... Ninguno de los candidatos
EMPIEZA LA CARRERA por la presidencia de EE.UU.,
uno de los más espectaculares procesos de dilapidación monetaria del
hombre |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 03:46 horas
- 17/01/2004
En la película de 1985 “Brewster's millions”, Richard Prior
personificaba a un hombre pobre que, para poder heredar 300 millones de
dólares, tenía que gastar 30 millones en 30 días. En su intento de
despilfarrar esa montaña de dinero en tan pocos días, tuvo la brillante
idea de formar un partido político y presentarse a las elecciones. Como
en realidad no quería salir elegido, su formación se llamaba “No voten a
ninguno de los candidatos”. La película contenía dos enseñanzas
importantes. Primera, a menudo nadie se merece nuestro voto. Y segunda,
los políticos son, casi con toda seguridad, la especie que más derrocha
de todo el sistema solar.
Lo que me recuerda que pasado mañana empieza la carrera por la
presidencia de Estados Unidos, uno de los más espectaculares procesos de
dilapidación monetaria que exhibe el hombre. En el campo demócrata, el
favorito es Howard Dean, el único que se ha adaptado a la nueva realidad
tecnológica: si John F. Kennedy fue el primero que supo explotar la
televisión cuando predominaba la radio, Dean ha sabido llegar a millones
de ciudadanos a través de internet y ha recaudado más que todos sus
contrincantes juntos. También le ayudan su populismo y su oposición a la
guerra de Iraq. Esa posición, que es mayoritaria en Europa y en el ala
más izquierdista del partido demócrata, se considera “radical” en el
conjunto de Estados Unidos. Por eso, el mismo extremismo que ayudará a
Dean a ganar las primarias de su partido puede hacer que pierda la
elección presidencial.
Por el lado republicano, George W. Bush va a ser candidato sin oposición,
a pesar de que ha sido un mal presidente. No. No lo digo por las
constantes serenatas que se oyen en Europa sobre su rechazo al tratado
de Kioto, su oposición al Tribunal Penal Internacional o su
participación en las guerras de Afganistán e Iraq. La posición de Bush
en esos temas no me parece del todo mal. El tratado de Kioto comporta
unas pérdidas económicas descomunales comparadas con las diminutas
ganancias medioambientales. Según los propios expertos de la ONU (organización
que defiende Kioto a capa y espada), si no se hace nada, la temperatura
global del planeta subirá unos 2,53 grados. Si se implementa el tratado
de Kyoto, el aumento será de solamente 2,49. Una pírrica mejora que no
justifica los 8.500 billones de dólares que va a costar el famoso
tratado.
El rechazo al TPI tampoco me parece descabellado, al menos por el
momento. El antiamericanismo visceral y cuasi xenófobo imperante en
Europa y la falta de imparcialidad de determinados jueces embarcados en
cruzadas políticas hace que los norteamericanos sospechen (correctamente)
que un tribunal internacional se dedicaría a perseguir a sus líderes
sistemáticamente.
Por su parte, las guerras de Afganistán e Iraq han tenido algunas
consecuencias claramente negativas (todas las guerras las tienen), pero
también las han tenido positivas. La caída de dos sanguinarios regímenes
terroristas y dictatoriales es, como mínimo, bastante saludable. Está
por ver si la paz, la democracia y la prosperidad acaban llegando a esos
países. Sólo entonces podremos evaluar imparcialmente si la política de
Bush ha sido buena o mala.
La razón por la que creo que Bush ha sido un mal presidente es que ha
cedido sistemática y peligrosamente a la presión de ciertos “lobbies”,
incumpliendo así muchas de sus promesas electorales. Entre otras medidas
desastrosas están la subida de los aranceles sobre el acero, el aumento
de los subsidios a agricultores y otros intereses creados y el
incremento del gasto público no militar en un 8,5% (el aumento durante
la época Clinton fue del 4,3%).
Los aranceles del acero perjudican a los productores europeos, coreanos
y japoneses que en su día tuvieron la visión de invertir en mejoras
tecnológicas y a millones de ciudadanos norteamericanos a los que se
obliga a comprar neveras o coches a precios más elevados. Gracias a
Dios, la Organización Mundial del Comercio (esa institución apedreada
por los grupos antiglobalización) obligó al Gobierno de Bush a eliminar
los aranceles hace un par de meses. Sobre los subsidios agrícolas,
¿cuántas veces he dicho desde estas páginas que son obscenos y muy
perjudiciales para los países del Tercer Mundo y que deberían
desaparecer en aras de la erradicación de la pobreza? El problema es
que, cuando la OMC debía discutir la reducción de esos subsidios en
Cancún, el presidente Bush se reencontró con la no inesperada ayuda de
la UE (todavía más obscena en temas de proteccionismo agrícola), y
juntitos bloquearon las reformas en perjuicio de los países pobres
liderados por el Brasil de Lula da Silva.
Finalmente, el aumento del gasto público no se ha hecho mirando las
necesidades del país, sino buscando satisfacer a determinados grupos de
presión con fines electorales. Por ejemplo, el reciente “medicamentazo”
de 400.000 millones de dólares será especialmente bien visto por los
jubilados de Florida, estado que, “casualmente”, fue la clave de las
elecciones del 2000. El derroche de los políticos para conseguir votos
no se confina a lo que gastan durante la campaña, sino que incluye el
dinero de los contribuyentes malgastado electoralistamente durante toda
la legislatura.
Pasado mañana empieza la folklórica carrera hacia la Casa Blanca. El
radicalismo de izquierdas de Howard Dean y el despilfarro y el
incumplimiento de promesas por parte de George W. Bush hacen que en esas
elecciones mi favorito sea, como en la película de Richard Prior...,
“ninguno de los candidatos”.
X. SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Harvard University y UPF www.columbia.edu/%7exs23 |