La verdadera raíz del problema
HAY QUE DESMANTELAR esa red de
imanes radicales que Arabia Saudí ha creado y financiado desde que
empezaron a fluir los petrodólares |
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XAVIER SALA I MARTÍN
- 17/04/2004
Está de moda entre los expertos de nuestro país concluir que, para
erradicar el terrorismo islámico, hay que “entender sus raíces” y de que,
entre ellas, la más importante es “la pobreza económica que impera en
Oriente Medio y norte de África (OMNA)”. Hoy analizaremos esta curiosa
conclusión.
Para empezar, es cierto que las economías del OMNA han funcionado mal
desde su independencia por muchas razones. De hecho, tantas razones como
velos tiene aquella famosa danza árabe: siete.
Primera, las guerras. Desde Iraq hasta Palestina, pasando por Libia,
Chad, Argelia, Marruecos, Sahara, Líbano, Irán, Kuwait, Yemen y Egipto,
los conflictos armados han plagado el OMNA durante las últimas décadas.
La violencia y la inseguridad desincentivan la inversión e imposibilitan
el buen funcionamiento de la economía.
Segunda, el gobierno en el OMNA desempeña un papel exagerado y las
instituciones no funcionan. El Estado tiende a ser mucho más grande,
autoritario y despótico que el de países de renta similar. También es
más corrupto, menos transparente y más burocrático. El origen de todo
esto no está claro, pero un papel importante lo desempeña el petróleo.
La riqueza mineral es más fácil de “robar” que el fruto del trabajo y el
consiguiente intento de apoderarse de ella crea el llamado “maleficio de
los recursos naturales”: un deterioro generalizado de las instituciones
que corrompe a todos los sectores de la economía, incluidas unas
empresas privadas que también tienen problemas de transparencia,
honestidad y confianza.
Tercera, el sistema educativo es insatisfactorio. Y no es que no haya
escuelas o que el grado de escolarización sea inferior al de países
comparables. El problema es que la calidad de la educación es
extraordinariamente deficiente y no prepara a los estudiantes para el
mercado laboral.
Cuarta, a pesar de que la inversión total no es baja (más del 20% del
PIB), la mayor parte la realiza el sector público. Y ya se sabe que
cuando quien invierte es el Estado y no las empresas, no se siguen
criterios de eficiencia económica y financiera sino criterios políticos...
a menudo inconfesables.
Quinta, el mercado laboral del OMNA no funciona. No. No me refiero a la
falta de flexibilidad de la que a menudo se acusa a las economías
europeas. Me refiero, por ejemplo, a la discriminación de la mujer que
lleva a esos países a prescindir de una parte importante del talento de
sus ciudadanos. O a la falta de meritocracia ya que no se paga más a
quien mejor trabaja y no se promociona a quien se lo merece, sino a
quien mejores conexiones tiene.
Sexta, el sector financiero está subdesarrollado. Las bolsas son
inexistentes o muy pequeñas y el sistema bancario está dominado por
bancos públicos. La mayor parte de los créditos son hipotecarios o de
consumo y no financian inversiones productivas o iniciativas
empresariales.
Y séptima, el OMNA no se ha adaptado al mundo de las nuevas tecnologías.
Es cierto que los países subdesarrollados no necesariamente deben
investigar e innovar. Lo que sí deben, sin embargo, es adoptar las
tecnologías existentes para no perder el tren del progreso. Aquí tampoco
se han hecho los deberes. Por ejemplo, el uso de ordenadores o la
penetración de internet son inferiores a los de países de renta similar
y resultan preocupantes.
Estos siete problemas han llevado a los países del OMNA a no disfrutar
de situaciones boyantes. A pesar de ello, ni sus economías son las más
deterioradas del mundo ni los niveles de pobreza que tienen son los más
alarmantes. Su renta per cápita es muy superior a la de, por ejemplo, el
África subsahariana. Es más, las prácticas islámicas del “zakat” y “sadaqa”,
que inducen a los ricos a dar un porcentaje de su riqueza a los pobres,
proporcionan unas redes de seguridad que no sólo hacen que las
desigualdades sean mucho menores que enel África subsahariana o América
Latina, sino que las tasas de pobreza también sean inferiores. Menos del
1% de los ciudadanos de OMNA viven con menos de un dólar al día (4% en
América Latina y 50% en el África subsahariana). Es más, la tasa de
pobreza ha bajado del 10% al 1% en OMNA desde 1970. Todo un éxito si lo
comparamos con América Latina, donde se mantenía constante, o África
negra, donde subía del 35% al 50%.
La lógica conclusión es que si la pobreza fuera el elemento decisivo,
los terroristas vendrían de Malawi, Lesotho o Haití. Pero no. Resulta
que vienen de una región mucho más rica del mundo: el OMNA. ¿Cómo puede
ser?, se preguntarán ustedes. Pues seguramente porque la causa última
que lleva a los locos de Al Qaeda a matar indiscriminadamente no es la
situación económica de los ciudadanos.
Con eso no quiero decir que debamos dejar de luchar contra la pobreza en
el mundo o a favor del progreso económico del OMNA. ¡Ni mucho menos!
Esas luchas deben continuar, pero por humanitarismo, no para satisfacer
a Bin Laden. Para terminar con él y su banda, el mundo occidental y el
islamismo moderado deben cooperar para detener la propagación del
ideario fundamentalista, empezando por el desmantelamiento de esa red de
imanes radicales que Arabia Saudí ha ido creando y financiando desde que
los petrodólares comenzaron a fluir. Una red mundial (actualmente
fomentada por el ministro del Interior, el príncipe Nayef) que adoctrina
a los jóvenes de las bondades del extremismo wahabí y que fomenta el
odio visceral hacia nuestras libertades, nuestras instituciones y
nuestra civilización. Y es que es el fanatismo religioso, y no la
pobreza económica, la verdadera raíz del problema.
X. SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y UPF
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