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QUIM MONZÓ - 17/09/2004
 

El precio justo


 

LA PROPUESTA DE ajustar el precio de los abonos del Barça me recuerda una de Peter Handke hace años  

QUIM MONZÓ - 03:16 horas - 17/09/2004

Días atrás, a preguntas de Felip Vivanco, Xavier Sala i Martín explicaba que, cuando juegan los Yankees, los asientos en el Madison Square Garden están siempre llenos, y explicaba por qué: “Porque los abonos son muy caros. En el Barça, como son baratos, a veces la gente decide quedarse en casa y verlo por la tele...”. Sala i Martín, asesor del Foro de Davos y del Fondo Monetario Internacional, y catedrático de la Universidad de Columbia, es ahora presidente de la comisión económica del Barça y, como esas palabras pueden levantar recelos, Vivanco matizaba la apreciación: “Subir los abonos es una decisión muy delicada para la junta porque podría desembocar en un motín de socios, pero razona que, aun así, los abonos son demasiado baratos”. A pesar de ser sólo un comentario he oído ya por radio a algún socio que ha puesto el grito en el cielo. Era de esperar. A nadie le gusta pagar más por lo que ya paga a un determinado precio. ¿Pero el precio que paga actualmente es el justo?

Se ha extendido por el país la creencia curiosa de que ciertas cosas deben ser siempre baratas y, si puede ser, gratuitas. Hay gente que se sorprende de que las lecturas a cargo de escritores no sean de gorra. Todo el mundo encuentra de lo más normal pagar por ver a Chayanne contoneándose en directo, pero se sorprenden de que haya que hacerlo por ver a Martin Amis leyendo sus textos. La propuesta de ajustar el precio de los abonos del Barça me recuerda la de Peter Handke cuando, hace años, se negó a que su editor sacase al mercado una de sus novelas al precio que el editor quería. Handke decía que el libro debía ser más caro, que su trabajo –los años y la intensidad que había dedicado a redactar la novela– valía mucho más de lo que el editor pretendía en principio cobrar al lector. La postura de Handke originó polémica, porque lo habitual es justo lo contrario: considerar que los libros son muy caros y, si se tienen los medios, intentar pillarlos por la cara.

Por ejemplo, las bibliotecas que piden libros gratis: “Apreciado editor: estamos a punto de inaugurar una pequeña biblioteca en Santa Maria del Redoll y, con motivo de esta iniciativa cultural tan importante para nuestra población, querríamos que fuese usted tan amable de enviarnos dos ejemplares de cada uno de los libros de su catálogo...”. Evidentemente gratis. Todos los editores han recibido cartas así. Para acondicionar la biblioteca no se les ha ocurrido pedir gratis las estanterías, ni las mesas, ni las sillas, ni las lámparas... Todo eso lo han pagado religiosamente a los carpinteros, a los electricistas y a las tiendas de muebles y de iluminación. Los libros, en cambio, no.

Aquí, a los programas de televisión el público va invitado y se le da un refresco y un bocadillo. En Estados Unidos, en cambio, hasta para asistir a los ensayos de los shows –de Letterman, de Leno...– hay que pagar. En un mundo que, por falta de criterio, al no saber cómo calibrar el valor real de las cosas tiende a calibrarlo por el precio, nada gratuito o barato será nunca apreciado por el común de la gente. Por eso, si se quiere que la gente acuda más al campo, es sensatísimo que los abonos del Barça suban de precio. El problema es cómo ponerle ese cascabel al gato sin provocar un motín. Pero tengan por seguro que, en cuanto se encuentre cómo, se cobrará –quizá poco, pero se cobrará– hasta por asistir a los entrenos.


 

 

 

 
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