La leyenda del chupacabras
EN EL CASO de falsear, puede contribuirse a
perpetuar mitos económicos y a crear leyendas |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 03:16 horas
- 12/07/2004
Es 28 de diciembre de 1966. El vigilante de un cementerio de Puerto Rico
encuentra unas cabras muertas, secas y con la piel adherida a los huesos.
Algunos vecinos mienten y aseguran haber visto una criatura de metro y
medio, parte murciélago y parte canguro, con piel de rana, púas en la
cabeza, garras en las patas traseras y tres dedos en las delanteras.
Unos círculos negros a modo de enormes gafas rodean unos ojos de color
rojo. Circula el rumor de que la bestia es un extraterrestre que se
alimenta de la sangre y las entrañas de las cabras. Se propaga el pánico
entre la población y nace... la leyenda del chupacabras.
Hablando de leyendas, hoy les hablaré de un querido colega mío: don
Vicente Navarro. Hace unos días, don Vicente escribió una carta en este
periódico lamentándose de que yo le había insultado al decir que era un
“soldado derrotado del marxismo”. Pido perdón al profesor, ya que no era
mi intención insultarle. La expresión “soldados derrotados del marxismo”
es la que utiliza Jean-François Revel para describir a los intelectuales
marxistas europeos y yo pensé que Navarro lo entendería, pero ya veo que
él no ha leído al liberal Revel.
En su carta del día 21/VI/04, don Vicente también me critica por afirmar
que la época de Reagan había sido buena desde el punto de vista
económico y me invita a “ser más riguroso en la utilización de los datos”,
ya que “el crecimiento económico per cápita fue menor durante el
gobierno de Reagan que en los anteriores y posteriores” y que “la
pobreza aumentó como nunca en Estados Unidos”. La recomendación es buena:
los científicos debemos corroborar con datos las afirmaciones que
hacemos. Lástima que el profesor no siga su propio consejo, porque, si
lo hubiera hecho, se habría dado cuenta de que el crecimiento durante la
época de Reagan fue del 3,34%. Los de los gobiernos anteriores fueron
del 3,20% (Carter), 1,50% (Ford) y 2,68% (Nixon), mientras que los de
las posteriores fueron del 2,11% (Bush) y 3,17% (primera legislatura de
Clinton). Todo esto no lo digo yo, lo dicen los datos oficiales
publicados por el Bureau of Economic Analysis y lo pueden comprobar
ustedes mismos en la página www.bea.doc.gov/bea/dn/home/gdp.htm.
Sobre lo de que la pobreza durante la época de Reagan había subido “como
nunca”, resulta que la tasa de pobreza en Estados Unidos era del 14%
cuando Reagan llegó al poder en 1981 y del 12,8% cuando lo abandonó, una
reducción de 1,2 puntos porcentuales (véanse los datos en la página del
Bureau of the Census www.census.gov/hhes/www/poverty.html). Eso
contrasta con el aumento de 2,4 puntos durante la época de Carter, la no
reducción durante la era de Ford, la diminuta reducción de 0,5 puntos
durante el gobierno de Nixon o el aumento de 1,6 durante el gobierno de
Bush. A modo de curiosidad, entre 1992 y 1994, años en los que el
profesor asegura que asesoró a Hillary Clinton, la pobreza pasó del
14,2% al 14,5%: ¡enhorabuena, don Vicente, por su gran labor de asesoría!
Vemos, pues, que las frases “el crecimiento económico per cápita fue
menor durante el gobierno de Reagan que en los anteriores y posteriores”
y que “la pobreza aumentó como nunca en EE.UU.” son estrictamente falsas.
La pregunta realmente importante es: ¿cómo puede el señor Navarro haber
hecho tales afirmaciones? Se me ocurren tres posibles explicaciones. La
primera es que, a diferencia de lo que predica, don Vicente no miró los
datos y se basó en la preconcepción. Es decir, la teoría que él tiene en
la cabeza (que es muy respetable pero que no es otra que una versión del
socialismo marxista) dice que “el modelo económico liberal no genera
crecimiento y perjudica a los pobres” y, lógicamente, es imposible que
la economía funcionara durante la época de Reagan. Y así lo escribió sin
pararse a comprobarlo. Pero no creo que ésa sea la explicación. Don
Vicente es un científico que siempre dice mirar los números.
La segunda es que miró los datos, se dio cuenta de lo que decían y los
escondió faltando conscientemente a la verdad. Es verdad que, en
círculos universitarios, don Vicente tiene fama de anteponer la política
a la ciencia y de hacer lo que sea necesario para que la evidencia
confirme sus prejuicios, pero yo me resisto a creer que un profesor de
su prestigio actúe con tanta deshonestidad intelectual. Por lo tanto,
también rechazo esta segunda explicación.
La tercera es que miró los datos y que no se dio cuenta de que 3,34 era
mayor que 1,5 o 2,68. ¡Un mal día lo tiene cualquiera! El problema es
que, cuando esos errores se repiten asiduamente y siempre van en la
dirección que le conviene a uno (y eso le pasa a don Vicente con una
preocupante frecuencia), acaba dando alas a los malpensados. De momento,
sin embargo, yo no soy un malpensado y rechazo también la tercera
justificación.
En resumen, ninguna de las explicaciones me parece razonable y sigo sin
entender cómo un profesor de la categoría de don Vicente Navarro puede
hacer afirmaciones tan contrarias a la verdad. Estoy de acuerdo con él
en que hay que analizar los datos rigurosamente antes de hablar. Pero
eso se tiene que hacer bien. Lo que no tiene sentido es decir eso y
luego inventarse los números o decir cosas infundadas. Porque al falsear
la realidad uno corre el riesgo de hacer ridículos espantosos y
contribuye a la perpetuación de los mitos económicos (muchos de los
cuales están basados en prejuicios políticos) y a la creación de
leyendas. Miren, si no, cómo nació la leyenda del chupacabras.
XAVIER SALA I MARTÍN, FUNDACIó CATALUNYA OBERTA,
COLUMBIA UNIVERSITY Y UPF
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