¿Localista o cosmopolita?
Los empresarios catalanes
debaten estos días sobre el origen de la decadencia de la economía catalana.
Unos (la Cambra de Comerç y la patronal Foment del Treball) dan las culpas a la
poca inversión en infraestructuras por parte del gobierno de Madrid. Otros (el
Círculo de Economía) apuntan a la “falta de ambición y liderazgo” del propio
empresariado catalán. Seguramente ambos grupos tienen parte de razón: la
insuficiente inversión pública ha saltado a la vista últimamente entre apagones
y escándalos de cercanías. Pero, ¿de dónde sale la falta de ambición y liderazgo
empresarial?
En 1949, el famoso
sociólogo de la universidad de Columbia, Robert K. Merton, analizó el tema del
liderazgo estudiando a los líderes de un pequeño pueblo de New Jersey llamado
Rovere. El resultado fue publicado en un clásico de la sociología moderna
llamado “Teoría y Estructura Social” e
identifica dos tipos de líderes: los
cosmopolitas y los localistas.
Explica Merton que los cosmopolitas tienen una orientación y un marco de
referencia universal. Los localistas lo tienen más local. Los cosmopolitas
reciben influencias de todo el mundo y los localistas sólo de su entorno más
próximo. Cuando hablan, los cosmopolitas relacionan su conversación con lo que
pasa en el planeta. Los localistas lo relacionan todo con su ciudad. A los
cosmopolitas no les interesan las personas nuevas que llegan al pueblo. Los
localistas, por el contrario, quieren saber quién es quién y tener a todo el
mundo controlado. Los cosmopolitas hablan de su ciudad como si fueran a irse en
cualquier momento. Los localistas hablan de ella como si fuera el centro del
universo. Los cosmopolitas obtienen el éxito a través de su capacidad, los
localistas alcanzan el poder a través de la amistad y la popularidad. Los
cosmopolitas triunfan porque valen y no les importa la competencia. Los
localistas triunfan por sus conexiones y buscan la protección.
¡Los localistas triunfan
por sus conexiones y buscan protección! ¿Les suena? ¿No será que Robert Merton
identificó en 1949 el problema de la Catalunya actual? ¿No será que la
ciudadanía catalana en general, y el empresariado en particular, es cada vez
menos cosmopolita y más localista?
Es posible. Pero, ¿por qué
somos cada vez más localistas? Seguramente hay muchas explicaciones: el sistema
educativo prima la uniformidad y castiga la excelencia, la iniciativa o la
creatividad (al niño que lee antes de tiempo se le quitan los libros, no fuera
que los demás niños se frustraran). La obsesión por el estado del bienestar
provoca aversión al riesgo y una ansia enfermiza por la seguridad (el día más
feliz de una madre es cuando su hija entra a trabajar en un banco porque… ¡ya
está colocada de por vida!). Los que no lo intentan se burlan de los que
fracasan sin entender que sobre los fracasos se cimientan los futuros éxitos. El
discurso dominante equipara al empresario con el explotador. El objetivo de
nuestros estudiantes de economía ya no es crear su propia empresa sino ser
funcionario o ejecutivo de banco o multinacional. Todo esto dificulta la
aparición de líderes emprendedores, capaces y con ganas de aprovechar su talento
para triunfar.
Finalmente está el
imparable aumento del poder del sector público que regula hasta los más
recónditos rincones de nuestras vidas. En nuestro país, el poder político decide
desde quién puede fusionarse hasta quien ocupa espacio radiofónico, pasando por
si se recalifican o no unos terrenos, a quien van las subvenciones, a quien
otorga contratos millonarios, quien se traslada a qué terminal o quien obtiene
una concesión o una licencia. Es decir, la enorme y creciente regulación permite
a políticos y funcionarios decidir qué empresas ganan o pierden dinero. La
lógica consecuencia es que los empresarios se preocupan más por buscar el favor
político que por ser creativo, innovador y productivo. Se preocupan más por
controlar el entorno inmediato que por entender las fuerzas que afectan los
mercados mundiales. Y así, los consejos de administración se llenan de
personajes políticamente conectados que pueden conseguir favores de las
administraciones y no de personas preparadas, con ideas y visión global.
¿Consecuencia?: los enormes tentáculos del poder político abrazan hasta la
asfixia al empresariado y hacen que cada día sea más localista y menos
cosmopolita.
Todo esto sería anecdótico
si no fuera por el hecho de que el mundo se está globalizando y, como dice
Robert Shiller de la Universidad de Yale, la globalización tiende a premiar a
los cosmopolitas y a castigar a los localistas. De hecho, las crecientes
desigualdades económicas que se observan en los Estados Unidos se deben, según
Shiller, a que la globalización tiende a beneficiar más a la gente preparada,
con mentalidad universal que a la gente que se gana la vida a través de
amistades y conexiones políticas locales. Y mientras el mundo avanza en una
dirección, nosotros remamos contra corriente en dirección contraria.
El President Montilla riñó
un día a los catalanes porque, según él, perdíamos el tiempo en el debate
identitario. Se equivocaba: el problema no es perder el tiempo en el debate
identitario sino perder el tiempo con una identidad que nos perjudica, por más
que esa identidad beneficie a los que viven de la conexión política. Todo el
mundo tiene identidad. Todo el mundo necesita identidad. La pregunta realmente
importante es: ¿qué tipo de identidad queremos para Catalunya? ¿Localista o
cosmopolita? La Vanguardia, 17-11-2007 Back to Sala-i-Martin's Articles EN CATALÀ Back to Sala-i-Martin's Articles EN ESPAÑOL
Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra © Xavier Sala-i-Martín, 2007
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