Plan Marshall para África (y II)
EL SÚBITO INTERÉS de Blair por África está
sospechosamente próximo a las elecciones en el Reino Unido |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 21/03/2005
Agosto del 2001. Un avión con 50.000 mosquiteras infantiles donadas por
la beneficencia internacional aterriza en el aeropuerto de Addis Abeba (Etiopía).
Al poco de ser descargadas las mosquiteras son robadas por la policía
aduanera. Reaparecen a los pocos días en el mercado negro transformadas
en... ¡vestidos de novia! Una vez más, la generosidad de los países
ricos de nada servirá y 50.000 niños morirán de malaria porque los
donantes no han entendido que en África hay corrupción.
En mi último artículo (el 17/III/2005) comenté la reciente propuesta de
Tony Blair para erradicar la pobreza subsahariana. El plan se basa en la
teoría de la trampa de la pobreza que, esencialmente, dice que la
confluencia de muchos factores adversos en África sólo puede ser
superada con un enorme esfuerzo (un big push) financiero. Para
ello, Blair propone que los países ricos adelanten a los próximos diez
años el valor correspondiente al 0,7% del PIB de los próximos treinta
años: así, la ayuda internacional se doblará hasta 50.000 millones de
dólares anuales en los próximos cinco años, se triplicará en los
siguientes cinco y, a partir del 2015, una vez África haya superado la
trampa de la pobreza, la ayuda desaparecerá. Resumiendo, Blair pretende
enviar a África más de 600.000 millones de dólares en los próximos diez
años.
El primer problema del proyecto de Blair es que la teoría en la que se
basa podría no ser correcta. Imagínense qué pasaría si, pensando que
ésta es acertada, enviamos esa montaña de dinero pero, en realidad, la
teoría correcta es que África tiene un problema de corrupción rampante -hipótesis
nada descabellada, dicho sea de paso-. Seguramente la mayor parte del
dinero desaparecería, como las mosquiteras de Etiopía, en los profundos
bolsillos de los cleptómanos mejor situados. Y lo que es peor, sabiendo
que la lluvia de dólares solamente duraría diez años, los ladrones se
pelearían con urgencia para hacerse con el control político y eso
acabaría corrompiendo los pocos sectores de la economía que todavía
funcionan. El plan Blair, pues, podría no sólo ser inútil sino
enormemente perjudicial.
Lo que me lleva al segundo punto: ¿qué pasará si de aquí a diez años aún
no se ha erradicado la pobreza? Recuerden que la propuesta es que los
países ricos adelanten el dinero de los próximos treinta años a los
primeros diez por lo que la asistencia tras el 2015 ¡será casi nula! ¿Y
si África no ha salido del pozo y sigue teniendo problemas de sida y
malaria? ¿Cómo se las arreglarán sin capacidad técnica para investigar y
sin ayuda por parte de los países ricos? Lo más dramático es que la
probabilidad de que el plan no funcione es elevada. Al fin y al cabo, la
historia nos enseña que la asistencia exterior de los últimos cincuenta
años ha sido mayoritariamente inútil: los países que crecen (como China)
lo están haciendo sin beneficencia internacional y los que han recibido
solidaridad multimillonaria (como Tanzania) no consiguen encarar la
senda del crecimiento. Y claro, con tan decepcionante bagaje a nuestras
espaldas, apostar todo el dinero de los próximos treinta años por una
teoría no demostrada es como jugarse los ahorros de la jubilación a la
ruleta.
El tercer gran problema es que Blair propone que las ayudas sean
canalizadas a través del Banco Mundial y la ONU (y en menor medida el
BAD y el FMI), organizaciones con un currículum de éxitos no muy
ejemplar. Además de la extensa burocracia y la ignorancia de la ciencia
económica (y, comoc ientífico de la economía, asumo mi parte de
responsabilidad), detrás ese fiasco se esconde el hecho de que el BM y
la ONU intentan imponer su visión de cómo deben funcionar las cosas en
África sin escuchar a los africanos. Y no me refiero a escuchar a los
políticos. Esos, en su mayoría, ya sabemos lo que van a decir: más obra
pública para que amigos y familiares puedan enriquecerse con contratos
millonarios. Me refiero a los ciudadanos: el desarrollo económico sólo
se consigue cuando las personas pueden escoger libremente. En este
sentido, fíjense en la magia del mercado: cada uno de nosotros escoge el
producto que más le gusta y la suma de decisiones lleva a las empresas a
producir los bienes deseados. Y cuando un empresario produce algo que
nadie quiere, el mercado lo arruina y lo expulsa. Eso contrasta con las
organizaciones internacionales que han construido escuelas vacías,
carreteras que no van a ninguna parte y fábricas que producen... nada.
En lugar de ser expulsadas por hacer cosas inútiles, resulta que Blair
les quiere dar 600.000 millones de dólares para que sigan edificando
monumentos a la incompetencia.
Finalmente, el súbito interés de Blair por África está sospechosamente
próximo a las elecciones en el Reino Unido. Mi sospecha se magnifica
cuando veo las 111 referencias al cambio climático, el calentamiento
global y el desarrollo sostenible, referencias que, o bien están ahí
para demostrar que don Tony tiene un buen sentido del humor o bien son
electoralistas: la cantidad de CO2 que pueda emitir África es tan
ridículamente pequeña que preocuparse por ella es más bien grotesco.
En resumen, a pesar de que es importante que líderes del primer mundo se
preocupen de África, la iniciativa del primer ministro británico es
oportunista, está abocada al fracaso y puede acabar siendo perjudicial.
El plan tiene muchos otros problemas pero les ahorraré la molestia de
escucharlos. Déjenme decir, eso sí, que dista mucho de lo que en su día
funcionó en Europa. Dista mucho de ser... el gran plan Marshall para
África.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele, Columbia
University y UPF
www.umbele.org |