Nuestra Familia
No se lo creerán
ustedes pero cada año, cuando llega el mes de junio, me pongo enfermo. Muy
enfermo. No es que sea alérgico a la primavera, al polen o a las mariposas.
Tampoco es que me deprima porque, con el final de temporada me doy cuenta de que
el Barça no ha vuelto a ganar nada. El malestar me viene porque tengo que hacer
la declaración de la renta, ese nefasto invento del estado según el cual,
alguien que no conoces está legalmente autorizado a quitarte un dinero que
nunca sabes adónde va a parar. Y es que con el sistema que tenemos, los ciudadanos pagamos y los políticos
gastan sin que nosotros podamos opinar.
Bueno,
no. La verdad es que los contribuyentes podemos tomar una pequeña decisión:
poner o no poner una cruz en las casillas 91 y 92, que asignan el 0,52% de
nuestro tributo a la iglesia católica o a las ONGs respectivamente. Pero esta
minúscula elección no da mucho margen de maniobra. Por ejemplo, no nos permite
decidir a qué iglesia va a parar el dinero de la casilla 91. Hoy por hoy, la
mayoría de españoles son católicos pero cada vez hay más contribuyentes
seguidores del Dalai Lama o del Mulá Omar, cuyos derechos fiscales deberían
ser equiparables a los de los católicos. Entre éstos debería estar el de
poder escoger que el 0,52% de sus impuestos vaya a financiar sus instituciones
religiosas.
Otro
problema es que tampoco podemos elegir a qué ONG o a qué proyecto social se
dedica el dinero de la casilla 92. En primera instancia, el dinero va al estado.
Luego, las ONGs presentan sus proyectos al ministerio de trabajo y asuntos
sociales (o bien al de asuntos exteriores si se trata de programas de desarrollo
internacional), y finalmente algún burócrata anónimo decide cómo se reparte
el dinero entre los diferentes proyectos.
Yo,
lo confieso, nunca pongo una X en la casilla 92. Y no es que yo esté contra las
ONG en general, ni mucho menos. Pienso que algunas de ellas hacen una gran
labor. Médicos sin fronteras, por ejemplo, lleva a cabo una memorable acción
humanitaria por todo el planeta. El problema es que, además de las realmente útiles,
hay un sinfín de ONGs (cerca de 11.000, si nos ceñimos a las que están
registradas en el ministerio de trabajo) que parecen existir simplemente para
pedir subvenciones estatales. Algunas de ellas fueron creadas por emprendedores
espabilados que saben cómo funciona el mundo de las subvenciones públicas (como
dice mi amigo Ferran Sáez, llegará el día en que se cree una ONG
llamada “Aduaneros sin Fronteras”). Otras fueron creadas con unos
clarísimos objetivos políticos, pero al no poder obtener financiación como
partidos por falta de clientela, se vistieron de humanitarios para poder cobrar
como ONGs. A mí, como contribuyente, me gustaría poder dar dinero a médicos
sin fronteras y no a los activistas políticos disfrazados de samaritanos o a
los listillos que crean ONGs simplemente para recaudar dinero público. Pero
como el sistema no me permite decir a qué ONG financio, pues prefiero que no se
lo den a nadie. Es más: si son realmente organizaciones No Gubernamentales, ¿no
es una contradicción que estén financiadas por el gobierno?
Tampoco
me gusta la definición que se usa de lo que es una “obra social”. Desde mi
punto de vista, una buena obra sería la financiación de investigación y
desarrollo. Uno de los problemas más importantes al que se enfrenta la
humanidad es la catástrofe de la salud pública que amenaza a una tercera parte
de la población africana. Enfermedades como la malaria y el sida están
masacrando al continente más pobre del planeta y la única solución es que
alguien invente vacunas. Como ya he explicado en artículos anteriores, el
remedio pasa por la creación de un fondo que, una vez inventada la vacuna,
compre millones de unidades a precio de mercado y las regale a los ciudadanos
africanos. Eso incentivaría la inversión en I+D, aceleraría la aparición de
la cura que buscamos y salvaría millones de vidas. Otros proyectos de I+D
importantes intentarían mejorar la productividad agrícola en zonas tropicales
o desérticas, que es donde viven la mayor parte de pobres del planeta. Invertir
en I+D para promocionar este tipo de inventos es de lo más humanitario que
podemos hacer con nuestro dinero... pero el gobierno no nos pone una casilla
para que asignemos nuestros impuestos a esa finalidad.
En
un terreno aparentemente menos serio, estoy seguro que muchos contribuyentes
querrían que sus impuestos pudieran financiar instituciones “sociales”
“sin ánimo de lucro” como el F.C. Barcelona. Sí, ya sé que puede parecer
un poco frívolo, pero creo que refleja el hecho de que, si la gente pudiera
escoger dónde va su “obra social”, seguramente el dinero no iría a parar
al mismo sitio en el que acaba ahora. Además, dado el estado actual de la
economía del Barça, ¡cualquier ayuda debería ser catalogada de humanitaria!
Finalmente,
nunca marco la casilla 92 porque creo que el voluntariado y la caridad deberían
ser, pues eso: ¡voluntarios! Es
decir, además de dar ese dinero a la iglesia o a las ONGs... los ciudadanos
deberíamos tener la opción de no dárselo a nadie. En la actualidad, si no
ponemos una X en esa casilla, el dinero se lo queda el estado. Soy de la opinión
que debería volver al contribuyente para que se lo pueda gastar como mejor
le parezca. Al fin y al cabo, la mejor organización no gubernamental sin ánimo
de lucro y la que mejor practica la benevolencia, es aquella gran institución
filantrópica y altruista que nos ha criado a todos: nuestra familia.
Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra
© Xavier Sala-i-Martín, 2003.