Porque...
somos civilizados, ¿no?
EN LOS CAMPOS hay que abuchear a los imitadores
de primates hasta que queden eclipsados |
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XAVIER SALA-MARTÍN - 00:00 horas -
03/03/2006
Imagínense a un barcelonés blanco paseando con su esposa y sus hijos por
la Diagonal. Al encontrarse a un africano de cara, también paseando con
su señora y sus niños, empieza a gritarles, a insultarles y a imitar
sonidos de mono. Grotesco e insólito, ¿no? De hecho, tan insólito que
una escena así no ocurre nunca porque la gente normal no insulta sin
razón aparente y porque si lo hiciera, el resto de los transeúntes le
increparían y le dirían que se ha vuelto loco.
Traslademos la situación unos cientos de metros y situémonos en el Camp
Nou. Ahora ya no es tan inusual: dentro de un estadio es normal ver a
imitadores de simios insultando a personas de otras razas. ¿Por qué?
Primero porque la gente olvida que los jugadores, además de estrellas,
son seres humanos con sentimientos. Segundo, porque algunos aficionados
creen que los insultos desestabilizan a los contrarios. Y tercero,
porque las autoridades y el público callan y, con su silencio, otorgan.
Tengo la suerte de conocer a Samuel Eto´o. He viajado con él por África.
He colaborado con su fundación ayudando a escolarizar a niños africanos.
Le he acompañado a hospitales, escuelas y cárceles y le he oído propagar
un mensaje de esperanza. Le he visto compartir con los suyos su tiempo,
su suerte y su dinero. Por eso me partió el corazón verle en el
aeropuerto de Madrid después de que, en el Barça-Getafe del 2004, un
grupo de primitivos le dedicara los ya famosos simiescos alaridos. Eto´o
estaba solo, en un rincón de la sala de espera, con sus auriculares
puestos. Al acercarme me miró y, con lágrimas en sus ojos, me preguntó:
"Hermano, ¿por qué?" No supe que decir. No pude explicarle a mi hermano
Samuel por qué la gente de mi color se comportaba con tanta bajeza.
Ha pasado ya un tiempo y los simios siguen apareciendo en casi todos los
estadios de España. Los energúmenos continúan sin darse cuenta de que
los jugadores tienen sentimientos. Ante estos espectáculos, muchos
reclaman la intervención de las federaciones, de los presidentes de los
clubs, de los comités, de los árbitros y de demás autoridades para que
erradiquen el racismo del fútbol. Y todo esto está muy bien. Todos ellos
tienen su responsabilidad. Pero el resto de ciudadanos también tenemos
la nuestra. Tenemos la responsabilidad de actuar dentro del estadio tal
como actuaríamos fuera de él: recriminando a los racistas. Si así lo
hacemos y si es verdad que éstos son una minoría, sus gritos quedarán
sepultados bajo la reprobación de la mayoría. De hecho, esto es
exactamente lo que el Camp Nou hizo espontáneamente durante meses cada
vez que los boixos nois dedicaban canciones insultantes al presidente
Laporta. Poco a poco, al ver que sus ofensas no eran oídas por nadie, se
fueran desvaneciendo.
Visto esto, quiero hacer desde aquí una propuesta sencilla y práctica: a
partir de hoy, cada vez que se oigan insultos racistas en un campo de
fútbol, que los espectadores que los consideren indecentes, los que se
sientan avergonzados y los que entiendan que no todo vale para ganar,
que todos, absolutamente todos, abucheen a los imitadores de primates
hasta que queden eclipsados. Cuando éstos vean que su estupidez no es
escuchada y cuando vean que la mayoría de ciudadanos detesta su actitud,
simplemente desaparecerán.
Y si no, al menos habremos demostrado al mundo, a nuestros hermanos
africanos y a nosotros mismos que todavía somos civilizados. Porque...
somos civilizados, ¿no?
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