El economista catalán Xavier Sala i
Martín es posiblemente el español más conocido en los
ámbitos universitarios de Estados Unidos a pesar de su
juventud, poco más de 40 años. Españoles en Estados
Unidos hay bastantes con amplio reconocimiento en campos
tan variados como el de la medicina, la historia o la
literatura, además del arte. Pero no abundan los que
destaquen en el campo de la economía, un área que parece
reservada para gentes del mundo y la cultura
anglosajonas. Sala i Martín tiene ya una extensa
biografía académica que pasa por Harvard y por la
Universidad de Columbia. No es estrictamente un
exiliado, ya que comparte sus actividades en Columbia
con las de la Universidad Pompeu Fabra en Barcelona. Fue
nombrado hace poco, además, responsable de la comisión
económica del FC Barcelona.
Sala i Martín acaba de recibir el
premio bianual de Economía Rey Juan Carlos, un galardón
instituido en el año 1986 por la Fundación José Celma
Prieto, un catalán, de Tortosa, poco conocido pero que
llegó a triunfar en el mundo del seguro a mediados del
siglo pasado y que tuvo la feliz idea de poner en marcha
este premio que cada dos años sonríe a una figura
destacada de la economía, incluso si no es español, como
ha sido el caso del mejor economista latinoamericano de
los últimos años, el profesor Miguel Mancera Aguayo,
gobernador del Banco de México en los difíciles años 80.
El profesor Mancera fue uno de los primeros galardonados
con esta distinción y en medios académicos y
profesionales aún se recuerda su excelente discurso en
el acto de entrega del premio, en el que hizo un repaso
a las teorías sobre el desarrollo económico y la lucha
contra la pobreza en Latinoamérica y el papel que
desempeñaron las políticas de estabilización en los años
en los que la Cepal (la organización latinoamericana de
estudios económicos, de Naciones Unidas) representaba el
pensamiento políticamente correcto en la zona. Mancera
aplicó sus teorías al frente del banco central mexicano
con una eficacia a la que se recuerda aún hoy como
determinante para el crecimiento posterior de México en
los últimos años.
Doce años después, en la décima edición
del premio, el galardón recae sobre otro economista con
una importante calidad profesional y académica (lo que
es norma en este premio, que ya está en las estanterías
de Rojo, Andreu Mas, Segura, Tortella, Fuentes Quintana,
Velarde o Barberá) y que tiene en común con el profesor
Mancera su obsesión por el desarrollo económico. Sala i
Martín es el más joven, quizás con notable diferencia,
de los galardonados hasta ahora con el Premio de
Economía Rey Juan Carlos. Si Mancera es o ha sido un
teórico-práctico del desarrollo económico y la salida de
la pobreza en Latinoamérica, Sala i Martín ha centrado
sus análisis en otro continente postergado, aunque mucho
más pobre, África.
De Sala se ha dicho en los últimos
tiempos que es un economista con ideas altamente
renovadoras y que suponen una especie de soplo de aire
fresco a la hora de afrontar cuestiones sobre las que el
mundo viene elucubrando desde hace muchos años sin
encontrar soluciones adecuadas. Lo que más sorprende de
este innovador es indudablemente su apuesta por el
liberalismo y por la globalización como herramientas
para salir de los estados más bajos del desarrollo
económico. Su feroz ataque a las políticas de subvención
resuenan hoy en los oídos de muchos legisladores y
políticos del primer mundo, sobre todo cuando las
subvenciones van destinadas a la producción agraria de
países confortablemente desarrollados que cierran sus
fronteras a los países pobres, capaces de producir a
costes infinitamente más bajos y que, al no poder
hacerlo debido a las barreras arancelarias establecidas,
están condenados a perpetuar su pobreza y su miseria.
Sala i Martín es un convencido de los beneficios de la
globalización y así lo viene predicando de forma
incansable desde hace años.
El trabajo de los economistas tiene que
ayudar a toda la gente a salir de la terrible situación
de pobreza en la que vive”, ha dicho estos días. “La
economía de libre mercado ha hecho posible que una
familia media actual viva mejor que cualquier rey
francés del siglo XVIII”, afirma en una de las escasas
obras en las que plasma su pensamiento, fuera de los
foros académicos. “Las desigualdades generadas por el
mercado son mucho más justas que las que provienen de la
influencia política, el estatus o las herencias”, señala
en ese mismo libro.