XAVIER SALA I MARTÍN - 11/06/2004
JOAN CASAS
 

Ronald Reagan


 

LOS PAÍSES NECESITAN líderes... y eso lo sabemos de sobras los europeos, faltos de ellos en la actualidad. EE.UU. encontró en Reagan un líder  

XAVIER SALA I MARTÍN - 02:46 horas - 11/06/2004

El crecimiento, la prosperidad y el bienestar se generan desde abajo, no desde el Estado. Sólo cuando se deja que el espíritu humano invente y cree, sólo cuando los individuos pueden tomar decisiones libremente y obtienen recompensa personal cuando tienen éxito, sólo entonces las sociedades están económicamente vivas y son dinámicas y libres”. (Ronald Reagan, 1981).

Uno de los grandes éxitos del recientemente fallecido presidente Reagan fue cambiar la concepción que teníamos del papel del Estado en la economía. En los años setenta pocos cuestionaban que el gobierno era la solución a todos los problemas, que el gasto público debía ser cada día más grande y que los impuestos debían comerse una fracción creciente de nuestra renta. Todo eso cambió gracias a la revolución impulsada por él, revolución que acabó llamándose reaganomics.

Sí. Es cierto que los teóricos del liberalismo económico como Friedrich Hayek o Milton Friedman hacía años que decían que el Estado no era la solución sino el problema y que la creatividad de millones de individuos intentando montar negocios con el objetivo de ganar dinero (sabiendo que, para conseguirlo, debían producir lo que los ciudadanos desean) era mucho más poderosa que la planificación de un pequeño grupo de burócratas iluminados. Es decir, hacía mucho que los liberales estaban convencidos de la superioridad del libre mercado como forma de organizar la economía. Pero los economistas liberales eran una selecta minoría con poca influencia política, y no fue hasta que Ronald Reagan implementó sus reformas económicas, a principios de los ochenta, que el liberalismo caló fuera del mundo académico.

Y calar, caló. Hasta tal punto que, hoy en día, el Partido Demócrata norteamericano compite con el Republicano en la carrera por reducir el papel del gobierno, que los estados de bienestar del norte de Europa ponen menos impuestos sobre las rentas del capital que sobre las del trabajo, que José Luis Rodríguez Zapatero se autoproclama liberal, que el programa electoral del PSC propone la reducción y la simplificación del sistema impositivo y que el president Maragall habla de la libertad empresarial a la hora de deslocalizar. Gracias a Reagan, casi nadie cuestiona la superioridad del mercado, las propuestas liberales ya no son tabú y los partidos de izquierdas ponen a personas de talante liberal (como Pedro Solbes, Miguel Sebastián o Antoni Castells) al frente de sus equipos económicos. Y es que, gracias a la revolución reaganiana, la lógica del liberalismo se ha instalado en el centro del espectro político y económico, y sólo los ultrarradicales (como Vicenç Navarro y otros soldados derrotados del marxismo universitario) siguen hablando del aumento de impuestos, del gasto público y del intervencionismo público tal como hacían en los años setenta. Ése fue, a mi juicio, el logro más grande del presidente Reagan.

Otro fue la victoria en la guerra fría. El comunismo prometió un mundo de igualdad y justicia, solidario y sostenible, sin opresión de los pobres por parte de los ricos. A la hora de la verdad, ese paraíso sólo existía en los libros de texto. En la realidad socialista, abundaban los gulags, la miseria, los desastres ecológicos y los muros, esos símbolos vergonzosos de la represión marxista. Pocos pensaban que tres años después de que Reagan exigiera aquello de: “¡Señor Gorbachov, destruya este muro!”, el muro de Berlín se derrumbaría y millones de ciudadanos disfrutarían de la prosperidad y la libertad que el comunismo les negó.

Lo más brillante es que la guerra fría se ganó sin necesidad de disparar ni un solo tiro. El sistema comunista se hundió porque no podía competir económicamente con el capitalismo liberal de mercado. Mijail Gorbachov va por el mundo pronunciando discursos pacifistas y seguramente ahora es un pacifista convencido. Pero la razón por la que accedió a reducir su arsenal nuclear es que la URSS no podía mantener el ritmo del creciente gasto militar de Estados Unidos sin gastar una fracción insoportable de un PIB cada vez más diminuto. Y las Reaganomics tuvieron un impacto tan positivo para el crecimiento económico del país, que los soviéticos, desmoralizados, no tuvieron más remedio que tirar la toalla.

Reagonomics y derrota del socialismo. Dos caras de la misma moneda. Dos victorias de Ronald Reagan que quedan pequeñas al lado de su mejor logro: liderar al país en un momento de crisis y conseguir que los norteamericanos volvieran a sentirse orgullosos de serlo. Eso no era fácil después de Vietnam y de las terribles presidencias de Nixon (que dimitió por el escándalo Watergate) y Carter (que acabó su presidencia con 40 diplomáticos secuestrados en la embajada iraní). Lo consiguió siendo el gran comunicador, haciendo de padre de todos en los momentos más trágicos (uno de sus discursos más memorables fue cuando explicó a los niños que el Challenger había explotado en el cielo con la maestra Christa McAuliffe dentro), obrando según le dictaban sus convicciones y no según lo que apuntaban las encuestas y confiando profundamente en su país y en sus ciudadanos (“soy optimista sobre el futuro de Estados Unidos –decía– y mi optimismo no viene de mi fe en Dios, sino de mi fe en nuestros ciudadanos”). Para tirar adelante, los países necesitan líderes... y eso lo sabemos de sobras los europeos, tan faltos como estamos de ellos en la actualidad. En aquellos momentos de depresión, Estados Unidos encontró a un gran líder en ese criticadísimo actor llamado Ronald Reagan.

X. Sala i Martín, Fundació Catalunya Oberta, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23


 

 

 

 
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