El show será transparente
LA SIMPLE PROHIBICIÓN del dopaje no protege a
quien no quiere ser protegido y no garantiza la igualdad de
oportunidades |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 02:16 horas
- 17/08/2004
Año 48 antes de Cristo. Están los galos celebrando anticipadamente su
victoria cuando el magistrado griego les anuncia que la utilización de
pociones mágicas para competir en los juegos olímpicos está prohibida.
Obélix, que cayó en la marmita de pequeño, no puede participar. Astérix,
por su parte, tiene que entrenarse a fondo pero acaba perdiendo ante la
disciplina de los espartanos. En la final de consolación, el galo
también queda el último. Pero el druida Panorámix ha puesto un colorante
azul en la poción mágica que los romanos han robado... y utilizado. Los
tramposos son descalificados y Astérix gana el laurel dorado.
Curiosamente, Goscinny y Uderzo no ponen el énfasis de su historieta
olímpica en el deporte sino en el dopaje. La reciente polémica de los
griegos Kenteris y Thanou y las airadas reacciones de responsables,
periodistas y líderes de opinión demuestran que el problema del dopaje
sigue hoy, año 2004 (después de Cristo), estando de moda.
El Comité Olímpico Internacional intenta vender los juegos bajo el
disfraz romántico del espíritu olímpico en que lo importante es
participar. Toda una farsa tras la que se esconden unas ansias
enfermizas de ganar fama y fortuna mediante las medallas. Ese afán
irresistible lleva a algunos a utilizar sustancias químicas prohibidas
que mejoran el rendimiento. No hay ni que decir que si el uso de esos
productos es ilegal, las autoridades deben perseguirlo. La pregunta, sin
embargo, es: ¿por qué están prohibidas?
En su página web, el COI basa su decisión en tres principios. El primero
es que el dopaje va contra la “ética del deporte”. Aunque no lo
especifica, supongo que la ética consiste en no hacer trampas. El
problema es que este argumento es circular: si el dopaje no fuera ilegal,
los atletas que lo usan no harían trampas. Igual que si entrenarse fuera
ilegal, los atletas que se entrenan serían poco éticos. Obviamente, éste
no sería un buen argumento a favor de prohibir los entrenamientos.
Tampoco lo es, pues, a favor de prohibir el dopaje.
El segundo principio del COI es que “el dopaje es perjudicial para la
salud de los atletas”. Aunque éste es el mejor argumento a favor de la
prohibición, tampoco sirve, porque los deportistas (como todas las
personas) deberían tener la libertad de meter en su cuerpo lo que más
les guste. Es más, el COI no prohíbe otras cosas que son tan o más
perjudiciales para la salud, como el exceso de entrenamiento. Todos
conocemos atletas de elite que, después de castigar sus cuerpos durante
años, sufren taras irremediables (también conocemos ex atletas incapaces
de trabajar porque en su día abandonaron los estudios). Recuerdo a esos
amigos que, de pequeñitos, se pasaban el día entrenándose en tenis,
esquí o fútbol, y que acabaron con ligamentos, articulaciones,
musculaturas o incluso psicologías totalmente lesionadas. Los amigos que
se quedaban en el bar bebiendo cerveza son, veinte años más tarde, ¡los
que gozan de mejor salud! Si el objetivo es velar por la salud de los
deportistas, ¿por qué prohíbe el COI el uso de sustancias dopantes y no
todos esos excesos igualmente dañinos?
El tercer principio es que se debe “mantener la igualdad de
oportunidades para todos los atletas”. Es decir, los atletas que se
dopan tienen ventaja sobre los que no lo hacen y, como eso no está bien,
el COI lo ilegaliza. El problema es que la prohibición del dopaje y la
incapacidad de controlarlo no sólo no soluciona el problema, sino que lo
agrava: los países que pueden investigar y descubrir drogas
indetectables para los actuales métodos del COI lo hacen. Empieza así
una carrera, la carrera tecnológica entre gatos (jueces) y ratones (atletas
tramposos), en la que los deportistas de países pobres tienen todas las
de perder. La prohibición, pues, agudiza la desigualdad (no la igualdad)
de oportunidades. Es más, si bien es cierto que los que usan drogas
juegan con ventaja, también juegan con ventaja los que utilizan las
últimas tecnologías informáticas para evaluar el rendimiento, los que
usan mejores zapatillas, raquetas o bicicletas, o los que entrenan en
modernas instalaciones deportivas. Si lo que realmente busca el COI es
la igualdad de oportunidades, lo que debería hacer es prohibir también
esas otras diferencias tecnológicas relacionadas con la renta de los
países de origen de los atletas. De hecho, para organizar unos juegos
justos de verdad, el COI tendría que prohibir que los atletas se
entrenaran más de dos horas al día y debería obligar a que todos usaran
la misma ropa y material, y utilizaran idénticos métodos de preparación.
Esas olimpiadas justas podrían ir más allá e incorporar baloncesto para
gente de menos de metro setenta (no es cuestión que nos discriminen a
los bajitos), carreras para gordos (para dar igualdad de oportunidad a
los que tenemos tendencia a comer) y concursos de gimnasia en la que no
se permitan ejercicios más complicados que la vertical puente (para que
los que carecemos de flexibilidad también tengamos nuestra oportunidad
de conquistar la gloria olímpica).
Eso... o aceptar que la simple prohibición del dopaje no protege a quien
no quiere ser protegido y no garantiza la igualdad de oportunidades y
autorizar el uso de todos los productos que mejoran el rendimiento
deportivo, ya sean productos químicos, físicos, electrónicos,
informáticos o del tipo que sea. Seguramente acabarán ganando los mismos,
pero los récords serán mejores... y en lugar de una hipócrita sensación
de castidad olímpica, el show será transparente.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta,
Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23 |