¡Nada a cambio!
NO SE DEBEN COMPARAR los déficit fiscales de
las autonomías con los de Madrid, ya que ésta tiene beneficios
económicos por ser la capital |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 03:16 horas
- 09/01/2004
Una amiga mía me “invitó” a celebrar Fin de Año en su casa con unos
colegas suyos de Castilla. Me propuso que entre ella y yo pagásemos los
gastos, dado que sus amigos eran relativamente pobres. Dijo que ella
pondría 110 euros y yo 100. De ese dinero, ella cobró 80 euros (40 míos
y 40 suyos) en concepto de alquiler de casa y gastos de organización, y
el resto lo utilizó para comprar comida y bebida. “De esta manera –dijo–,
mi contribución neta a la fiesta es de 70 (=110-40) euros y la tuya de
60 (100-40): es decir, yo soy cuatro veces más generosa.”
Yo me quedé atónito porque primero, 70 no es cuatro veces 60. Y segundo,
dado que ella se quedaba los 80 euros de gastos de alquiler y
organización, la realidad era que yo acababa pagando 100 y ella
solamente 30 (primero pagaba 110 pero luego recuperaba 80), por lo que
el generoso había sido yo. Y pensé... “esta chica”, que se llama
Esperanza y es de Madrid, “es muy agradable y simpática, y es una buena
amiga... pero su fuerte no son ni las matemáticas ni la economía”.
Por eso, cuando Pasqual Maragall utilizó esas mismas palabras para
describir a la presidenta de la Comunidad de Madrid me vino una
sensación de “déjà vu”. No sólo por la coincidencia de nombres, sino
porque cuando Esperanza Aguirre afirmaba que Madrid es cuatro veces más
solidaria que Catalunya cometía los mismos errores que mi amiga. Me
explico.
El déficit fiscal (o “solidaridad”) es la diferencia entre los impuestos
pagados por los ciudadanos de una comunidad y lo que reciben a cambio en
concepto de servicios, transferencias e inversiones. Se puede calcular
de dos maneras. La primera, llamada “enfoque del beneficio”, tiene en
cuenta que los gastos de administración deben ser pagados por todos los
ciudadanos, por lo que éstos se asignan a Catalu-nya en proporción a su
población... aunque se ejecuten en Madrid. Un estudio reciente de
Ezequiel Uriel estima que, calculado así, el déficit anual de Madrid
entre 1991 y 1996 fue de 213.956 pesetas por habitante y el de
Catalu-nya, de 65.926. Otro estudio, de Antoni Castells y coautores,
estima que, para el periodo 1991-1994, el déficit era de 204.217 pesetas
por habitante en Madrid y 139.422 en Catalu-nya. Noten que en ningún
caso sale que el déficit de Madrid sea cuatro veces superior, por lo que
o doña Esperanza exagera o Maragall tiene razón cuando dice que las
matemáticas no son su fuerte.
El problema es que Madrid es la capital de España. Entre otras cosas,
eso quiere decir que una parte importante de los gastos de
administración del Estado (como salarios de ministros y funcionarios,
gastos de electricidad, agua, gas, obras en los ministerios, etcétera)
se realizan allí. Es verdad que todos los ciudadanos deben contribuir a
pagar esos gastos, pero también es cierto que éstos benefician casi
exclusivamente a las empresas y ciudadanos de la capital. Al fin y al
cabo, los funcionarios y los ministros gastan sus salarios en
restaurantes de Madrid, van al cine y al teatro en Madrid y se compran
ropa, electrodomésticos y comida en tiendas de Madrid. Por eso la
segunda manera de calcular el déficit, llamada el “enfoque monetario”,
asigna a la capital el gasto que allí se hace. Estimado así, la cosa
cambia radicalmente. Según el estudio de Castells (el de Uriel no lo
calcula de esta segunda manera), el déficit de Madrid es solamente de
49.330 pesetas por habitante mientras que el de Catalunya asciende a
172.677. Es decir, la presidenta de Madrid se puede autoproclamar la más
solidaria del Estado, pero cuando lo hace no explica que su comunidad es
la que administra esa solidaridad y, por tanto, se beneficia del
tinglado: ¡lo que gasta en solidaridad lo recupera en “gastos de
administración” de la misma manera que mi amiga recuperaba su
“generosidad” a base de cobrar el alquiler de la fiesta! En este sentido,
Pasqual Maragall vuelve a tener razón cuando dice que la economía no es
el fuerte de Esperanza Aguirre (antes de sacar pecho, sin embargo,
Maragall debería recordar que los datos que se manejan –y que son los
últimos disponibles– se refieren a la primera mitad de los noventa. Es
decir, de cuando su partido, el PSOE, gobernaba en España).
La lección principal es que no se pueden o deben comparar los déficit
fiscales de las autonomías con los de Madrid porque la capitalidad del
Estado comporta unos beneficios económicos que no tienen el resto de las
comunidades. La pregunta es si el déficit de Catalunya es “demasiado
grande”. La respuesta es: ¿en relación con qué? Algunos lo comparan con
lo que pasa en Europa. El resultado es que Catalunya paga mucho más que
regiones europeas del mismo nivel económico. Yo prefiero compararlo con
el número cero. Es decir, cualquier déficit positivo es malo para
Catalunya. La razón es que, según el diccionario, “solidaridad es la
inclinación a sentirse unido a la causa de otros grupos y a la
cooperación con ellos”. A mí, quizá porque soy un iluso, me gustaría que
España defendiera nuestra lengua en los foros internacionales, no
boicoteara nuestra cultura, lengua o señales de identidad como las
matrículas o las selecciones deportivas. Si las comunidades más pobres
del Estado contribuyeran a “nuestra causa” cooperando cuando se refiere
a nuestras aspiraciones sociales, culturales, identitarias o
lingüísticas, yo contribuiría a gusto con mi dinero. Pero hasta que eso
suceda, el déficit fiscal debería ser... cero. Porque es muy fácil, doña
Esperanza, ser solidario cuando uno gana dinero con ello y, encima, no
da nada a cambio.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Harvard University y UPF
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