No invitan al optimismo
XAVIER SALA I MARTÍN - 03:45 horas -
08/05/2004
Don Quijote, hidalgo manchego enloquecido por las lecturas caballerescas,
que dio en creerse caballero andante y en embarcarse en disparatadas
aventuras que le dieron fama universal, fue un personaje cervantino que
refleja la estupefacción con la que los ciudadanos de la época veían a
quien leía libros: incapaces de entender cómo alguien podía pasarse
horas enteras mirando fijamente un pedazo de papel, concluían que la
gente que leía, lejos de ser culta e inteligente, se había vuelto
completamente loca.
A pesar de que pronto se cumplirá el 400.º aniversario de la publicación
del Quijote, la arrogancia de los “cultos” sigue siendo de actualidad:
muchos son los que creen que la “cultura” sólo se transmite a través de
métodos tradicionales como los libros de papel y llaman “incultos” a los
jóvenes que se pasan el día enganchados a la tele, navegan por internet
o se aíslan del mundo a través de su walkman (observen el paralelismo
entre un joven en plan autista con sus auriculares y don Quijote,
absorto con sus libros de caballerías). Esos “sabios” no entienden que
las nuevas formas de cultura como el cine, la televisión o internet son
tan legítimas como la literatura o la música clásica y no comprenden que
intentar volver al siglo XIX es no comprender que el mundo está en
constante evolución.
Todo esto me ha venido a la cabeza a raíz del intento de la ministra de
Cultura, doña Carmen Calvo, de reducir los impuestos que gravan libros y
CD. Al explicar su medida, la ministra habló de la “excepción cultural”
(me parece que esa expresión, inventada por el ministro francés Jack
Lang en 1981, quiere decir que los bienes culturales deben pagar menos
impuestos). Lógicamente, la Sociedad General de Autores y Editores, la
Asociación Fonográfica y Videográfica Española y demás gente con
intereses económicos en el tema aplaudieron rápidamente la medida. Yo,
en cambio, la encuentro deplorable.
Deplorable porque, al no estar clara la definición de “cultura”, no es
sencillo decidir qué bienes deben tener la excepción impositiva. Para
los amantes de la buena comida, por ejemplo, la cocina es cultura, por
lo que también querrán un IVA reducido (de hecho, Jack Lang incluía los
restaurantes franceses –aunque, ¡cómo no!, sólo los franceses– en su
“excepción cultural”). Asimismo, los amantes de la degustación de vinos,
aguas, licores o cerveza apuntarán que ellos también quieren la
reducción. Supongo que, acto seguido, la pedirán los fumadores de puros
apelando a la cultura cubana. Por no hablar de las multitudes que siguen
las manifestaciones culturales más importantes del siglo XX, los
deportes, que demandarán exenciones para sus millonarios jugadores o
para los practicantes de la cultura del golf. Y como siempre pasa, entre
todos esos (legítimos) candidatos a la excepcionalidad cultural sólo se
llevarán el premio aquellos que mejor relación tengan con esos lobbies
en los que se han convertido los partidos políticos. En esta ocasión les
tocó el turno a los editores y a las discográficas.
Lo que me lleva a una segunda razón: la medida de la ministra es
deplorable porque, si se bajan unos impuestos, la recaudación se debe
recuperar aumentando otros. La pregunta es, ¿cuáles? Unos pueden creer
que la cultura es prioritaria, pero otros creerán, por ejemplo, que los
bienes de primera necesidad son mucho más importantes: alimentos o
medicamentos deberían tener prioridad fiscal por delante de los libros o
los CD. Y la tienen. Lo que pasa es que también se podría argumentar con
rigor que la gasolina es necesaria para que los ciudadanos vayan a
trabajar, que los productos de la limpieza son necesarios para la
higiene de la sociedad o que la telefonía móvil es necesaria para la
tranquilidad de los padres cuando los hijos se van de juerga. Así
podríamos ampliar la lista... y casi todos los productos imaginables
podrían ser necesarios y requerirían exención fiscal. La verdad es que a
mí no me importaría que bajaran todos esos impuestos pero que conste que,
si se hace, el Estado deberá reducir el gasto público y me pregunto si
la ministra (y su partido) están dispuestos a ello. Mucho me temo que la
respuesta es que no.
Finalmente, la medida es cómicamente deplorable porque es... ¡ilegal! Sí,
sí. Ilegal: todavía no habían pasado 24 horas de su anuncio cuando la UE
comunicó a doña Carmen que las directivas comunitarias no le permiten
reducir unilateralmente el IVA de los productos discográficos. De ese
modo, la ministra hizo un ridículo espantoso, ridículo que intentó
camuflar al día siguiente diciendo que su medida era “sólo una idea”. ¡Sí!
Ya sé que la señora Calvo es nueva en su cargo y tiene cierta
inexperiencia. Pero, ¿no deberían los ministros ser los más expertos y
más preparados? ¿Y no deberían éstos rodearse de un equipo que analice
la viabilidad legal de sus propuestas? Y, si es así, ¿no es ridículo que
una ministra, por más nueva que sea, anuncie medidas ilegales?
Espero, por el bien de todos, que este episodio sólo haya sido un
pequeño desliz y no la señal de que el nuevo Gobierno va a seguir una
política de grandes gestos populistas que quedan bien pero no llevan a
ninguna parte. El problema es que la desbandada de Iraq antes de que la
ONU se pronunciara, las frecuentes contradicciones del ministro Alonso,
las extravagancias de José Bono y la pantomima de la retirada de la
supuesta subvención a la Fundación Francisco Franco cuando ésta ya había
caducado, son otras pequeñas señales que no invitan al optimismo.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y UPF www.columbia.edu/%7exs23 |