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| Socialdemocracia salvaje
LA VANGUARDIA - 03.04 horas -
11/05/2002
"LA IZQUIERDA EUROPEA
vive, como los Teletubbies, en un paraíso imaginario, incapaz de
solucionar los problemas que preocupan a la gente"
XAVIER SALA I MARTÍN
En 1607, Pocahontas salvó la vida del colono John Smith y, en
agradecimiento, los ingleses masacraron a toda la nación powhatan. Ante
esa barbarie, la pequeña preguntó a Smith: "Piensas que soy ignorante y
salvaje, y como tú has viajado tanto, supongo que tienes razón. Pero lo
que todavía no entiendo es: siendo tantas las cosas que ignoras, ¿por qué
crees que la salvaje soy yo?".
Me acordé de Pocahontas el día 21
de abril por la noche, tras el portentoso batacazo electoral de Lionel
Jospin. Mucho se ha escrito sobre el resurgimiento del fascismo y el
racismo en Europa, pero la verdad es que el partido de Le Pen ha subido
muy poco. La pregunta, pues, no es por qué subió la extrema derecha sino
por qué bajó el Partido Socialista. O mejor dicho ¿por qué la
socialdemocracia está perdiendo posiciones en toda Europa, desde España
hasta Austria, pasando por Italia, Suiza o Dinamarca?
Supongo que
hay muchas explicaciones, pero una de ellas nos la podría dar la propia
Pocahontas: los socialdemócratas se han dormido en los laureles de la
arrogancia intelectual y de la presunta superioridad moral. Se han
contentado con intentar desacreditar al liberalismo diciendo que la
competencia perfecta sólo existe en los libros y catalogándolo
constantemente de "salvaje". Y no se dan cuenta de que el sistema que
ellos han implantado en Europa tiene tanto de salvaje como el liberalismo
que tanto odian.
A todos nos han contado películas sobre lo
despiadado que es Estados Unidos ya que allí, "los pobres se mueren
delante de los hospitales por falta de dinero", los "negros no pueden ir a
la escuela porque es privada", el despido es "casi libre", el subsidio de
paro solamente dura doce semanas y la "competencia empresarial es brutal".
Y también nos han dicho que eso no pasa en Europa, porque tenemos el
Estado de bienestar, que redistribuye la riqueza de un modo más justo y
nos da asistencia sanitaria y escuelas gratis, seguros de paro generosos,
trabas al despido libre y un abanico de medidas "sociales" y solidarias
que nos protegen de las monstruosidades del mercado.
Fíjense
ustedes en la falacia que consiste en comparar -y exagerar- los defectos
del "mundo real" norteamericano (que los tiene) con un "mundo ideal"
europeo en el que todo funciona bien, en el que el gobierno corrige los
excesos del mercado y protege a todos los ciudadanos desde la cuna hasta
la tumba. Es decir, con una versión socialista de "Alicia en el País de
las Maravillas". La verdad, sin embargo, es que ese mundo de fantasía sólo
existe en sus mentes y en sus libros de texto. En teoría, las leyes que
prohíben el despido evitan el paro y protegen a los trabajadores. En el
mundo real, sin embargo, esas leyes generan una inflexibilidad que ha
comportado unas tasas de paro exorbitantes durante casi treinta años: los
ciudadanos que pierden su empleo tardan meses o años en encontrar otro, y
la tasa de paro femenino llega al 50% en algunas zonas. Es más, los
gobiernos han descubierto que si a un desempleado de 50 a 55 años le ponen
la etiqueta de "prejubilado", ya no cuenta en las cifras oficiales de
paro. La consecuencia son unos ejércitos de europeos que todavía están en
plena juventud, a los que se condena a no trabajar durante el resto de su
vida a cambio de una limosna perpetua. Curiosamente, ese atentado a la
dignidad humana no se considera salvaje.
En el mundo idealizado,
el sistema fiscal es progresivo y los ricos pagan más que los pobres. En
la realidad europea, sin embargo, la incompetencia de la Administración
hace que los más ricos, con capacidad para ir a Jersey, evadan todo lo que
quieran. Y claro, cuando los trabajadores que acaban de hacer su
declaración ven que el "gobierno del bienestar" no hace nada para evitar
el fraude de los ricos, se preguntan si todo eso de la redistribución no
es una farsa más o menos... salvaje.
En el mundo teórico, la
sociedad debe "ayudar" a los delincuentes, ya que es "el sistema" el que
les ha empujado a la mala vida. En el mundo real, eso hace que sea
imposible encarcelar a miles de malhechores, por más que sean
multirreincidentes, y que uno no puede salir a la calle sin miedo a que le
atraquen mientras la policía sólo aparece cuando hay que multar en la zona
azul. Y cuando los votantes ven que se protege más a los agresores que a
las víctimas, piensan que se encuentran en un mundo... salvaje.
En
la mente del socialismo, el gobierno está para doblegar el poder de las
empresas a las que nadie ha votado. En el mundo real, las administraciones
se bajan los pantalones ante los lobbies de agricultores -a los que, por
cierto, nadie ha elegido- y les da unos subsidios megamillonarios que
pagan los contribuyentes y que impiden el desarrollo del continente
africano, lo que genera hordas de emigrantes subsaharianos contra los que
los ciudadanos europeos se revelan, a veces... salvajemente.
Y
podríamos seguir poniendo ejemplos que indican que, a pesar de sus buenas
intenciones, la izquierda europea vive, como los Teletubbies, en un
paraíso imaginario, incapaz de modernizarse al ritmo que lo hace el mundo,
sin solucionar los problemas que preocupan a la gente y sin generar ideas
nuevas. Se autoproclaman progresistas, pero son unos conservadores que
quieren "conservar" un pasado que nunca existió. Porque una cosa es el
mundo ideal que existe en sus mentes y otra muy distinta es la realidad en
la que viven los electores europeos. Una realidad que Pocahontas bien
podría calificar de "socialdemocracia salvaje".
X. SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Universidad de Columbia y
UPF www.columbia.edu/%7exs23 |