La privatización del Gobierno
EL CASO DE NIGERIA demuestra que el
sector público fracasa, por lo que propongo que el
dinero de su petróleo vaya directamente a sus
habitantes |
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XAVIER SALA I MARTÍN -
08:15 horas - 17/04/2003
A quien votarían ustedes si los únicos candidatos
presidenciales fueran Francisco Franco Bahamonde y Miguel Primo
de Rivera? Difícil, ¿no? Pues un dilema parecido es el que
tiene el pueblo nigeriano en las elecciones que pasado mañana
enfrentan a dos ex dictadores militares: Olusegun Obasanjo y
Mohamed Buhari.
El camino para llegar a este punto ha sido tortuoso. Durante la
época colonial, los británicos hicieron de este país africano
un rico exportador de aceite de palmera. Poco antes de la
independencia, la Shell descubrió petróleo en el delta del Níger.
La nueva riqueza prometía tiempos felices..., promesas que
nunca se hicieron realidad: el país es más pobre hoy que
cuando nació, el 1 de octubre de 1960.
Cuando todavía no había cumplido 10 años, Nigeria sitió
militarmente a la región separatista de Biafra y no dejó
entrar alimentos durante meses. Dos millones de ciudadanos
murieron en la que fue una de las peores hambrunas que jamás ha
visto el hombre. El general que dirigió esa cruel campaña
militar no fue otro que el hoy candidato Olusegun Obasanjo. El
mismo Obasanjo que heredó el gobierno a finales de los setenta
tras el asesinato del presidente general Murtala Mohamed. A
favor de Obasanjo hay que decir que, en 1979, devolvió el
gobierno a los civiles tras unas elecciones que ganó Shehu
Shagari. Y fue precisamente ese Gobierno democrático el que fue
derrocado en 1983 por un sanguinario general llamado (¿sorpresa?)
Mohamed Buhari: ¡el otro candidato a las elecciones del domingo!
Así está el patio, señores. Pero la cosa no acaba aquí:
Buhari fue depuesto por Ibrahim Babangida y éste por Sani
Abacha, un general tan famoso por su crueldad como por su
insaciable apetito sexual. Abacha murió de placer (literalmente)
en medio de una orgía con mujeres indias tras una sobredosis de
viagra. Aunque dicen los nigerianos –grandes admiradores de
Maradona– que la muerte del dictador sí fue obra de “la
mano de Dios”, la intervención divina nunca quedó plenamente
demostrada. Sea como fuere, la fatal erección permitió la
celebración de elecciones. Erecciones que dan paso a elecciones...
¡Esto es Nigeria! El caso es que un Obasanjo disfrazado de
civil y recién salido de la cárcel volvió al poder, esta vez
democráticamente, en 1999. Y el domingo se presenta a la
reelección.
La de Nigeria es una historia de corrupción causada por el petróleo.
Es la misma historia que ha impedido que Congo, Sierra Leona,
Venezuela y tantos otros países ricos en recursos naturales no
hayan encontrado el camino del desarrollo. La lucha por el
control de la riqueza natural siempre acaba gangrenando la
economía con el cáncer de la corrupción. Las monumentales
montañas de dinero extraídas del subsuelo nunca llegan a los
ciudadanos. El crimen y los sobornos no sólo hacen que
desaparezca la riqueza petrolífera, sino que acaban ahogando a
los sectores económicos, como el del aceite de palmera, que
funcionaban antes de que llegara el maleficio del oro negro.
En Nigeria, la manera más fácil de hacerse rico es la política.
Las personas con más talento del país no se dedican a producir
bienes sino a extraer rentas por medio del sector público. Como
ejemplo, diré que el Gobierno nigeriano ha gastado más de
10.000 millones de dólares desde 1979 en construir un complejo
acerero en Ajaokuta. Muchos se han enriquecido con las
comisiones, pero la fábrica nunca ha producido una sola barra
de acero. Mientras tanto, escuelas, hospitales y demás
servicios se deterioran sin que los políticos hagan nada.
¿Cómo se arregla todo este caos? No es fácil. Pero en un
reciente estudio, el doctor Arvind Subramanian y yo, tras
constatar que el principal problema es la corrupción del sector
público causada por la lluvia de dinero fácil que proviene de
la venta de crudo, proponemos una solución: que el dinero del
petróleo vaya directamente a los ciudadanos sin pasar por el
Estado. Para ello, sugerimos la creación de un fondo que
ingrese todo el dinero de la venta de petróleo y cuyo
propietario sea el pueblo nigeriano. A principios de año, cada
ciudadano recibirá un cheque en concepto de dividendos. Según
nuestra propuesta, el Gobierno se quedará sin ingresos petrolíferos.
A cambio, no se hará responsable de los servicios públicos –cosa
que, entre ustedes y yo, hace años que sucede– a no ser que
lo quiera la gente. Al igual que pasa con los estados que no
tienen recursos naturales, si el Gobierno quiere gastar dinero,
deberá poner impuestos a los individuos. Y todos sabemos que es
muy difícil robar a las familias una vez que el dinero está en
su poder, si, a cambio, el Gobierno no proporciona servicios
satisfactorios. En este sentido, la democracia que actualmente
existe en Nigeria representa una oportunidad para que la
ciudadanía decida con sus votos cómo gastar sus nairas: quizá
decida pagar impuestos para el Gobierno central, quizá opte por
dar el dinero a entes locales, que son más fáciles de
controlar directamente por la sociedad civil, o quizá prefiera
quedarse el dinero y pagar escuelas y hospitales privados. Sea
cual sea su decisión, lo importante es que el dinero será suyo
y no de los políticos.
Los intelectuales de la socialdemocracia se pasan el día
intentando encontrar fracasos del mercado y de la iniciativa
privada para justificar la intervención del Estado. El caso de
Nigeria demuestra que, demasiado a menudo, el que fracasa es el
sector público. Y claro, la misma lógica indica que la solución
en estos casos es la privatización del Gobierno.
X. sala i martín, Fundació Catalunya
Oberta, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23
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