Introducir discriminación
SI LA PRODUCTIVIDAD DE la mujer y el hombre es
igual, y el salario de ella, un 40% inferior, ¿por qué los
empresarios no se pelean por contratar trabajadoras? |
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XAVIER SALA I MARTÍN - 00:00 horas
- 17/03/2006
Imagínense que a un empresario egoísta que sólo busca beneficios se le
aparecen unas trabajadoras ofreciendo la misma productividad que los
empleados masculinos cobrando, eso sí, un 40% menos. Tentadora ganga,
¿no creen? De hecho, tan tentadora que, si fuera cierto, otros
empresarios competirían para contratarlas (cosa que, de paso, haría
subir los salarios femeninos al alza hasta eliminar la diferencia del
40%.)
Según datos de la OCDE, la retribución media anual femenina de los
países desarrollados es entre un 20% y un 50% inferior a la masculina.
Algunos creen que esto demuestra la existencia de discriminación y
algunos gobiernos incluso intentan corregir la situación obligando a las
empresas a tener una cuota mínima de mujeres en los puestos de mayor
responsabilidad y remuneración. El problema de identificar diferencias
salariales medias (repito, medias) con discriminación es que éstas
existen desde hace décadas, y si la productividad de la mujer es
idéntica a la del hombre y su salario un 40% inferior, ¿por qué los
empresarios no se han peleado por contratar trabajadoras? Una posible
explicación es que los empresarios odian tanto a las mujeres que están
dispuestos a perder dinero con el fin de no contratarlas si no es a un
salario inferior. Puede ser. Pero otra explicación es que no es cierto
que la productividad media masculina y femenina sean idénticas desde el
punto de vista empresarial.
Numerosos estudios han intentado explicar por qué las mujeres tienden a
cobrar menos en casi todos los países del mundo. Uno de los más
recientes es el de O´Neill y O´Neill (del National Bureau of Economic
Research). El estudio constata que en EE. UU. no sólo el salario por
hora femenino es un 23,5% inferior al masculino, sino que el salario
medio de los blancos es un 33,9% superior al de los negros. Los O´Neill
demuestran que los afroamericanos cobran menos porque tienen mayor
propensión a vivir en zonas rurales donde los salarios son más bajos (eso
explica un 6,2% de la diferencia de 33,9%), tienen niveles de educación
inferiores (lo explica otro 9,1%), obtienen notas inferiores en la
escuela (un 12,4%) y tienen menos experiencia, ya que se pasan más
tiempo fuera del mercado laboral (lo que explica otro 5,3%). Tras tener
en cuenta todos esos factores, resulta que blancos y negros cobran lo
mismo.
A pesar de ser interesantes, estos factores no explican por qué los
salarios medios femeninos son inferiores, ya que las mujeres no tienen
una mayor propensión a vivir en zonas rurales, ni tienen menos educación
ni sacan peores notas.
Los O´Neill demuestran que uno de los elementos explicativos es que la
mujer tiende a abandonar el mercado laboral temporalmente para tener y
criar a sus hijos, y eso reduce su experiencia. Si se tiene en cuenta
esto, el diferencial baja de 23,5% a 12,1%. Otro factor es que las
mujeres tienden a querer trabajos con más flexibilidad y con menos
estrés (como trabajos a tiempo parcial o en ONG) y eso reduce el
diferencial hasta el 7,9%. El resto se podría atribuir a la
discriminación..., aunque también pueden existir elementos de difícil
medición como la inferior dedicación - entendiendo por ello el no
querer quedarse en la empresa hasta altas horas de la madrugada porque
hay que cuidar a los niños, la menor disponibilidad a la hora de viajar,
etcétera.
El estudio de los O´Neill apunta a que la verdadera diferencia entre
hombres y mujeres proviene del distinto papel que desempeñan dentro de
la familia: por alguna razón, son muchas más las familias que deciden
que será la mujer la que irá a buscar a los niños al colegio (y, por
tanto, la que tendrá menos flexibilidad en su trabajo), la que
renunciará a empleos que conlleven viajes o largas horas, o la que
abandonará el mercado laboral durante meses cuando se tienen hijos. Y
como la dedicación y la flexibilidad son características que se valoran
económicamente, quien las acepta (y en este caso tiende a ser el hombre)
acaba cobrando más. Para corroborar la hipótesis del papel familiar está
el hecho de que mujeres solteras y sin hijos cobran lo mismo (de hecho,
un poco más) que los hombres solteros y sin hijos.
La pregunta es si las cuotas que el Gobierno intenta imponer a las
empresas corrigen el supuesto problema. Y aquí pienso en mi sector: la
universidad. Imagino a un profesor joven que ha trabajado día y noche
durante años para publicar en las mejores revistas del mundo y, a la
hora de decidir su promoción, se le niega la oportunidad y se escoge a
una mujer que tiene menos publicaciones... pero que sirve para cubrir la
cuota de catedráticas femeninas. Si esto pasara, sería una enorme
injusticia, ya que la beneficiada no obtendría la plaza por sus
calificaciones, sino por su sexo. Y eso sí que sería pura discriminación.
Si el problema es que el Gobierno piensa que, cuando las familias actúan
en libertad, tienden a tomar decisiones equivocadas (o poco modernas),entonces
lo que hay que hacer es intentar convencer a los ciudadanos de las
bondades de la alternativa. Eso sí, después de asegurarse de que todos
tienen acceso a una buena educación que garantice la igualdad de
oportunidades (cosa que, hoy en día, me parece que en España está más o
menos conseguido) y de que, una vez garantizada, los mejores puestos van
a las personas que más se los merecen, sean hombres o mujeres.
Lo que no parece apropiado es que cuando a los ministros no les gusten
las decisiones que libremente toman las familias, intenten corregirlas a
base de... introducir discriminación.
XAVIER SALA I MARTÍN, de la Fundació Umbele,
Columbia University y UPF www. umbele. org
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