El gran poder de la libertad
SON LOS CIUDADANOS, y no los burócratas, los
que deben decidir cómo se invierte el fruto de su propio trabajo
para asegurar su futura pensión |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 10/02/2005
Los cargos electos de este país hemos sido investidos por los votos de
los ciudadanos a los que servimos. Esta noche compartimos ese privilegio
con los recientemente elegidos líderes de Afganistán, Palestina, Ucrania
e Iraq". Con esas palabras empezó George W. Bush su quinto discurso
sobre el estado de la Unión. Con esas referencias, el presidente quiso
poner de relieve que la política exterior de su segundo mandato buscará
la expansión de la libertad y la democracia como arma para luchar contra
el terrorismo.
El eje central del discurso de Bush, sin embargo, no fue la política
exterior, sino la reforma de la Seguridad Social. De todos es sabido que
muchos programas de pensiones de todo el mundo van a tener problemas de
solvencia cuando empiece a retirarse la generación del baby boom.
La razón es que la Seguridad Social de la mayoría de los países (entre
los que están tanto España como Estados Unidos) funciona de la siguiente
manera: el Estado obliga a los trabajadores a pagar una porción de su
salario y reparte el dinero entre los jubilados.Acambio, los
contribuyentes esperan que cuando ellos se jubilen también se les
pagarán pensiones con las contribuciones de los futuros jóvenes. Se
forma así una enorme pirámide financiera en la que cada generación paga
las pensiones de la anterior. El problema se presenta cuando, ¡vicisitudes
de la demografía!, aparece una generación anormalmente multitudinaria
(el baby boom)seguida de otra menos numerosa: cuando los miembros
de la primera se retiran, los impuestos que paga la segunda no bastan
para pagar las pensiones y la pirámide se derrumba. Para solucionar el
problema, Bush propone que los trabajadores jóvenes puedan -si quieren-
poner una parte de sus contribuciones en fondos de pensión privados con
el objetivo de que puedan complementar lo que se prevé que sean unas
minúsculas pensiones cuando el sistema deje de ser solvente.
No hace falta decir que la reacción de los analistas de izquierdas ha
sido la de llevarse, horrorizados, las manos a la cabeza.Yes que el
presidente utilizó el concepto más tabú, el término más sacrílego del
diccionario progresista: pronunció la palabra ¡privado! Muchos se
han apresurado a denunciar que si se privatiza la Seguridad Social, los
ricos serán cada día más ricos y los pobres cada día más pobres. Otros
han corrido a apuntar que las recientes pérdidas de las bolsas de todo
el mundo demuestran lo arriesgado de poner los ahorros de uno en manos
de la arbitrariedad de los mercados.
Todos ellos olvidan otras arbitrariedades, las que comporta el sistema
actual, que, sin ir más lejos, permite que los políticos den unas
pensiones tan bajas a las viudas españolas que las condena a vivir bajo
el umbral de la pobreza.Yeso no es un riesgo, es una certeza. Yo, en
principio, estoy a favor de que los ciudadanos decidan cómo invierten su
dinero, sobre todo si con ello pueden obtener un rendimiento superior.
También creo que es bueno que los herederos de quien ha cotizado toda la
vida puedan disfrutar del dinero ahorrado (con el sistema actual, si un
trabajador muere a los 65 después de haber contribuido durante 45 años,
el Estado paga una pensión ridícula a su viuda y sus hijos no reciben ni
un euro).
Finalmente, pienso que la privatización es deseable, porque da la
propiedad legal del dinero a sus legítimos dueños, que no son ni
burócratas ni políticos, ni demás vividores del bolsillo ajeno, sino los
trabajadores. Dicho esto, la verdad es que la privatización parcial que
propone Bush no evitará la quiebra del programa de pensiones. La razón
es que el dinero que los ciudadanos decidan invertir por su cuenta no va
a poder ser utilizado para pagar las pensiones del momento, y eso
agravará la falta de solvencia del sistema. ¡Sí!, es cierto que los
planes de pensiones privados van a dar un rendimiento superior al que da
el sistema público y que eso permitirá reducir las futuras pensiones
públicas de esos mismos trabajadores. Pero la mayoría de los estudios
indica que el rendimiento privado no es suficientemente alto como para
compensar la reducción de las cotizaciones. La privatización, pues, no
evitará la quiebra de la Seguridad Social.
La solución más justa es, ami juicio, el retraso de la jubilación. Al
fin y al cabo, cuando la Seguridad Social se generalizó durante la
primera mitad del siglo XX, se esperaba que la gente cobrara pensiones
durante 15 meses, ya que la esperanza de vida era de menos de 65 años.
En la actualidad, la gente cobra durante 18 años, ya que la esperanza de
vida sobrepasa los 80. Hoy, la mayoría de los ciudadanos de 65 años
todavía son jóvenes y pueden (y muchos quieren) trabajar. Quizá no
puedan hacer ciertos trabajos físicos, pero, del mismo modo que cuando
los futbolistas cuelgan las botas no dejan de trabajar, sino que se
dedican a otras cosas, la gente a los 65 años podría dedicarse a labores
acordes con su experiencia y edad.
En resumen: la privatización parcial de la Seguridad Social no es la
panacea que salve el sistema de pensiones de la quiebra y Bush debería
dejar de vender su propuesta como tal. El presidente debería defender la
privatización argumentando que son los ciudadanos, y no los burócratas,
los que deben decidir cómo se invierte el fruto de su propio trabajo.
Dicho de otro modo, Bush debería aplicar a su política interior el
discurso que utiliza para la política exterior: el mundo funciona mejor
cuando a los ciudadanos se les deja elegir. Es decir, cuando se
desencadena el gran poder de la libertad.
XAVIER SALA I MARTÍN, de la Fundació Umbele,
Universidad de Columbia (EE.UU.) y UPF. www.umbele.org |