Nuestra familia
ALGUIEN QUE NO conoces está
legalmente autorizado a quitarte un dinero que nunca
sabes adónde va a parar |
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XAVIER SALA I MARTÍN -
03:46 horas - 17/06/2003
No se lo creerán ustedes, pero cada año, cuando llega el mes
de junio, me pongo enfermo. Muy enfermo. No es que sea alérgico
a la primavera, al polen o a las mariposas. Tampoco es que me
deprima porque, con el final de temporada, me dé cuenta de que
el Barça no ha vuelto a ganar nada. El malestar me viene porque
tengo que hacer la declaración de la renta, ese nefasto invento
del Estado según el cual alguien que no conoces está
legalmente autorizado a quitarte un dinero que nunca sabes adónde
va a parar. Y es que con el sistema que tenemos, los ciudadanos
pagamos y los políticos gastan sin que nosotros podamos opinar.
Bueno, no. La verdad es que los contribuyentes podemos tomar una
pequeña decisión: poner o no poner una cruz en las casillas 91
y 92, que asignan el 0,52% de nuestro tributo a la Iglesia católica
o a las ONG respectivamente. Pero esta minúscula elección no
da mucho margen de maniobra. Por ejemplo, no nos permite decidir
a qué iglesia va a parar el dinero de la casilla 91. Hoy por
hoy, la mayoría de los españoles son católicos, pero cada vez
hay más contribuyentes seguidores del Dalai Lama o del mulá
Omar, cuyos derechos fiscales deberían ser equiparables a los
de los católicos. Entre éstos debería estar el de poder
escoger que el 0,52% de sus impuestos vaya a financiar sus
instituciones religiosas. Otro problema es que tampoco podemos
elegir a qué ONG o proyecto social se dedica el dinero de la
casilla 92. En primera instancia, el dinero va al Estado. Luego,
las ONG presentan sus proyectos al Ministerio de Trabajo y
Asuntos Sociales (o bien al de Asuntos Exteriores si se trata de
programas de desarrollo internacional), y finalmente algún burócrata
anónimo decide cómo se reparte el dinero entre los diferentes
proyectos.
Yo, lo confieso, nunca pongo una X en la casilla 92. Y no es que
yo esté contra las ONG en general, ni mucho menos. Pienso que
algunas de ellas hacen una gran labor. Médicos sin Fronteras,
por ejemplo, lleva a cabo una memorable acción humanitaria por
todo el planeta. El problema es que, además de las realmente útiles,
hay un sinfín de ONG (cerca de 11.000, si nos ceñimos a las
que están registradas en el Ministerio de Trabajo) que parecen
existir simplemente para pedir subvenciones estatales. Algunas
de ellas fueron creadas por emprendedores espabilados que saben
cómo funciona el mundo de las subvenciones públicas (como dice
mi amigo Ferran Sáez, llegará el día en que se cree una ONG
llamada “Aduaneros sin Fronteras”). Otras fueron creadas con
unos clarísimos objetivos políticos, pero al no poder obtener
financiación como partidos por falta de clientela, se vistieron
de humanitarios para poder cobrar como ONG. A mí, como
contribuyente, me gustaría poder dar dinero a Médicos sin
Fronteras y no a los activistas políticos disfrazados de
samaritanos o a los listillos que crean ONG simplemente para
recaudar dinero público. Pero como el sistema no me permite
decir a qué ONG financio, prefiero que no se lo den a nadie. Es
más: si son realmente organizaciones no gubernamentales, ¿no
es una contradicción que las financie el Gobierno?
Tampoco me gusta la definición que se usa de lo que es una
“obra social”. Desde mi punto de vista, una buena obra sería
la financiación de investigación y desarrollo. Uno de los
problemas más importantes al que se enfrenta la humanidad es la
catástrofe de la salud pública que amenaza a una tercera parte
de la población africana. Enfermedades como la malaria y el
sida están masacrando al continente más pobre del planeta y la
única solución es que alguien invente vacunas. Como ya he
explicado en artículos anteriores, el remedio está en la
creación de un fondo que, una vez inventada la vacuna, compre
millones de unidades a precio de mercado y las regale a los
ciudadanos africanos. Eso incentivaría la inversión en I+D,
aceleraría la aparición de la cura que buscamos y salvaría
millones de vidas. Otros proyectos de I+D importantes intentarían
mejorar la productividad agrícola en zonas tropicales o desérticas,
que es donde vive la mayor parte de los pobres del planeta.
Invertir en I+D para promover estas iniciativas es de lo más
humanitario que podemos hacer con nuestro dinero..., pero el
Gobierno no nos pone una casilla para que asignemos nuestros
impuestos a esa finalidad. En un terreno aparentemente menos
serio, estoy seguro de que muchos contribuyentes querrían que
sus impuestos pudieran financiar instituciones “sociales”
“sin ánimo de lucro” como el FC Barcelona. Sí, ya sé que
puede parecer un poco frívolo, pero creo que refleja el hecho
de que, si la gente pudiera escoger dónde va su “obra
social”, seguramente el dinero no iría a parar al mismo sitio
en el que acaba ahora. Además, dado el estado actual de la
economía del Barça, ¡cualquier ayuda debería ser catalogada
de humanitaria!
Finalmente, nunca marco la casilla 92 porque creo que el
voluntariado y la caridad deberían ser, pues eso: ¡voluntarios!
Es decir, además de dar ese dinero a la Iglesia o a las ONG...
los ciudadanos deberíamos tener la opción de no dárselo a
nadie. En la actualidad, si no ponemos una X en esa casilla, el
dinero se lo queda el Estado. Soy de la opinión de que debería
volver al contribuyente para que se lo pueda gastar como mejor
le parezca. Al fin y al cabo, la mejor organización no
gubernamental sin ánimo de lucro y la que mejor practica la
benevolencia es la gran institución filantrópica y altruista
que nos ha criado a todos: nuestra familia.
X. SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya
Oberta, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23
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