Un coche para volar
EL MEJOR AIRBAG DEL mercado es de la marca
Estatut, y así no dependemos de si nuestros vecinos dan la mayoría
absoluta a uno u otro |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 03:46 horas
- 17/10/2003
Cuando éramos pequeñitos, mis hermanos y yo solíamos pedir a mi padre
que cambiara de coche. Él, hombre sabio, prudente y con sentido común,
nos decía: “Si el cotxe encara funciona, no cal canviar-lo” (si el coche
todavía funciona, no hace falta cambiarlo). Y cuando al fin se lo
cambiaba, aparecía con otro Renault.
A pesar de que, en aquel momento, yo no entendía su lógica, el tiempo ha
hecho que de la conducta de mi padre aprendiera no una sino tres
lecciones importantes. Primera, cambiarse de coche “porque sí” no tiene
mucho sentido. ¿Qué ciudadanos (o “ciutadans”, que diríamos en Catalunya)
desean el cambio por el cambio? No sé, pero los “catalans assenyats”
como mi progenitor, ciertamente no.
Segunda, mi padre utilizaba la palabra “todavía”, ese adverbio que
denota continuidad y, a la vez, reconoce el inexorable paso del tiempo.
Él sabía que llegaría el día en el que el coche no sería tan útil como
solía. La implicación lógica es que entonces uno debe cambiar lo antiguo
por lo nuevo. Un cambio, digamos, generacional.
La tercera lección es que, cuando finalmente cambiaba de coche, se
compraba uno... ¡de la misma marca! “Naturalmente –decía el viejo
profesor–, si el que hemos tenido hasta ahora ha funcionado, lo normal
es que sigamos confiando y adquiramos una versión moderna de la misma
denominación.” Sabiduría pura.
Hace 23 años, los catalanes, ilusionados, nos compramos un vehículo
nuevo. Era un “dos caballos” aunque parecía un 4x4: subía al Canigó, se
paseaba por toda Catalunya cada fin de semana y viajaba por Europa y el
mundo. Ha sido un buen coche. Un gran coche. Fieles a nuestro sentido
común, no lo hemos cambiado “porque todavía funcionaba”. Pero el tiempo
pasa y ha llegado el momento de comprar uno nuevo. La pregunta es: ¿cuál?
Al escoger, debemos tener en cuenta un par de cosas. Primero, el barrio
no es lo que era hace 23 años. A finales de los setenta, nuestros
vecinos nos dijeron que querían un proyecto común, en el que nuestro
hecho diferencial sería respetado. Nos los creímos. Pero luego vino el
del “¡que se sienten coño!” y todo se transformó. Por un lado, los
vecinos que parecían más dispuestos a defender nuestra diferencialidad
propusieron aquello de “por el cambio”. Y cambiaron. ¡Y tanto que
cambiaron! Empezaron por retractarse de todas sus promesas. Luego se
vendieron el coche y se compraron un carrusel donde había “gente guapa”,
“movidas madrileñas”, “GALerías” de tiro al blanco, y donde los
espabilados se enriquecían de la noche a la mañana gracias a los
pelotazos y a la corrupción. Incluso organizaban juergas donde se servía
café para todos y donde la taza más pequeña siempre era para nosotros.
Sus absurdos caballitos daban vueltas y más vueltas sin llevarnos a
ninguna parte. Eso sí, nos cobraban el 10 por ciento de nuestra renta
como si nos condujeran al paraíso.
Por otro lado, los vecinos del pádel también cambiaron de coche. Éstos
se compraron... ¡unos autos de choque! Y desde entonces no han hecho
nada más que colisionar con todo el mundo. Los que más han recibido son
los amigos pelotaris, pero a nosotros también nos han dado: nos robaron
las matrículas, nos hicieron quitar las CAT, no nos dejan ir a competir
con la selección de coches de nuestro barrio, nos prohíben hacer opas
sobre otros vehículos,
nos prometen trenes que no llegan y se llevan el agua. Es más, al igual
que los “compañeros del cambio”, nos siguen cobrando el 10 por ciento de
la renta y nos siguen dando la taza de café más pequeña.
El segundo aspecto que tener en cuenta a la hora de comprar automóvil es
que la tecnología ha evolucionado. Muchas de las cosas que queremos hoy
no existían hace 23 años: frenos ABS, luces antiniebla, climatizador,
elevalunas eléctrico y... ¡airbag! ¡No olvidemos el airbag! Necesitamos
uno para protegernos de las locuras y arbitrariedades de nuestros
vecinos, especialmente los de los autochoques. El mejor airbag del
mercado es de la marca Estatut. Con él, nuestra economía, nuestras
finanzas, nuestra lengua, nuestras pensiones, nuestras escuelas,
nuestros aeropuertos, nuestras autopistas y nuestra autonomía no
dependerán de si los vecinos del cuarto (los de Segovia) le dan la
mayoría absoluta a uno u otro en las elecciones a la presidencia de la
escalera. Muy importante.
Dicho esto, se nos ofrecen dos opciones con posibilidades reales. La
primera es un Seat 1500 de los años setenta. En su día, un bonito y
carismático coche “de diseño”. No hay duda de que comprarlo sería otro “cambio”,
pero un cambio hacia el pasado. Porque en el año 2003, el Seat 1500 es
un coche anticuado, sin recursos, cansado e incapaz. Una pieza de museo
sin entusiasmo ni energía.
La otra opción es un vehículo nuevo de verdad, moderno, tecnológicamente
avanzado. Un todoterreno, trabajador infatigable, de probada eficacia y
absolutamente preparado. Y lo más importante, no depende de los vecinos
que tanto nos perjudicaron cuando ellos repartían el café.
Ante estas opciones, ¿con cuál me quedaría? Yo, la verdad, no quiero
antiguallas del pasado sino modernidad para el futuro. No quiero carisma
sino eficacia. No quiero un coche que dependa de otros, sino uno que nos
saque de ese vecindario que nos incomoda y nos hunde. No quiero
“disseny” sino “seny”. No quiero reliquias fatigadas y sin ganas. Al
contrario, quiero ambición. Quiero un coche que me permi-
ta soñar con un mundo sin las fronteras que actualmente coartan nuestra
libertad. Sí. Eso mismo. Quiero un coche sin límites. Un coche sin
dependencias. Un coche sin fronteras. Un coche para volar.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Universidad de Harvard y UPF
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