La esperanza de África
LA ELIMINACIÓN DE LA protección agrícola
en Europa y EE.UU. aumentaría el PIB africano en unos
100.000 millones de euros anuales |
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XAVIER SALA I MARTÍN -
06:16 horas - 13/02/2003
Después de asistir a docenas de reuniones, comidas y cenas en
el marco del Forum Económico Mundial, me fui de Davos
convencido de que el mundo está empezando a cambiar. Por
primera vez en muchos años, me pareció ver luz al final del túnel
del tercer mundo. El problema económico más importante al que
se enfrenta la humanidad es la pobreza de África. Desde la
independencia hasta finales de los ochenta, se afrontó el
problema con donaciones y planificación central. La cosa fue un
fracaso total. Durante los noventa, siguieron las limosnas y se
introdujeron políticas parcialmente liberalizadoras impuestas
desde el norte. Algunos países empezaron a progresar, pero no
lo suficiente como para cantar victoria. Mientras tanto, los países
ricos han seguido creciendo y ampliando diferencias.
Siempre he creído que el problema de África no se solucionaría
hasta que los propios gobiernos pusieran su casa en orden. Y es
ahí donde vi señales muy positivas en Davos. Durante una cena
de líderes africanos (quienes, por cierto, tuvieron un alto
grado de protagonismo en el forum este año), un dirigente de la
ONG Oxfam le preguntó en voz baja al presidente de Senegal,
Abdoulaye Wade, que cómo pensaba aliviar los males que la
globalización estaba causando en su país. Su sorpresa fue mayúscula
cuando Wade contestó: “¿Qué globalización?, ¿qué
mercados? ¡La globalización todavía no ha llegado a África y
mi gobierno está haciendo todo lo posible para que llegue
pronto y podamos beneficiarnos de ella!”. Ante una respuesta
tan clara, yo sólo pude exclamar: “¡Bravo!”.
En la misma reunión, los presidentes Obasanjo de Nigeria, Mbeki
de Sudáfrica y Mkapa de Tanzania hablaron en términos
similares. Expresaron la necesidad de que los gobiernos
africanos garanticen la paz y la estabilidad ya que la
incertidumbre política perjudica la inversión. Dijeron que se
requieren gobiernos que garanticen el cumplimiento de la ley y
el mantenimiento de los derechos de propiedad, que eliminen las
trabas burocráticas que impiden la creación de empresas y que
luchen contra la corrupción que plaga la administración pública.
Sin estos requisitos, decían convencidos, la globalización y
el progreso nunca llegarán al continente negro. Me dio la
impresión de que, por fin, algunos líderes africanos estaban
dispuestos a poner orden en sus países. Pero los africanos no
podrán solucionar sus enormes problemas sin la ayuda de los países
ricos. Y cuando digo ayuda, no me refiero solamente a darles
limosnas sino más bien a dejarles trabajar, producir y vender
en los mercados mundiales. El año pasado, 40 millones de litros
de leche se echaron a perder en el norte de Tanzania mientras
los supermercados de la capital, Dar es Salaam, solamente vendían
leche holandesa. ¿Cómo es posible que sea más barato comprar
leche holandesa que leche tanzana en Tanzania? La explicación
es bien simple: los productos europeos disfrutan de obscenas
subvenciones, lo que les permite competir (deslealmente) con los
de los países pobres. Los contribuyentes europeos y americanos
pagamos más de mil millones de euros diarios (repito, diarios)
en subvenciones y protecciones agrícolas. Con esa extravagante
cantidad se podría invitar a cada una de las vacas europeas a
pasar un mes de vacaciones en un hotel de cinco estrellas en las
Bahamas, con viaje de ida y vuelta en avión de primera clase.
¡Quién está loco no son las vacas, sino nuestras autoridades!
“No queremos limosnas”, decía indignado Wade, “queremos
que nos dejen trabajar y competir en condiciones justas”. Y el
presidente del Senegal tenía toda la razón. La solidaridad no
se manifiesta condenando a los ciudadanos africanos a depender
perpetuamente de nuestra caridad, sino permitiendo que se ganen
la vida dignamente vendiendo los frutos de su trabajo en
condiciones de igualdad. Y la eliminación de nuestras
subvenciones agrícolas debería ser el primer paso para
conseguir esa igualdad. Se calcula que la eliminación de la
protección agrícola en Europa y Estados Unidos aumentaría el
PIB africano en unos 100.000 millones de euros anuales. Es
importante recordar que el total de la deuda africana que se
busca condonar asciende “solamente” a 130.000 millones. ¡La
posibilidad de ganar 100.000 millones cada año deja pequeños
los beneficios de perdonar la deuda una sola vez! En este
sentido, sería importante que las ONG que intentan moldear la
opinión pública a favor de la condonación de la deuda,
dedicaran una parte importante de sus energías a crear un
movimiento de oposición al pernicioso (y costoso)
proteccionismo de los países ricos. Los resultados de dicha
campaña serían mucho más beneficiosos para África. No
obstante, eso no será nada fácil puesto que los agricultores
europeos forman un poderoso y violento “lobby” que bloquea
carreteras y quema camiones con suma facilidad. De hecho, es irónico
que uno de los líderes del movimiento antiglobalización es un
tal José Bové, caricaturesco pastor francés con un extenso
currículo de vandalismo en su haber. El movimiento que lidera
ese señor se opone a la globalización porque, según dicen,
perjudica a los países pobres. Pero a Bové no le interesan
para nada los países pobres. Él sólo quiere proteger las
rentas de los agricultores franceses a través del chantaje político
violento. Y dada la peculiar propensión de las autoridades
europeas a bajarse los pantalones ante los chantajistas, quien
acaba perdiendo son los más pobres de los pobres, los
ciudadanos africanos. En Davos me dio la sensación de que los líderes
del tercer mundo están cambiando para bien. Que cambien los
europeos va a ser mucho más difícil, pero mantengo la
esperanza.
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