Bufones intelectuales
LOS DRUIDAS DEL antiamericanismo visceral no
aplican los mismos criterios ante el 'Katrina' en EE.UU. que ante la
crisis en Francia |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 17/11/2005
Los Ángeles, 16 de noviembre de 2005. Cuadrillas de jóvenes negros han
incendiado esta noche 500 coches, elevando el total a 8.000 vehículos en
los últimos veinte días. La impotencia de la policía local lleva a los
ciudadanos a exigir a George Bush que saque a la guardia nacional. Pero
éste se limita a prometer subsidios para centros cívicos. La prensa
europea evidencia regocijo y pontifica sobre "la obvia decadencia de la
primera potencia mundial", "un gigante con pies de barro".
Se argumenta que unos meros subsidios no van a solucionar nada porque
"el cisma social es muy profundo y viene de lejos". Lo que tiene que
cambiar, dicen, "es el propio sistema capitalista de corte anglosajón
porque genera desigualdades insostenibles". Nos explican los sabios que
esto jamás podría pasar en la Europa del bienestar "porque nuestro
modelo reduce las injusticias económicas y garantiza la igualdad de
oportunidades". Es más, "nuestro sector público financia las campañas
electorales y eso garantiza el acceso de los pobres al poder, a
diferencia del elitista sistema norteamericano, donde el Gobierno es de
los ricos, para los ricos". También nos indican que "el Gobierno ha
reaccionado con lentitud porque los ultraliberales han reducido el papel
del Estado hasta convertirlo en inoperante e incapaz". Es más, afirman
que "Bush no envía a la guardia nacional a Los Ángeles porque, en
realidad, no tiene efectivos: las tropas están atrapadas en Iraq, por
culpa de una guerra absurda que se está librando para defender los
intereses económicos de los ricos".
No. Es mentira. La quema de coches no se ha expandido a EE. UU. De
momento todavía se concentra en Francia. Se trata de un ejercicio de
ficción en el que he superpuesto lo acontecido en París con frases
publicadas en periódicos españoles a raíz del desastre del Katrina.
Y lo he tenido que hacer así porque la reacción inicial de los
intelectualoides afiliados a la IPP (Internacional Papanata Progresista
-Barbeta dixit) fue de un silencio revelador. Y es que, para los
demagogos de izquierda, algunas calamidades sólo pueden ocurrir en la
odiada cuna del capitalismo neoliberal salvaje (¡no olviden lo de
salvaje!) y nunca en uno de los países que más dedican a gasto social en
todo el planeta: Francia. Porque, en el modelo que tienen en sus mentes
-la socialdemocracia de libro de texto- el Estado gasta y gasta y todos
somos felices y comemos perdices. Según esa teoría, en un país con tanto
sector público como Francia ni hay guetos (hay barrios multiculturales),
ni las diferencias de renta pueden ser tan grandes como para que los
pobres se subleven (eso sólo puede pasar en EE. UU.), ni el Gobierno
puede ser incapaz de solucionar problemas (eso sólo ocurre cuando se ha
adelgazado demasiado al sector público), ni la representación política
de la minoría musulmana puede ser casi nula (porque el proceso electoral
se financia con dinero público). Según esa teoría, que la tasa de paro
sea del 14% (30% entre los jóvenes pirómanos de París) no tiene nada que
ver con el exceso de subsidios, la falta de movilidad social no tiene
nada que ver con la incapacidad del Estado por garantizar la igualdad de
oportunidades y la violencia generalizada no tiene nada que ver con un
posible fracaso del tan cacareado modelo social europeo.
Después del silencio y el desconcierto inicial, los druidas del
antiamericanismo visceral han vuelto a publicar su opinión. Obviamente,
ahora no utilizan ni la misma lógica ni las mismas sandeces que usaron
hace cuatro días para despotricar contra EE.UU. a raíz del Katrina.
Ahora no se trata del fracaso de un sistema injusto o de la decadencia
de una gran potencia europea. Ahora, la culpa es del patrón mundial de
consumo que obliga a los jóvenes a tener deseos materialistas
inalcanzables que causan frustración y despiertan sus instintos
pirodestructivos, de las desigualdades económicas en el mundo (causadas
por el libre mercado, naturalmente), que son tan grandes que ni siquiera
un Estado tan benevolente como el francés las puede reducir, del
ministro Sarkozy porque calificó de "chusma" a los violentos o del
Gobierno (de derechas, claro) que recortó los subsidios introducidos por
los buenos de los socialistas.
Yo, la verdad, no sé por qué los jóvenes franceses se comportan como
salvajes. No sé si es imposible integrar a los musulmanes en una
sociedad que choca frontalmente con sus creencias religiosas. No sé si
se quejan porque sus perspectivas de progreso económico y social en
Francia son nulas. No sé si, como los transportistas, agricultores o
pescadores, quieren más subsidios. No sé si se rebelan contra el racismo
y la xenofobia franceses. Ni siquiera sé si se trata de una gran
gamberrada colectiva a la que los comentaristas están dando unas
interpretaciones económicas, sociales y religiosas que no tiene (recuerden
que últimamente se ha puesto de moda en Francia quemar coches durante la
noche de Fin de Año, por lo que no es descabellado pensar que se trate
del mismo tipo de gamberrismo).
Lo que sí sé es que el análisis imparcial de la realidad debe aplicar
los mismos criterios objetivos a fenómenos distintos, se trate de un
huracán en EE.UU. o una crisis de civismo en Francia. Los que, en lugar
de hacer eso, aprovechan cualquier fenómeno para justificar sus
prejuicios políticos -aunque al hacerlo caigan en las más flagrantes de
las contradicciones- dejan de ser analistas respetables y se convierten
en incoherentes bufones intelectuales.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele, Columbia
University y UPF www. umbele. org
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