Funcionarios Doctrinales
Cuando
Marco Polo llegó a China en 1271, se encontró con una civilización milenaria que
había sido capaz de inventar el papel, la porcelana, la imprenta de bloques de
madera, la pólvora, el compás, las cometas, la carretilla, los fuegos
artificiales o los canales con compuertas. Un mundo maravilloso que parecía
estar a años luz de esa lóbrega Europa medieval pero que… a pesar de que Marco
Polo no se daba cuenta, estaba cambiando de manera irreversible: con la llegada
de los mongoles y la dinastía Yuan, esa China que tantos inventos había
producido empezó a dejar de generar ideas y se vio superada por una Europa que,
en pocos siglos, fue capaz de hacer las revoluciones científica, industrial y
social que dieron lugar al mundo occidental que hoy conocemos.
Por qué
la civilización china quedó tan atrasada en tan poco tiempo es uno de los
rompecabezas más fascinantes de la historia. Entre las muchas teorías
existentes, la más convincente es la de Geoffrey Lloyd y Nathan Sivin: los
conocimientos en China estaban en manos de una burocracia feudal (el
mandarinato) cuya misión era controlar y administrar ese gigantesco país. Los
burócratas decidían a través de un complejo y durísimo sistema de exámenes, no
sólo quien era apto para acceder a los conocimientos sino qué tipo de
conocimientos eran aceptables. Es decir, el estado decidía qué se debía estudiar
y cómo se debía estudiar. La monopolización de los conocimientos y la educación
por parte del funcionariado hizo que desapareciera el pensamiento libre e
independiente y el escepticismo sistemático que se requiere para que surjan las
ideas y la innovación. Los “sabios” chinos eran poco dados a buscar nuevos
conceptos por miedo a irritar al
establishment doctrinal.
Digo que
la teoría de Lloyd y Sivin es la más convincente porque se ve confirmada por
otros episodios históricos. En el siglo IX, Bagdad estaba intelectualmente a la
cabeza del mundo Mediterráneo. Fue en el seno del Islam donde se tradujeron los
grandes clásicos griegos y romanos, se originaron los hospitales, se realizaron
grandes progresos filosofía, astronomía o matemáticas (la palabra álgebra
proviene del árabe al jabar). Sin
embargo, ese liderazgo desapareció en apenas dos siglos debido a la
inflexibilidad de las autoridades fundamentalistas. Los astrónomos islámicos ya
habían observado que los planetas no describían círculos sino elipses alrededor
del sol (algo que Kepler redescubrió en el siglo XVII), pero nunca tuvieron la
libertad para pensar que esas órbitas elípticas respondían a una leyes de la
gravedad y a un heliocentrismo contrario a la versión oficial del Islam.
Retrasando todavía más el reloj, otro fundamentalismo, el cristiano, contribuyó
a poner fin al pensamiento clásico greco-romano. Durante su época dorada, la
Grecia de Tales de Mileto, Ptolomeo, Pitágoras y Aristóteles era una pura
olimpiada de sabiduría, donde la inteligencia, la agudeza, la creatividad y el
pensamiento eran premiados como si de competiciones deportivas se tratara. De
hecho, en la Grecia clásica no había mucha distinción entre educación deportiva
e intelectual. Toda esa libertad de la que gozaron los pensadores clásicos dejó
paso a la “verdad absoluta” dictada por el dios medieval cristiano, una “verdad”
defendida con la espada desde el poder militar. Eso frenó el progreso científico
durante siglos, hasta que Tomás de Aquino reintrodujo a un Aristóteles que se
había conservado gracias al islam.
Les
explico todo esto porque parece que estamos asistiendo, en directo, a una nueva
pérdida de liderazgo intelectual: la de Europa. Las grandes universidades de
Alemania, Francia, Inglaterra, Suiza o Italia, que eran las mejores del planeta
hace sólo 50 años, han dejado de liderar el mundo intelectual. ¿Por qué? Pues
por la misma razón que chinos, islámicos o grecorromanos perdieron su hegemonía:
el control monopolístico por parte del estado.
La
gravedad de la situación universitaria europea está llevando a
nuestros líderes a introducir reformas como la del Plan de Bolonia. El
problema es que el tan criticado plan parece un intento burdo de crear un
espacio de mayor movilidad para nuestros estudiantes y licenciados. Aunque esto
de la movilidad está bien, no soluciona el problema principal. Es más, lo
empeora porque al buscar más coordinación, se evita la competencia entre
universidades por la obtención de fondos, estudiantes y profesores. Esa falta de
competencia hace que las universidades no tengan incentivos a mejorar la oferta
educativa o a generar más ideas que los demás. Y el progreso de las ideas es muy
difícil sin un escepticismo generalizado que no se puede dar si los pensadores
son funcionarios del estado con miedo a perder la financiación cuando se
enfrentan al poder y no tienen alternativa a la que acudir.
No. El
plan de Bolonia no ha causado el declive universitario europeo, pero sí
representa una oportunidad perdida para enmendar la situación y sí demuestra que
nuestros líderes políticos todavía no han identificado el problema real. Marco
Polo no vio que su admirada China estaba ya en decadencia por culpa del
monopolio público del conocimiento. Siete siglos después se está repitiendo la
historia y Europa perderá definitivamente el liderazgo intelectual que ha
ostentado desde el renacimiento si no introduce profundas reformas que conlleven
más competencia entre universidades, un menor control estatal de la educación y
la ciencia y, sobre todo, menos burócratas de la intelectualidad y funcionarios
doctrinales.
La Vanguardia, 11-01-200 9Back to Sala-i-Martin's Articles EN CATALÀ Back to Sala-i-Martin's Articles EN ESPAÑOL
Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra © Xavier Sala-i-Martín, 2009
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