Limitar nuestra libertad
NI LOS FUMADORES comportan costes sanitarios ni
la evidencia presentada sobre la salud del fumador pasivo es
convincente |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 17/10/2005
Hoy empezaré con tres confesiones: no fumo, me molesta que se fume ami
alrededor y me encanta vivir en una ciudad, Nueva York, en la que puedo
salir de noche y volver a mi casa sin que mi ropa apeste a humo. Dicho
eso, pienso que la ley Antitabaco recientemente aprobada por el Congreso
de los Diputados representa una peligrosa limitación de nuestra
libertad.
Un argumento utilizado a favor de la prohibición es que el tabaco mata a
millones de ciudadanos. Eso es cierto, pero también lo es que millones
mueren anualmente conduciendo, esquiando o nadando. A algunos incluso
los fulmina un rayo mientras pasean por el campo. Todos ellos saben que
el riesgo existe y, sin embargo, deciden voluntariamente seguir
practicando esas actividades... y a nadie se le ocurre pedir al Congreso
de los Diputados que prohíba o limite el uso del automóvil, el esquí, la
natación o los paseos por el campo.
Se nos señala también que los costes hospitalarios de los fumadores
suponen una carga financiera para los demás. Este argumento carece de
lógica económica porque si los consumidores de tabaco no fumaran,
¡también se morirían! Yyome pregunto: ¿acaso no costaría dinero esa
muerte? La pregunta es si los costes de tratar a los fumadores son
mayores que los costes de morirse por otras causas.Sobre este
tema hay diversos estudios (Manning en Estados Unidos, Raynauld y Vidal
en Canadá, Rosa en Francia, entre otros) con resultados sorprendentes:
perder la vida por culpa del humo tiende a ser más barato que
morirse, más adelante, por otras razones. De hecho, una de las
enfermedades más caras de tratar es el Alzheimer, que en general no
aqueja a los fumadores compulsivos porque, a la edad en que éste tiende
a aparecer, la mayoría ya ha fallecido.
Si a eso le añadimos que los fumadores tienen una esperanza de vida de
unos 65 años (la edad de jubilación) y que, por lo tanto, acaban
cobrando pocas pensiones a pesar de cotizar toda la vida, llegamos a la
conclusión de que los fumadores no sólo no son un coste financiero neto,
sino que son una ganga para los no fumadores. La absurda ironía
es que, si los activistas aplicaran correctamente la lógica económica,
no sólo no deberían pedir la prohibición del tabaco, sino que ¡deberían
incentivar su consumo!
El argumento más persuasivo a favor de la limitación es el del fumador
pasivo: uno debería ser libre de perjudicar su propia salud..., pero no
la de los demás. La pregunta es si es cierto que la salud del fumador
ambiental está amenazada. No hace falta decir que demostrarlo es
complicado, pero hay estudios sobre el tema. El más utilizado por los
promotores de la censura es el de la Environmental Protection Agency
(EPA) de Estados Unidos: un metaestudio que analiza 30 publicaciones
previas. La EPA concluye que 24 no encuentran una relación entre ser
fumador pasivo y tener cáncer de pulmón, pero las otras seis sí. El
problema para los prohibicionistas es que el riesgo estimado por éstas
es tan pequeño que cualquier epidemiológico imparcial diría que es
producto de la omisión de otros factores o del azar.
En otro estudio, la Organización Mundial de la Salud (OMS) escogió a 650
pacientes con cáncer de pulmón y 1.542 individuos sanos y se miró
cuántos de ellos habían vivido en ambiente fumador. Para su sorpresa, la
probabilidad de ser fumadores pasivos era la misma para los dos grupos.
La OMS intentó patéticamente esconder los resultados, pero éstos
acabaron viendo la luz.
Uno de los pilares sobre los que se fundamenta la toxicología es que
la dosis hace el veneno:incluso la leche puede ser tóxica si se toma
en dosis extravagantes. En este sentido, un estudio del doctor Keith
Phillips, de los Laboratorios Covance de EE. UU., colocó monitores en
empleados de centros donde se fumaba abundantemente. La cantidad de humo
recogida en un año por esos monitores fue tan pequeña que equivalía a
fumarse seis cigarrillos por año. Para entendernos: para que esa dosis
pudiera acabar produciendo cáncer en un fumador pasivo se necesitaría
que éste se encerrara en una habitación de diez metros cuadrados sin
ventilación... ¡rodeado de 300 señores que fumaran 62 paquetes (repito,
paquetes) por hora (insisto, por hora) durante cuarenta años!
Resumiendo, ni parece que los fumadores comporten costes sanitarios
excesivos (más bien al contrario), ni la evidencia presentada sobre la
salud del fumador pasivo es convincente. El problema para los censores
de humo es que, si los argumentos relacionados con los costes económicos
o de salud de terceras personas desaparecen, sólo quedan argumentos del
tipo: queremos limitar el tabaco porque el humo nos molesta.
Digo que eso es un problema porque la frontera entre lo que molesta
y lo que no es peligrosamente arbitraria. Por ejemplo: ¿prohibiremos
los perfumes si se pone de moda decir que nos molestan?¿O
pondremos en la cárcel a la gente que no se ducha si nos molesta
el sudor? ¿Y si nos molestan los feos? ¿O los extranjeros? ¿O los
judíos? ¿Dónde está la frontera de lo que es aceptable como molestia?
Yo, la verdad, no me fío de la capacidad de los políticos de poder
demarcar racionalmente esa frontera, por más democráticamente que éstos
hayan sido elegidos (recuerden que fue un gobierno elegido el que
exterminó a seis millones de judíos, simplemente porque les
molestaban en su afán de conseguir la pureza racial). Y como no me
fío, cuando veo que los políticos tienen esa insaciable voracidad
limitadora, pienso que deberían empezar por limitar... su propia
capacidad de limitar nuestra libertad.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele, Columbia
University y UPF www. umbele. org
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