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| Yelmos
de Mambrino
LA VANGUARDIA - 03.50 horas -
13/06/2002
XAVIER SALA I MARTÍN
De allí a poco, descubrió don Quijote un hombre a caballo que traía en
la cabeza una cosa que relumbraba como si fuera de oro, y aun él apenas le
hubo visto, cuando se volvió a Sancho y le dijo: "Paréceme, Sancho... que
hacia nosotros viene uno que trae en su cabeza puesto el yelmo de
Mambrino".
"Lo que yo veo y columbro -respondió Sancho- no es sino
un hombre sobre un asno pardo, como el mío, que trae sobre la cabeza una
cosa que relumbra."
El capítulo del "Quijote" "que trata de la
alta aventura y rica ganancia del yelmo de Mambrino" es uno de mis
favoritos, no sólo porque explica de dónde sale el famoso "sombrero" de
Don Quijote, sino porque describe acertadamente a personajes, reales y
ficticios, que creen ver cascos de oro donde sólo hay barberos con bacías
de latón montados en asnos pardos. Uno de esos personajes es el presidente
del Gobierno español, cuyo concepto de democracia es joseantonianamente
pintoresco: don José María Aznar parece creer que el ganador de unas
elecciones se convierte en un dictador que durante cuatro años puede hacer
lo que le da la gana sin contemplaciones, despreciando a la minoría,
insultando a los que discrepan y montando campañas de desacreditación
contra los que no le siguen la corriente.
Por ejemplo, yo no
conozco ningún país no totalitario en el que el presidente del Gobierno
haya tenido una reacción tan antidemocrática como la que tuvo Aznar cuando
el Tribunal Supremo decidió no ver terrorismo en las palabras de Otegi. El
presidente debe ser el primero en acatar y respetar las decisiones de los
tribunales y debe ser el último en hacer declaraciones desacreditadoras.
Tampoco sé de ninguna democracia en la que el presidente orqueste
viscerales ataques contra los obispos, acusándolos falsamente de decir lo
que no dicen y de no defender lo que defienden. El problema del Gobierno
es que los ciudadanos sabemos leer. Y cuando leemos la pastoral, vemos que
ni es una "perversión inmoral e intelectual grave", ni se pone "al lado de
los verdugos en contra de las víctimas", ni dice todas las mentiras que la
campaña de intoxicación nos pretende hacer creer. Los obispos vascos
tienen razón cuando dicen, por cierto muy educadamente, que la
ilegalización de Batasuna va a polarizar todavía más a Euskadi y va a
alejar la paz. Claro que el Partido Popular ganará más votos en España...
y me temo que ése es el deseado yelmo de Mambrino.
Otra versión
moderna de personaje cervantino la hemos "visto" últimamente durante la
huelga que enfrentó a los conductores de autobuses con el Ayuntamiento de
Barcelona. No sé si las demandas eran razonables y si la huelga estaba
justificada (aunque sospecho que la ciudadanía estimó que un aumento
salarial del 20% era un poco exagerado). Lo que sí sé es que uno de los
pilares de toda sociedad democrática es el cumplimiento de las leyes...
por más que las consideremos abusivas. Uno puede pensar que el número de
semáforos en Barcelona es abusivo, pero eso no le da derecho a saltárselos
en rojo. Uno puede creer que los niveles máximos de alcohol permitidos son
abusivamente bajos, pero eso no le da derecho a conducir borracho. Del
mismo modo, los sindicatos pueden creer que los servicios mínimos son
abusivos, pero eso no les exime de cumplirlos. Y los conductores que
incumplen la ley de servicios mínimos deben ser castigados igual que los
que se saltan los semáforos en rojo o conducen borrachos. Si, ya sé que, a
corto plazo, lo mejor para acabar con la huelga era ceder a las demandas y
archivar los expedientes sancionadores. El problema es que, al hacerlo, se
crearon incentivos para incumplir los servicios mínimos en la siguiente
huelga, ya que los trabajadores saben que no van a ser sancionados. La
consecuencia es que, a largo plazo, esos servicios van a ser incumplidos
sistemáticamente en perjuicio de los usuarios.
¿Y quién debe velar
por la mejor solución a corto y a largo plazo? Pues las autoridades
competentes. Lo que nos devuelve al tema de Don Quijote, porque si una
cosa fue patente y notoria durante la semana de huelga fue la ausencia del
principal responsable de la ciudad de Barcelona, don Joan Clos: ¿Alguien
vio al alcalde durante algún momento del conflicto? ¿No creen que, como
líder de la ciudad, debería haber estado al lado de los cientos de miles
de afectados y de los pobres trabajadores que vieron reducidos sus
ingresos al tener que pagarse taxis para ir a trabajar? ¿No creen que,
como máximo responsable del sistema de transportes de Barcelona, el señor
Clos debería haber explicado a la ciudadanía por qué su empresa de
transportes prefirió no acceder a las demandas de los trabajadores y
provocar así la huelga? ¿No creen que, como autoridad principal de la
ciudad, debería haber estado aquí para velar por el cumplimiento de la ley
de servicios mínimos o, como mínimo, para explicar por qué no hacía nada
para garantizar que se cumplieran?
Pues no. El señor Clos decidió
jugar a "dónde está Wally" y desapareció del mapa para asistir a una
"importante" conferencia en Corea -cosa que, de paso, le permitió seguir
jugando a dos bandas y no pronunciarse en contra de nadie... una práctica
habitual en su partido. Porque, mientras la gente de Barcelona tiene
problemas de verdad -y el de la huelga es pequeño comparado con el de la
criminalidad, los conflictos raciales o el deterioro de la ciudad-, el
alcalde parece vivir en un mundo donde lo más importante son las
conferencias, los foros universales, las paridas de diseño y los yelmos de
Mambrino.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y
UPF www.columbia.edu/%7exs23 |