Consecuencias catastróficas
EL VELADOR DE LAS finanzas mundiales no se
puede alinear con los proteccionistas de los ricos para frenar a
China |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 17/06/2005
Visualicen la cara del proverbial conejo que, al cruzar la carretera, se
encuentra súbitamente frente los faros del coche: ojos redondos, orejas
tiesas, pelos de punta y expresión de profunda confusión. Pues esa cara,
esa misma cara, es la que se me debió quedar el otro día a mí cuando
escuché al director gerente del Fondo Monetario Internacional, nuestro
querido Rodrigo de Rato, en una conferencia celebrada en Madrid. Don
Rodrigo estaba repasando la actualidad económica internacional y, al
hablar de China, dijo que el FMI veía con buenos ojos una revaluación
inmediata del yuan ya que eso eliminaría dos de los grandes
desequilibrios que aquejan a la estabilidad económica mundial: el
superávit chino y el correspondiente déficit comercial norteamericano.
El argumento de Rato es que si la moneda se encarece, también lo harán
sus mercancías, por lo que los consumidores inteligentes comprarán menos
productos chinos y más bienes norteamericanos. Es decir, las
exportaciones netas chinas bajarán (y por lo tanto se reducirá el
superávit de ese país) y las americanas aumentarán (lo que tenderá a
reducir su déficit). Hasta aquí, la lógica económica es impecable. De
hecho, es tan impecable que tanto el secretario del Tesoro de Estados
Unidos, John Snow, como el comisionado europeo para el comercio
exterior, Peter Mandelson, lo han hecho suyo. El objetivo de ambos es
limitar la avalancha de productos chinos -sobre todo textiles- que
inunda sus mercados. ¿Por qué quieren reducir las importaciones chinas?
Pues porque así se lo han reclamado aquellos lobbies que ven como se les
escapa el negocio. Y ellos, curiosamente, ceden a pesar de que en sus
discursos hablan de libre competencia, innovación, competitividad y
todas esas cosas que quedan tan modernas.El problema es que la
limitación de importaciones chinas (ya sea a través de quotas -como
quieren los europeos- como si es a través de la revalorización del yuan
-como quieren los norteamericanos-) además de ser una injerencia
intolerable en los asuntos internos de ese país, perjudica a la mayoría
de consumidores europeos y estadounidenses ya que causa una subida de
precios. Es decir, la mayoría de nuestros ciudadanos acabarán pagando la
factura proteccionista que permitirá a los lobbies seguir manteniendo
sus rentas. Pero eso, aun siendo grave, no es lo peor. Para ver el
problema de verdad, sigamos la traza del dinero: ¿qué creen ustedes que
hacen los chinos con todos los dólares que ingresan con tanta
exportación? Pues, obviamente, no se los guardan en un cajón -eso no
sería inteligente porque los cajones no pagan intereses- sino que los
utilizan para comprar deuda, que es casi tan segura como el dinero
efectivo pero que paga un poco de interés. En particular, compran la
deuda que emite uno los entes más deficitarios de todo el planeta: el
gobierno norteamericano que preside George W. Bush. Es decir, ¡el
superávit comercial chino sirve para financiar el déficit fiscal del
estadounidense!Preguntémonos qué pasaría si, tal como propugnan nuestros
ministros, los chinos dejaran de tener superávit y, como consecuencia,
dejaran de comprar deuda americana. Dado que Bush no parece dispuesto a
reducir su desequilibrio fiscal, lo que pasaría es que el gobierno de
Estados Unidos debería acudir a los mercados financieros en busca de los
dólares que hasta ahora les prestan los chinos. Al tener que competir
con el sector privado, los tipos de interés mundiales subirían, cosa que
reduciría el consumo y la inversión, y causaría una crisis económica
mundial. Esto, en un momento en que las familias occidentales se
encuentran endeudadas hasta el cuello ya que pidieron créditos -sobre
todo hipotecarios- a tipos de interés variables cuando éstos eran
ridículamente bajos. Al aumentar las hipotecas, millones de familias no
podrían devolver sus deudas y esos impagados conllevarían la quiebra de
bancos y cajas de todo el mundo. Y, entre ustedes y yo, nuestros bancos
y cajas no serían una excepción.
Esto ya es un poco más grave... pero, aun siéndolo, la cosa tampoco
acaba aquí: las entidades financieras que no quebraran, se verían
obligadas a quedarse con los pisos, terrenos y casas de todos los que no
pagaran sus hipotecas. Dado que esas instituciones no están en el
negocio inmobiliario, intentarían sacárselas de encima, causando una
reducción repentina de los precios. Llegaría, en definitiva, aquel
momento trágico que tantas veces nos han anunciado los augures: la
explosión de la dichosa burbuja inmobiliaria.
Lo que nos trae de nuevo a la cara del conejo atrapado ante los faros
del coche: yo entiendo que los ministros de Economía americanos y los
comisarios europeos (que nos tienen acostumbrados a la prestidigitación
retórica y a esa asombrosa tendencia a bajarse los pantalones ante los
lobbies sectoriales) sean capaces de ignorar las consecuencias de sus
políticas económicas. Lo que me deja más perplejo es que el mismísimo
director gerente del FMI abogue también por la eliminación del superávit
chino. Porque don Rodrigo ya no es el ministro de Economía de un país
insignificante. Es el director del FMI y el FMI es, no lo olviden, la
institución que figura que debe velar, ni más ni menos, por la
estabilidad económica mundial. Y el velador de las finanzas mundiales no
se puede alinear con los proteccionistas de los países ricos para
reducir la capacidad de crecimiento de China cuando eso puede acabar
provocando una crisis económica y financiera de consecuencias
catastróficas.
XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Umbele,
Universidad de Columbia y UPF www.umbele.org
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