¿Quién es, en realidad, el
traidor?
EL COMERCIO MUNDIAL de bienes y servicios es
bueno, y ésa es, guste o no a obtusos políticos, la lección que nos
da la ciencia económica |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 03:46 horas
- 07/04/2004
Benedict Arnold fue un ambicioso personaje de la guerra de independencia
de EE.UU.Siendo general del ejército patriota, luchó contra los ingleses
en numerosas batallas y lideró a sus tropas en la famosa victoria de
Saratoga. Premiado por el general George Washington con la comandancia
de Filadelfia en 1778, su extravagancia, su derroche, sus famosas
fiestas sociales y su desenfrenada vida sexual le llevaron a la ruina.
Desahuciado y desesperado, empezó a mantener correspondencia con el
comandante inglés Henry Clinton (nada que ver con el futuro presidente
Bill Clinton), con el que acordó la rendición de las tropas
norteamericanas de West Point a cambio de 20.000 libras, cerca de un
millón de dólares actuales. El plan nunca se materializó, pero su
calculada y fría decisión le hizo pasar a la historia de EE.UU. no como
un galardonado general, sino como el más famoso de sus traidores.
De hecho, su traición es tan conocida que el ahora candidato demócrata a
la presidencia, John Kerry, ha calificado a los empresarios que
deslocalizan parte de su producción hacia el extranjero de “Benedict
Arnolds”. Y es que, ni el fenómeno de la deslocalización se circunscribe
solamente a Catalunya (o a España), ni la ignorancia e incompetencia de
los políticos se limita a las fronteras de la península Ibérica. La
reacción de Kerry calificando de traidores a los empresarios es una
clamorosa demostración.
Para empezar, Kerry es un grandísimo hipócrita. Un hipócrita porque su
fortuna personal está ligada a la de su esposa, la reina del ketchup
(¡no!, no me refiero a las Tomatitas del Aserejé sino a la heredera de
la familia Heinz, Teresa, cuyas botellas de salsa de tomate habitan en
la mayoría de las neveras del planeta). La multinacional Heinz tiene
fábricas por todo el mundo, fábricas deslocalizadas que le dieron a John
Kerry unas rentas de cerca de cuatro millones de dólares en el año 2003
y que, supongo, hacen que él mismo sea uno de esos “empresarios
traidores”. Kerry también es un hipócrita porque su candidatura ha
aceptado donaciones de compañías como Citigroup, AOL-Time Warner, Morgan
Stanley o Goldman Sachs, que han enviado una parte importante de sus
servicios financieros al extranjero. Me pregunto si eso convierte al
partido demócrata en un partido de Benedict Arnolds.
Pero la hipocresía del Senador Kerry no es lo que más sorprende de todo
ese episodio. Lo que más maravilla es que los políticos siguen sin
entender que el comercio internacional es beneficioso y su ignorancia
sigue perjudicando a la ciudadanía. Hace un mes, el principal asesor
económico del presidente Bush, Gregory Mankiw, declaró que era bueno
para Estados Unidos que los hospitales norteamericanos enviaran los
análisis de rayos X a la India si eso era más barato que hacerlo en el
país. No hace falta decir que políticos de ambos lados le saltaron a la
yugular y lo insultaron como si fuera el diablo.
A pesar de ello, Mankiw, que en su día fue el catedrático más joven de
la Universidad de Harvard y es uno de los mejores economistas del mundo,
tenía toda la razón. La deslocalización de los servicios no es más que
la última manifestación de la bondad del comercio internacional: los
ciudadanos indios salen ganando porque tienen trabajo y los
norteamericanos también porque pueden comprar más barato. El dinero que
la seguridad social norteamericana se ahorra enviando los análisis de
rayos X a la India se puede emplear en el contrato de más doctores o la
construcción de más hospitales, cosa que, además de ser buena para los
pacientes, creará otro tipo de puestos de trabajo. El comercio
internacional de bienes y servicios es bueno, y ésa es, guste o no guste
a los políticos más obtusos, la lección que nos da la ciencia económica.
Una lección que vino hace unos doscientos años de la mano de David
Ricardo, una lección que muchos se obstinan en no aprender.
Uno de los que no lo entienden es el gobernador de Indiana, Joseph
Kernan. Si existiera el premio al “político más bobo del año”, el señor
Kernan ganaría sin dificultad (aunque todos sabemos que la lista de los
que competirían por la segunda plaza es amplia y generosa). Resulta que
el gobernador acaba de cancelar un contrato de 15 millones de dólares
con una empresa que procesaba demandas de subsidio de empleo porque
hacía el trabajo desde sus locales en la India. El contrato ha ido a
parar a una empresa que opera íntegramente desde Estados Unidos... y que
cobra 23 millones de dólares por hacer lo mismo. El gobernador, sin duda,
debe pensar, orgulloso, que el estado de Indiana ha demostrado su
“patriotismo” apostando por los trabajadores locales.
Sin embargo, olvida que los ocho millones de dólares adicionales que le
cuesta esa “hombrada” –que, por cierto, no son suyos sino de los
contribuyentes– no se podrán gastar en hospitales, escuelas o carreteras.
Naturalmente los doctores, las enfermeras, los maestros y los peones que
perderán su empleo por culpa de su estupidez no cuentan. Lo que cuenta
es que los indios (y, en general, los extranjeros) ya no roban “sus”
puestos de trabajo y, sobre todo, lo que cuenta es que su populismo y
xenofobia le dará los votos necesarios para ganar la reelección.
A raíz de todo esto, uno está tentado de preguntarle al señor Kerry: ¿empresarios
que buscan ofrecer sus productos a los precios más bajos posibles para
beneficio de todos los consumidores o políticos sin escrúpulos que
buscan el voto fácil a costa de los contribuyentes? ¿Quién es, en
realidad, el traidor?
X. SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y UPF
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