Jefferson no era catalán
EL SEÑOR DOBADO ME acusa de ser
contradictorio porque “un liberal como yo” no debería
estar a favor de la “independencia” |
|
 |
XAVIER SALA I MARTIN -
04:46 horas - 17/03/2003
En un descanso del curso que di el verano pasado en la Menéndez
Pelayo, una estudiante me preguntó cómo podía ser que todavía
tuviera acento catalán después de vivir casi 20 años en
Estados Unidos. La verdad es que me quedé atónito, y no porque
creyera que la chica –que, por cierto, tenía acento sevillano–
quisiera insultarme. Me quedé de piedra porque su curiosidad
reflejaba la creencia de que el acento catalán no es
“normal”. Al menos, no como el madrileño, extremeño o
andaluz. Al fin y al cabo, no creo que esperara que un andaluz,
tras 20 años en el extranjero, regresara con acento de... ¡Valladolid!
(sin acento, pronunciado Valladoliz). Para ella, tener acento
catalán era equivalente a hablar mal el español. Y es que los
catalanes tenemos la manía de utilizar esa “otra” lengua
peculiar que nos impide hablar “correctamente” el castellano
y, claro, esa “enfermedad” se debería curar estando lejos
de Catalunya.
Tras ese episodio, he ido observando que son muchos los españoles
que creen que ser catalán es una dolencia que nos nubla el
cerebro y que no sólo distorsiona nuestra parla, sino que a
menudo nos impide razonar. Un ejemplo reciente lo tenemos en el
artículo “Algunas falacias económicas” publicado en “La
Vanguardia” el 3 de marzo por el profesor Rafael Dobado González
y que era un resumen de otro trabajo llamado “Algunas falacias
de ciertos nacionalismos”. El autor se sorprende al ver como
un “economista internacional y merecidamente famoso como el
profesor Sala i Martín” (gracias por los piropos) relega su
“componente racional, liberal y cosmopolita a favor del
sentimental, identitario y particularista” al hablar de la
relación fiscal entre Catalunya y España. El señor Dobado
parece creer que cuando escribo sobre crecimiento, macroeconomía,
paro, finanzas internacionales, salud pública o desarrollo económico
soy “una inteligencia económica de primera fila”. Pero
cuando lo hago sobre Catalunya, mi mente se ofusca con el mismo
virus sentimental que me provoca el acento y me obliga a hablar
desde los “prejuicios ideológicos”.
El profesor critica mi artículo “Una, Grande y Libre”
publicado en “La Vanguardia” hace casi dos años (sí, sí,
dos años; y es que, a la hora de razonar, unos son más rápidos
y otros menos). Pues bien, don Rafael dice que mi escrito es
falaz porque (a) la región con mayor déficit fiscal no es
Catalunya sino Madrid y (b) la más rica de España no es
Catalunya sino Madrid.
Vayamos por partes. El déficit fiscal regional estima la
diferencia entre los impuestos que pagan los ciudadanos de cada
región y los gastos públicos que corresponden a esa comunidad.
Uno de los problemas estadísticos estriba en asignar los gastos
que se realizan en la capital, pero que benefician a todas las
comunidades. Por ejemplo, se podría decir que el Ministerio de
Educación beneficia a todos los españoles y, por lo tanto, el
salario del ministro se debe asignar equitativamente a todas las
regiones. Calculado así, el saldo fiscal de Madrid durante los
años noventa es, efectivamente, más negativo que el de
Catalunya (204.000 pesetas y 139.000 por habitante
respectivamente, según el estudio de Barberán, Bosch, Castells,
Espasa y Rodrigo). Pero uno podría decir con igual rigor que el
salario del ministro se gasta en Madrid y, por lo tanto,
beneficia “monetariamente” a restaurantes, gasolineras y
tiendas madrileños, por lo que debería ser imputado a esa
comunidad. Si se calcula de esa manera, el déficit madrileño
pasa a ser de 49.000 pesetas por habitante mientras que el catalán
sube a 173.000. Curiosamente, el señor Dobado ignora el análisis
monetario... y uno no puede dejar de preguntarse si con ello
incurre en algún tipo de falacia “sentimental, identitaria y
particularista”.
Segundo, es cierto que Madrid, en la actualidad, tiene una renta
per cápita más alta que Catalunya. ¡Sólo faltaría! Después
de décadas de realizar el 8,5% de las inversiones españolas en
Catalunya cuando la media de población recomendaría el 16%, es
normal que ésta no haya crecido a su ritmo potencial. La política
de inversiones públicas de los sucesivos gobiernos del Estado
ha sido profundamente radial y discriminatoria hacia la
periferia. Y eso no lo digo yo, ¡lo dicen entidades tan poco
sospechosas de padecer el virus catalanista como el Círculo de
Economía! Es como si el sheriff de Nottingham, después de
confiscar la riqueza de todos los ciudadanos e invertirla en el
centro de Sherwood, dijera airado que nadie tiene derecho a
quejarse porque, al fin y al cabo, ¡la zona centro es la más
rica del bosque!
Lo que me lleva al último punto. El señor Dobado me acusa de
ser contradictorio porque “un liberal como yo” no debería
estar a favor de la “independencia”, ni aunque lo quieran la
mayoría de sus ciudadanos. Aquí don Rafael vuelve a demostrar
un gran desconocimiento. Le recordaré simplemente lo que
escribió uno de los padres del liberalismo del siglo XVIII:
“Cuando el Estado no contribuye a garantizar el derecho a la
consecución de la felicidad (...) el pueblo tiene el derecho,
mejor dicho, la obligación de cambiarlo”. Lo escribía Thomas
Jefferson –por cierto, tras quejarse del trato fiscal que
recibían por parte de Inglaterra– en la declaración de
independencia (repito, independencia) de Estados Unidos. Es
decir, cuando lo dice Jefferson, el discurso forma parte del
liberalismo clásico. Pero cuando lo digo yo, se trata de una
“falacia nacionalista” que contradice el pensamiento
liberal. Supongo que es porque Thomas Jefferson no era catalán.
X. SALA I MARTIN, Fundació Catalunya
Oberta, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23
|