados que se mueran antes de que el plasmodio suba a las glándulas salivales o de nuevos insecticidas. Debemos aplaudir este descubrimiento porque puede representar el primer paso para erradicar simultáneamente malaria y pobreza, esos dos factores que representan el otro gran eje del mal.

 

 

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2002.