Terrorismo y Libertad

Si algo hay de gracioso en los recientes atentados de Nueva York son las reacciones de algunos políticos, periodistas, lectores y tertulianos. Es muy ilustrativo ver como los que hace poco criticaban a los Talibán por volar unos budas de piedra, de repente se muestran “comprensivos” y opinan que “hay que entender el Islam”.

A pesar de ser personajes muy dispares, sus análisis siguen un patrón muy similar. Primero, se empieza por decir que los atentados fueron una barbaridad. Menos mal. Después se pronuncia la palabra “pero”, esa conjunción que suaviza la condena que se acaba de hacer. Se pasa a poner cara de intelectual profundo y se exclama que “debemos buscar las causas”, “las razones” que llevan a esos fanáticos a morir asesinando salvajemente. Acto seguido, se dispara toda una artillería de disparates propia de manual de sociología amateur: que si el apoyo de los Estados Unidos a las dictaduras del mundo (sobre todo las de Franco y Pinochet), que si la violencia de las películas de Hollywood, que si la arrogancia norteamericana, que si las condenas a muerte y el unilateralismo de George W. Bush sobre el tratado de Kyoto y la formación del TPI, que si el apoyo americano a Israel, que si los miles de muertos de hambre que genera el capitalismo neoliberal (el premio gordo se lo lleva un tertuliano del Catalunya Nit cuando, tras culpar a la globalización, dijo que la solución no era otra que... -por favor no se rían- ¡la Tasa Tobin!. Resulta que la Tasa Tobin, ese Tampax intelectual que sirve para todo, esa especie de mercromina dialéctica que se puede aplicar a todas las heridas, ¡ahora también vale para erradicar el terrorismo internacional!)

Una vez encontrada la “justificación”, los sagaces observadores descansan tranquilos porque, a diferencia de esos americanos “superficiales” e “impulsivos”, ellos, muy europeos, han realizado un penetrante análisis intelectual. Ya pueden respirar.

No estoy de acuerdo con casi nada de lo que dicen, pero tienen razón en una cosa: las causas deben ser buscadas y analizadas. ¡Pero se debe hacer bien! No basta con encontrar un ejemplo de algo “malo” que hayan hecho los americanos en el pasado y creerse que ya se ha encontrado la justificación. Hay que analizar seriamente por qué están irritados los terroristas y qué quieren.

Yo no sé si a Bin Laden le preocupa el tratado de Kyoto. Lo que sí sé, es lo que dice repetidamente ante las cámaras y lo que escribe en sus “fatwas”: “La obligación religiosa de cada musulmán es asesinar e infligir el mayor dolor posible a todos los ciudadanos de occidente, cristianos y judíos”. Una vez oídas estas palabras ¿realmente alguien cree que intenta defender a los pobres del mundo, castigar a los productores de Hollywood o reducir las emisiones de CO2? ¡Por favor, seamos serios!  Esos terroristas (la mayoría, millonarios herederos o ricos médicos o ingenieros con niveles de vida elevados) no defienden a los pobres. Ni siquiera defienden el Islam, religión de paz que condena tanto el suicidio como los litros de alcohol que engulleron el día antes del atentado. No buscan la paz en Oriente Medio, sino el exterminio de los judíos. Está claro que en el mundo hay desigualdades, existe la probabilidad (aunque  les aseguro que es remonta) de que la Tasa Tobin sea deseable e incluso es posible que la tierra se esté calentando. ¡Pero eso no tiene nada que ver con los terroristas! Éstos quieren un mundo donde no haya libertad, donde no haya separación entre iglesia y estado, donde la mujer sea una esclava del hombre, sin acceso a la educación o a la asistencia médica y donde el terror y la arbitrariedad de los dirigentes nos domine. En definitiva, quieren que la civilización retroceda mil años y vuelva a los tiempos del Califa Omar y buscan seguir los pasos del gran Saladín para exterminar a todos los que no comulguen con esa delirante idea del mundo.(*) Todo esto no lo digo yo. Lo dicen ellos. Y sus acciones corroboran sus palabras.

Y dado que los terroristas de Bin Laden, no sólo utilizan métodos salvajes, sino que tienen unos objetivos inaceptablemente inmorales, no podemos hacer nada para complacerles o para reducir su irritación. Por lo tanto, la respuesta del mundo civilizado sólo puede ser una. La misma que tuvo ante el nazismo: hay que perseguirlos y eliminarlos.

Una vez dicho esto, hay que insistir en que la persecución se haga dentro del marco de la ley. Y no me refiero a evitar arrasar a pueblos enteros en Afganistán (cosa que, además de ser inhumana, crearía miles de nuevos terroristas), a no culpabilizar a los ciudadanos islámicos de lo acaecido (aunque es responsabilidad de los líderes religiosos mostrar claramente a sus seguidores que los terroristas no defienden el Islam y que la religión que se enseña en las “madrassas” de Pakistán no tiene nada que ver con el Corán) o intentar hacer una coalición internacional contra el terrorismo. Eso es obvio y las decisiones tomadas y las palabras pronunciadas  por el presidente Bush hasta ahora demuestran que lo tiene presente. Me refiero a no dejar que nuestras autoridades detengan e incomuniquen a ciudadanos inocentes, escuchen ilegalmente nuestras conversaciones, limiten la libertad de expresión o recorten las libertades individuales en las que se basa la democracia liberal.

Nuestros gobiernos han fracasado miserablemente en su misión, su obligación, de protegernos de la violencia y del terror. No dejemos que se resarzan ahora recortando nuestras libertades, las mismas libertades que quieren recortar los terroristas.

 

NOTA: 

(*) De hecho, la estrategia de Bin Laden también imita a la de esos dos grandes conquistadores islámicos (el Califa Omar que en el siglo VII venció al imperio bizantino y el gran Saladín, que derrotó a los cristianos en el siglo XI y unificó el mundo islámico). El ejército de Saladín estaba formado por un reducido grupo de fieles comandantes y un pequeño grupo de soldados que siempre estaban junto a él. Además, contaba con un numeroso grupo de soldados en la reserva repartidos por diferentes partes del mundo. Cuando había necesidad, Saladín enviaba a una docena de emisarios, cada uno en una dirección, que caminaban y corrían durante días y semanas para alertar a los reservistas y ponerlos en pie de guerra. En pocos días, su ejército pasaba a ser de cientos de miles de soldados dispuestos a morir en el Jihad, la guerra santa contra los impíos.

El grupo terrorista al-Qaida también tiene un reducido grupo de comandantes: El Doctor Yaman Al Zawahar, líder del Jihad Islámico Egipcio, parece ser la mano derecha de Bin Laden. El jefe de operaciones es el antiguo comandante del Ejército Islámico de Salvación del Kirgistán, Jumma Mamangani. Muhammed Atif, también del Jihad Islámico Egipcio, es el cerebro militar. Y finalmente, Imad Mughniyeh, antiguo líder del Hezbollah libanés, es el jefe de inteligencia en oriente medio.

Siguiendo la tradición militar islámica, dos días antes del atentado de New York, Bin Laden envió a sus emisarios a alertar a los millares estudiantes de las escuelas islámicas de Afganistán y Pakistán, estudiantes que han sido entrenados y armados por Bin Laden durante años con el objetivo de combatir en la Jihad contra occidente. La CNN se encargó de alertar, involuntariamente, a los comandos que se encuentran operando en Europa y Estados Unidos: se calcula que unos 100.000 fanáticos están, pues, en pie de guerra y dispuestos a morir asesinando. 

 

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2001.