El oráculo de Delfos
TODAVÍA SON MUCHOS los que creen que los
economistas somos profetas y adivinamos el futuro; nada más lejos de
la realidad |
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XAVIER SALA I MARTIN - 00:00 horas
- 07/01/2006
Zeus soltó dos águilas desde los dos extremos de la Tierra y éstas,
volando a la misma velocidad, se cruzaron en Delfos, señalando así el
centro de la Tierra. Allí situó una piedra llamada onfalos (ombligo)
y consagró un templo en honor a su esposa Gea. Su hijo Apolo luchó en
aquel lugar contra una monstruosa serpiente pitón. Tras derrotarla,
construyó allí su oráculo. Peregrinos de toda Europa acudían al oráculo
de Delfos para que se les leyera el futuro.
Apolo les hablaba a través de una vidente llamada Pitonisa (en honor a
la derrotada serpiente pitón).
Tras recoger las preguntas de los visitantes, Pitonisa se inclinaba
sobre una grieta de la que emanaba agua sagrada y, tras inhalar los
vapores divinos, entraba en una especie de trance y emitía sonidos
incoherentes que los sacerdotes del lugar interpretaban para el cliente.
Éste, tras pagar la tarifa pertinente, recibía la respuesta en forma de
verso.
El éxito del oráculo de Delfos se debía en gran medida al hecho de que
normalmente las predicciones eran tan suficientemente vagas que
raramente se incumplían. La incapacidad de hacer predicciones serias,
sin embargo, quedó demostrada cuando el templo fue destruido por un
maremoto que los sacerdotes no pudieron anticipar.
Explico todo esto porque durante los primeros días de cada año recibo
docenas de invitaciones (televisiones, radios, periódicos, almuerzos
empresariales, revistas y e mails de algunos de ustedes) instándome a
hacer pronósticos sobre la bolsa, la inflación, los tipos de interés, la
burbuja inmobiliaria, el dólar o la tasa de crecimiento de la economía
mundial durante el año que empieza. Y es que todavía son muchos los que
creen que los economistas somos profetas. Nada más lejos de la realidad.
Es cierto que para tomar algunas decisiones - por ejemplo, para hacer un
presupuesto- se tienen que hacer previsiones de ingresos y de gastos
futuros y que esas previsiones van a depender de las circunstancias
económicas que rodean a la empresa, el Gobierno o la familia que está
haciendo el presupuesto. Y sí, también es cierto que los expertos se han
inventado diferentes métodos estadísticos (ellos los llaman
econométricos)para hacer predicciones económicas. El problema es que
sólo funcionan cuando las cosas no cambian demasiado. La razón es que
todos los modelos econométricos de previsión utilizan los datos del
pasado para vaticinar el futuro. Y, como ya he indicado en alguna otra
ocasión, eso es como conducir un coche mirando por el retrovisor: si la
carretera es recta y no giras el volante, no pasa nada y todo el mundo
piensa que sabes lo que haces. Ahora bien, si giras cuando no hay curva
o tiras recto cuando la hay, te vas directo a la cuneta y la gente se
ríe de tu incompetencia. Eso exactamente lo que pasa con los modelos
econométricos de predicción, por más sofisticados que sean.
Miren, si no, lo que predijo la prestigiosa revista británica The
Economist en su famoso anuario de principios del 2005: los grandes
desequilibrios comerciales y financieros de Estados Unidos harán que, al
acabar el 2005, el precio del dólar sea significativamente más bajo que
al principio del año. En el 2005 habrá una ralentización substancial de
la actividad económica. No habrá un gran colapso a no ser que haya un
shock realmente pernicioso como que el precio del petróleo subiera hasta
los 70 dólares el barril. Toda un fantástico racimo de elucubraciones
hechas con toda la seriedad del mundo. Problema: durante el 2005 el
dólar no bajó sino que subió más de un 15% y la economía mundial no
mostró señales de ralentización sino que creció a un 4,7% y no sufrió el
anunciado colapso a pesar de que el barril de petróleo alcanzó los 70
dólares en agosto.
El ridículo del 2005 no ha impedido que la misma revista publique el
anuario del 2006, donde, curiosamente, se vuelven a mencionar los
desequilibrios norteamericanos y el elevado precio del petróleo como
probables causantes de la desaceleración económica que vamos a sufrir
durante el año que ahora comienza. Además de esos dos factores de riesgo,
se comenta que China puede dejar de comprar deuda norteamericana y pasar
a comprar bienes por todo el mundo (como ya hicieron los japoneses en
los ochenta). Si lo hacen, el Gobierno de Estados Unidos pasaría a
competir con las familias norteamericanas a la hora de pedir créditos,
cosa que haría subir aún más los tipos de interés mundiales. Eso
repercutiría negativamente en millones de hogares de todo el planeta que
están endeudados hasta las orejas con créditos hipotecarios a tipo de
interés variable. Al no poder pagar las hipotecas, los bancos y las
cajas se quedarían montañas de casas que luego malvenderían, el precio
de la vivienda caería en picado y explotaría la burbuja financiera que,
siempre según The Economist,existe en Estados Unidos y muchos
países de Europa... entre los que destaca España.
¿Acabará sucediendo todo esto? Pues no tengo la más mínima idea. Mi
trabajo como economista no es el de adivinar el futuro, sino el de
diagnosticar problemas económicos y encontrar e implementar soluciones.
Lo que sí sé seguro es que las predicciones que los medios de todo el
mundo están haciendo estos primeros días del año o bien son de una
vaguedad que las hace inútiles, o bien deben ser tomadas con extrema
precaución. La misma precaución que tendríamos si, en lugar de venir de
complicados modelos econométricos, provinieran de una bola de cristal,
del ternplum mágico de un druida celta o de los vapores sagrados
del oráculo de Delfos.
X. SALA I MARTIN, Fundació Umbele, Columbia
University y UPF. www. umbele. org
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