X. SALA I MARTÍN, Fundació
Catalunya Oberta, Universidad de Harvard y UPF www.columbia.edu/%7exs23
LA EVIDENCIA A FAVOR de la teoría del cambio climático no es tan
“aplastante” como el profesor Llebot pretende hacernos creer
XAVIER SALA I MARTÍN
Con los ojos del devoto
LA VANGUARDIA - 03:46 horas -
09/10/2003
Sus señorías ya sabrán que un inexplicable cambio climático está
afectando a las regiones polares. El frío que durante siglos ha
convertido a los mares del Ártico en barreras impenetrables está
desapareciendo rápidamente. El deshielo se ha acelerado especialmente en
estos dos últimos años.” Sir Joseph Banks, presidente de la Royal
Society de Londres.
Estas sabias palabras serían causa de alarma si no fuera por el hecho de
que fueron pronunciadas ¡en 1820! y es que la propensión de algunos
científicos al alarmismo viene de lejos. En 1789, Malthus predijo
hambrunas en Europa debido a la sobrepoblación (entre paréntesis, eso
nunca pasó). En 1865, Jevons dijo que el carbón se agotaría en una
década (no pasó). En 1939, el departamento de Estado norteamericano
pronosticó que el petróleo se acabaría en catorce años (no pasó). En
1972, el Club de Roma vaticinó que nos quedaríamos sin petróleo en 1990
(no pasó). También se auguró la defores- tación de Europa, la lluvia
ácida, la extinción de los elefantes, la multiplicación de las hambrunas
y el agotamiento de las reservas de zinc, plomo, gas natural, estaño y
aluminio. No pasó, no pasó y no pasó.
En 1975 personajes como Paul Ehrlich o Lester Brown aseguraban sin rubor
que “existe un consenso entre los científicos de todo el mundo de que el
planeta se ha enfriado 0,5 grados desde 1964 por culpa de la emisión de
CO2”. Digo sin rubor porque esos mismos señores aseguran ahora que el
CO2 no enfría sino que calienta la Tierra. Ahora resulta que las
temperaturas han subido 0,6 grados entre 1880 y el año 2000. Numerosos
estudios, entre los que destaca el IPCC de la ONU, afirman que la década
más cálida del milenio es la de 1990 y el año más caluroso de la
historia 1998. Se profetizan aumentos de hasta 5 grados en el próximo
siglo, el deshielo de los polos, el aumento del nivel del mar,
inundaciones, tormentas y otras catástrofes.
En medio de todo este espectáculo, el señor Josep Enric Llebot nos
ilumina con un artículo (2/X/2003) donde censura mi escepticismo. Con
todo el respeto para el profesor: con el currículum de aciertos que
tienen los medioambientalistas, ¿cómo quiere que no sea escéptico? Y no
me diga que hay un “gran consenso científico” porque hace sólo 30 años
el “consenso” decía que ¡nos íbamos a congelar! Claro que también soy
escéptico por otras razones. No. No diré aquello de que si los
meteorólogos son incapaces de predecir el tiempo de la semana que viene,
¿cómo se va a fiar uno de las predicciones sobre el próximo siglo?
Hablaré, como pide el profesor, de los datos. Primero, la mayor parte
del aumento de 0,6 grados que se midió durante el siglo XX ocurrió antes
de 1940. Es decir, antes de las grandes emisiones de CO2.
Segundo, el aumento de temperaturas según los termómetros terrestres es
superior a lo que miden los satélites. La discordancia se puede deber al
calor de las ciudades o al cierre de estaciones meteorológicas en
Siberia por los problemas presupuestarios de Rusia (el cierre de
estaciones frías hace aumentar la media). Además, las temperaturas en el
hemisferio sur no han subido, en contra de lo que dice la teoría. Sea
como fuere, hasta que no se resuelvan estas discrepancias, seguirán las
dudas.
Tercero, eso de que “la década más calurosa del último milenio es la de
los noventa” sólo es cierto si se ignora el “cálido periodo medieval”
que va del año 700 al 1300. Eso es precisamente lo que hace el estudio
del profesor Michael Mann, trabajo que la ONU acogió con los brazos
abiertos a pesar de que contradice toda la evidencia existente sobre el
clima del medievo. Ignorar los datos que van contra la teoría de uno es
científicamente poco ético. Es más, Mann utiliza los anillos de los
árboles para “medir” las temperaturas de los primeros 900 años del
milenio y los termómetros para el último siglo. Cualquier persona
versada en estadística sabe que juntar series tan distintas es un
disparate metodoló- gico y que las conclusiones que se derivan de ello
son extremadamente sospechosas.
Cuarto, para demostrar la validez de la teoría del cambio climático no
sólo hay que verificar que las temperaturas han subido (cosa que, como
he dicho en otras ocasiones en este periódico, seguramente es cierta),
sino que hay que demostrar que ese aumento no forma parte de las
fluctuaciones naturales del planeta. Ahí, señor Llebot, la evidencia
científica es todavía más frágil.
Quinto, el estudio del IPCC contiene graves errores económicos. En
concreto, los escenarios más “pesimistas” (es decir, los que predicen un
aumento mayor de temperaturas en los próximos cien años) presuponen que
la renta de los países pobres va a converger a la de los ricos. El
problema es que se utilizan datos de renta sin corregir por la paridad
del poder adquisitivo. Otro craso error metodológico que exagera el
crecimiento necesario para la convergencia y, por tanto, exagera la
cantidad de emisiones y las temperaturas previstas para el próximo siglo
(entre paréntesis, calificar de “pesimistas” los escenarios en los que
los países pobres se hacen ricos simplemente porque eso genera mayores
emisiones es una obscenidad moral. Si para que los pobres dejen de serlo
las temperaturas del planeta tienen que aumentar un par de grados en los
próximos cien años, ¿no creen que valdría la pena?)
En resumen, la evidencia a favor de la teoría del cambio climático no es
tan “aplastante” como el profesor Josep Enric Llebot pretende hacernos
creer. Eso sí, hay que mirar los datos de manera imparcial y no con los
ojos del devoto. |