... no podemos fracasar
EN ÁFRICA EL SIDA ES UNA tragedia que se puede
evitar si gobiernos, iglesias, ONG, multinacionales, filántropos y
ciudadanos actuamos a la par |
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XAVIER SALA I MARTÍN
- 17/02/2004
Octubre de 1347. Un barco de mercaderes italianos ancla en Sicilia
procedente de China. Los marineros, enfermos, presentan manchas negras
en la piel. Octubre de 1352, cinco años más tarde, la tercera parte de
la población europea (25 millones de ciudadanos) ha muerto por culpa de
la peste negra, una plaga mortífera de la que Bocaccio decía que sus
víctimas “almorzaban felices con sus amigos y cenaban con sus ancestros
en el paraíso”.
Este episodio tiene el dudoso honor de ser la mayor catástrofe sanitaria
de la historia, un récord que se puede ver pronto superado por la actual
pandemia del sida en África. El sida mata a 3 millones de personas
anualmente, infecta a 5 millones y ya ha dejado 15 millones de huérfanos
en África. En países del sur como Botsuana o Suazilandia, una tercera
parte (¡tercera parte!) de los ciudadanos está infectada, la misma
proporción que murió en Europa por efecto de la peste bubónica.
En medio de esta catástrofe, van los obispos católicos y dan las culpas
a la industria farmacéutica por poner unos precios a los
antirretrovirales que los africanos no pueden pagar (los
antirretrovirales son medicamentos que no curan el sida, pero impiden
que los infectados por el virus HIV desarrollen el sida y mueran). Con
todo mi respeto (que es mucho) por los obispos: se equivocan. Se
equivocan porque hace tiempo que los países pobres pueden producir o
importar antirretrovirales genéricos y venderlos a precio de coste sin
pagar royalties a las multinacionales. Se equivocan porque, hoy por hoy,
la mejor manera de luchar contra el sida en África es la prevención. No
esa prevención beata que propone la Iglesia a través de la abstinencia
sexual, no. Eso sólo funciona entre la gente pía, capaz de resistir las
tentaciones del placer carnal. Para los normales, la mejor prevención es
ese preservativo que la propia Iglesia se obstina en satanizar. Y se
equivocan, sobre todo, porque el problema no es que los
antirretrovirales sean demasiado caros, sino que son difíciles de
administrar en África debido a la falta de hospitales, médicos y
capacidad de distribución.
Por ejemplo, ¿sabían ustedes que la elefantiasis –esa dolencia que
hincha las extremidades de los pacientes, haciendo que se asemejen a las
de los elefantes– se cura tomando una pastilla cada seis meses? ¿Sabían,
además, que esas pastillas son gratis? ¿Sabían finalmente que, a pesar
de ello, la elefantiasis se extiende por todo el continente africano? La
razón es bien simple: la falta de medios hace que una gran parte de la
población deba viajar durante días para encontrar un médico o un
hospital. Y si África no puede hacer frente a una enfermedad que se cura
con dos pastillas (gratis) al año, ¿cómo va a luchar contra el sida con
unos antirretrovirales que requieren un intensísimo seguimiento semanal?
El problema del sida se soluciona actuando en cuatro frentes. Veamos.
Primero, hay que incentivar a la industria farmacéutica para que invente
una vacuna que se administre una sola vez y que, por lo tanto, sea de
mucha más fácil distribución que los antirretrovirales. Los primeros
pasos ya se han hecho con eso que reclamábamos desde estas mismas
páginas hace ya cuatro años: el fondo mundial del sida. La idea es que,
con el dinero del fondo, se compren vacunas a precio de mercado (creando
con ello los incentivos a hacer I+D) y se repartan luego por el
continente africano. El fondo dispone ya de unos 4.000 millones de
dólares, pero se necesita mucho más.
Segundo, debemos aumentar la “capacidad de distribución”. La vacuna no
servirá de nada si no se puede administrar. Y mientras no aparece ésta,
debemos repartir condones (¡sí, señores obispos!... condones) e
información. Por ejemplo, se debe explicar que, digan lo que digan los
brujos tribales, el sida no se cura violando a niñas vírgenes de 10 años.
Para ello se requiere la colaboración de las instituciones que ya tienen
redes formadas en África, entre las que destacan iglesias y
multinacionales con implantación global como Coca-Cola o Motorola.
Tercero, debemos crear más capacidad de atención. Hacen falta hospitales
y personal. En todo Mozambique, por ejemplo, hay sólo 400 médicos para
atender a 18 millones de ciudadanos. Hagan ustedes las cuentas. A corto
plazo, los países ricos pueden inducir a que algunos de sus doctores y
enfermeras pasen temporadas en África a través de embajadas o ONG como
Médicos sin Fronteras. En este sentido, el ejemplo que seguir es la tan
criticada Cuba, líder mundial en conseguir que sus médicos ayuden a
otros países pobres. A medio y largo plazo, debemos fomentar la
formación con becas que permitan a miles (repito, miles) de africanos
venir a estudiar a hospitales y universidades europeas.
Y cuarto, es necesario que nuestros políticos entiendan el problema y se
comprometan a aportar recursos. Para mantener su interés es
imprescindible el clamor popular. Todos los ciudadanos con ganas de
cambiar el mundo que tan masivamente se manifestaron contra la guerra de
Iraq o contra la globalización deberían canalizar sus energías para
conseguir que nuestros líderes no pongan, una vez más, el problema de
África en el armario de los olvidos.
¡Sí! Estamos ante la tragedia humana más grande de los últimos siete
siglos. Una tragedia que se puede evitar si todos nosotros –gobiernos,
iglesias, ONG, multinacionales, filántropos y ciudadanos de todo tipo–
actuamos a la par. Si no lo hacemos, la catástrofe será de proporciones
bíblicas, tan horrenda que... no podemos fracasar.
XAVIER SALA I MARTÍN, de la Fundació Catalunya
Oberta, Harvard University y UPF
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