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OPINIÓN
Argentina: el primo derrochador
La Vanguardia - - 03.45 horas - 07/08/2001
XAVIER SALA I MARTÍN
JOAN CASAS

Todas las familias tienen uno. Seguro que la de ustedes también. Me refiero al primo que intenta vivir por encima de sus posibilidades. El primo que tiene coches de lujo y lleva trajes de marca que, en realidad, no se puede permitir. El primo que paga sus créditos con nuevos préstamos y hace bolas de nieve financieras que no puede devolver. Y cuando el agua le llega al cuello, los acreedores le embargan hasta la camiseta y sus problemas salpican a toda la familia. Su historia nunca acaba bien.

El problema sería anecdótico si no fuera porque hay gobiernos que se comportan con la misma irresponsabilidad que nuestro primo. Y entre todos ellos destaca el de Argentina.

Los analistas de 1900 creían que sería una de las potencias económicas del siglo XX, pero se convirtió en uno de sus más sonados desastres. De hecho, Argentina es un ejemplo estelar de cómo va la economía cuando los gobiernos hacen mal las cosas: desde el populismo peronista hasta los corruptos asociados de Menem, pasando por las juntas militares, los sucesivos gobiernos argentinos se dedicaron a vivir por encima de sus posibilidades. Mientras pudieron, los excesos se financiaron imprimiendo dinero y ese fue el origen de las megainflaciones que martirizaron al país durante décadas.

En 1991, el ministro Domingo Cavallo acabó con la inflación de la única manera posible: evitando que el gobierno pudiera obligar al banco central a imprimir dinero. Para conseguirlo, se aprobó la ley de convertibilidad, que solamente permitía al banco central imprimir un peso si antes ingresaba un dólar. Un dólar, un peso. Se consiguió así eliminar la inflación de raíz y Argentina entró en una fase de bonanza y crecimiento económico entre 1991 y 1996. Durante ese periodo, el gobierno privatizó muchas empresas pero se siguió comportando como el primo derrochador: en lugar de ahorrar lo ingresado por la venta de las empresas públicas, el dinero desapareció.

Los problemas empezaron cuando, a mitad de los noventa, el dólar se apreció fuertemente. Estando el peso ligado al dólar, se encarecieron los productos que se compran con pesos. Las exportaciones empezaron a sufrir y Argentina entró en una crisis económica. La situación empeoró cuando Brasil devaluó su moneda (I/1999), lo que abarató los productos del principal competidor. Mientras tanto, el gobierno seguía gastando y endeudándose. Llegó un día en que los bancos no quisieron prestarle más y le exigieron la devolución de los créditos. Era el momento de utilizar los recursos que se deberían haber ahorrado tras la venta de empresas públicas. ¡Pero aquel dinero había desaparecido en el bolsillo de algún espabilado con enchufes políticos! En marzo del 2001, el gobierno, atrapado y sin recursos, quiso renegociar los créditos. Los primeros que se opusieron fueron los "amigos" del BSCH. Al final, se consiguió aplazar los pagos, pero a intereses altísimos.

Y así están las cosas ahora, con Cavallo otra vez en el gobierno y enfrentándose a otra situación desesperada. Esta vez consigue que se apruebe una ley que prohíbe al gobierno gastar un solo peso que no haya sido previamente ingresado por vía fiscal. Como no hay ni para pagar los salarios y las pensiones, éstos se rebajan en un 13%. Lógicamente, los ciudadanos se enfadan y las protestas se generalizan.

En principio, la ley de déficit cero soluciona el problema de fondo, que no es otro que los excesos sistemáticos del gobierno: la ley será como una camisa de fuerza que le impedirá cometer más locuras. Pero las soluciones económicas funcionan sólo si son políticamente factibles. En este sentido, se está diciendo a trabajadores y a pensionistas que deberán sacrificar sus ingresos para que los bancos puedan cobrar intereses. Eso es agua bendita para los partidos populistas que tanto abundan por aquellas latitudes. ¡Y en octubre hay elecciones! Aún suerte que los militares están totalmente desprestigiados, que si no...

Para aplacar un poco las justificadas iras de la gente, la ley de déficit cero se debería complementar con dos políticas adicionales. La primera es el ataque verdadero a la evasión fiscal. Eso traería dinero al Fisco y mostraría a los ciudadanos que los ricos también pagarán su parte. La segunda es ¡la suspensión de pagos! Es cierto que, tal como están las cosas, Argentina casi no deberá pagar intereses hasta el 2003, por lo que tal medida no aliviaría mucho las cargas financieras de hoy. Pero si el país no sale de la crisis económica en un año (y las reducciones salariales y de pensiones sólo contribuirán a agravar la situación por debilitar el consumo privado), es posible que el gobierno no pueda afrontar los demoledores intereses en el 2003 y tenga que suspender pagos de todas maneras. La ventaja de hacerlo ahora es que permitiría explicar a los ciudadanos que los acreedores van a tener que ajustarse los cinturones tanto como trabajadores y pensionistas. Sería una bomba financiera (los mercados van a castigar a Argentina sin nuevos créditos durante un tiempo, cosa que, por cierto, ya está pasando), pero daría una cierta legitimidad política a la obligada austeridad fiscal. Y, a veces, la paz social es más necesaria que los créditos cuando se busca reencontrar la senda del crecimiento económico.

No sé cómo acabarán las cosas. Lo que parece claro es que, una vez más, los familiares inocentes, y eso incluye a los "gallegos", acabarán pagando los excesos del primo derrochador.


XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta, Columbia University y UPF
www.columbia.edu/%7exs23


[Martes, 7 de agosto de 2001]



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