Insultantes
campañas electorales
MI ABSTENCIÓN es un castigo para todos los que
han participado en una campaña superficial, repleta de retórica
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 17/02/2005
Entre las muchas jóvenes de quienes se enamoró Zeus estaba la hermosa
Europa, hija de Agenor y Telefasa. Un día, la joven jugaba con sus
amigas en la playa de Sidón cuando, al verla, Zeus se quedó encantado
por su belleza. Para acercársele, se transformó en toro y fue a
recostarse a sus pies. Confiada, Europa se montó en su lomo y cual no
fue su sorpresa cuando, de repente, éste se levantó y se lanzó al mar.
La joven, aterrorizada, gritó y suplicó, pero el toro nadó furioso
alejándose de las costas camino de Creta. Llegados a la isla, Zeus violó
repetidamente a la joven y la dejó embarazada de tres hijos: Minos, rey
de Creta, Sarpedón el Valiente y Radamantes el Justo. Pronto el
enamoradizo dios del Olimpo se cansó de ella y la abandonó. Una vez
consumado el engaño, el toro subió al cielo transformándose en la
constelación zodiacal del Tauro.
No deja de ser curioso que, para secuestrar a Europa, el promiscuo Zeus
tomara la forma de un toro. Digo que es curioso porque el toro es el
símbolo de España. Y es España la que intenta ahora secuestrar a Europa
para, nos dice el presidente Rodríguez Zapatero, "actualizar la ambición
de nuestro proyecto nacional". Un proyecto nacional que todo patriota
debería favorecer si no quiere ser catalogado por el ministro José
Montilla de extremista equiparable a Le Pen. Pues yo, o no debo de ser
patriota o debo de ser un extremista, porque no voy a votar a favor de
la Constitución. Y no lo voy a hacer, entre otras cosas, porque no creo
en una Europa construida sobre el "proyecto nacional" de España (como
tampoco creería en una construida sobre los proyectos nacionales de
Francia, Italia o Alemania...) y porque no creo, señor Montilla, en la
ofensa como instrumento para captar votos.
Tampoco creo en los políticos que, como Ángel Acebes, intentan
monopolizar la Constitución diciendo que "tiene la marca del PP, de
nuestros principios y nuestras convicciones" (entre las que, según
parece, está la de utilizar la Carta Magna como arma arrojadiza contra
los que no comulgan con el ideario de su partido). Ni creo en los que,
como Duran Lleida, chantajean a la ciudadanía con aquello de "si no se
vota a favor, desaparecerán los subsidios europeos".
Mucho menos creo en los mentirosos que ligan el no a una imaginaria
destrucción del Estado del bienestar (... como si éste no existiera en
todos los países europeos mucho antes de que se hablara de Constitución)
o en los que quieren una Europa en negativo, para "plantar cara" a
Estados Unidos.
No votaré que sí, en definitiva, porque los que piden el voto afirmativo
lo hacen de una manera indigna y patética.
Claro que los que fomentan el no tampoco se quedan cortos. Los ex
comunistas, por ejemplo, se mofan como siempre de todos, exigiendo la
garantía de derechos ingarantizables como el derecho a la felicidad o el
pleno empleo y acusando a la Constitución de ser excesivamente
militarista y, ¿cómo no?, de capitalista, neoliberal y salvaje (no se
olviden de lo de salvaje).
Sí. Es cierto que la creación de lazos pacíficos entre los países que
han protagonizado las guerras más sanguinarias de la historia es un
poderoso argumento a favor de una constitución. También lo es que los
problemas globales (como el medio ambiente, la inmigración o la defensa)
deben ser solucionados dentro de un marco supranacional. El problema es
que el texto constitucional es incompleto, confuso y repleto de esa
irritante euroverborrea que caracteriza todos esos inútiles libros
blancos que tanto gustan en Bruselas. La Constitución propone una Europa
intergubernamental (no federal) que se fundamenta en la falsa creencia
de que el dirigismo político y el intervencionismo estatal van a
solucionar todos nuestros problemas.Yésos son, en mi opinión, válidos
argumentos a favor del no.
Puestos los pros y los contras en la balanza, he decidido que el actual
documento constitucional no me satisface lo suficientemente como para
votar a favor, pero no es tan espantoso como para votar en contra.
Conclusión: voy a ejercer la tan infravalorada práctica de... la
abstención.
Sí. Ya sé que algunos (engañados por esos sabios que durante la
noche electoral nos anuncian que la elevada participación es un triunfo
de la democracia) me dirán que la abstención es una actitud poco
democrática. Pero a todos ellos les recordaré que, a diferencia de las
dictaduras comunistas, en las democracias liberales el voto no es una
obligación, sino un derecho. El derecho a no estar de acuerdo con
ninguna de las opciones. El derecho a decirle a esa clase política que
incumple sistemáticamente todo lo que promete, que va a tener que hacer
las cosas de otra manera si quiere ganarse mi voto.
Mi abstención no es una falta de interés por Europa. Es una falta de
interés por un referéndum que sólo da una opción insatisfactoria y que,
además, no es vinculante (¿qué tomadura de pelo es eso de que no sea
vinculante?: si sólo quieren nuestra opinión y no pretenden hacernos
caso si no les gusta ésta, ¡no nos hagan perder el tiempo con referendos
y miren las encuestas del CIS!). Mi abstención tampoco es una falta de
interés por la democracia. Es un castigo para todos los que han
participado en una campaña superficial, repleta de retórica vacía. Es un
aviso de que, aunque un Zeus disfrazado de toro pudo secuestrar a Europa,
los políticos no pueden hacer lo mismo. Y, lo que es más importante, no
pueden seguir secuestrando la democracia con grotescas consultas
populares y con insultantes campañas electorales.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele,
Universidad de Columbia (EE.UU.) y UPF.
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