Pregúntenselo a Fidel

Fidel Castro no sabe lo bien que le va el bloqueo económico al que le someten los Estados Unidos. O al menos eso se deduce de los argumentos de los grupos anti-globalización. Si nos los tomamos en serio, el bloqueo debería beneficiar al pueblo cubano ya que lo protege de la explotación de las multinacionales, evita el intercambio desigual que perjudica a los países de la periferia, impide que el neoliberalismo salvaje reduzca los “fabulosos” salarios que ganan los trabajadores cubanos, no permite el acceso de las tecnologías uniformizadoras, fomenta la libertad política y democrática al evitar que el gobierno se convierta en siervo del gran capital imperialista y elimina la prostitución infantil al excluir el turismo sexual norteamericano que hizo de la Cuba de Batista el gran prostíbulo de América (todo el que haya visitado la isla recientemente habrá observado que, gracias a Fidel, en Cuba ya no hay prostitutas). ¡El Comandante debería dar las gracias al congreso norteamericano por impedir que la isla caiga en las garras de la globalización!

¿Absurdo? Quizá si, pero este ejemplo demuestra que buena parte de los razonamientos de los globófobos son falaces. Otro ejemplo. Nos dicen que la globalización genera crecientes desigualdades económicas: los pobres serán cada vez más pobres y los ricos, más ricos. En este sentido, se repite hasta el aburrimiento que las 20 personas más ricas del mundo tienen tanto dinero como los 3.000 millones más pobres, dato que es de muy poco interés porque confunde los conceptos de desigualdad y pobreza. Esa confusión ha quedado patente durante el último año, cuando los más ricos han perdido enormes sumas dinero debido a la caída de los valores tecnológicos. El número de pobres que equivalen a los 20 más ricos es ahora mucho menor que hace un año. Quizá esto haga feliz a los anti-globalización, pero la verdad es que no ha beneficiado en absoluto a los más pobres del mundo.

Si analizamos la historia de las desigualdades económicas, veremos que en 1750 el mundo era muy igual, pero era muy pobre ya que la casi totalidad de la población vivía en régimen de subsistencia, como documentó Thomas Malthus en 1798. De repente, algunos países empezaron a desarrollarse con la introducción de economías de mercado más o menos abiertas, y eso conllevó aumentos en el nivel de bienestar para la mayor parte de sus ciudadanías. Los países que no iniciaron ese proceso se quedaron atrás y las desigualdades de renta entre países y entre personas aumentó entre 1750 y 1980. A la vista de esta tendencia, muchos fueron los que predijeron que las desigualdades seguirían creciendo sin parar. Pero eso no tiene porqué ser necesariamente cierto ya que si, poco a poco, todos los países se desarrollan, llegará un punto en el que las desigualdades comenzarán a disminuir hasta llegar a la situación en que todos serán más o menos iguales, como en 1750, pero esta vez no serán iguales y pobres sino ricos.

Y eso no es solo una elucubración teórica sino que, según recientes estudios de los profesores Paul Schultz de Yale, Peter Lindert de la Universidad de California Davis y Jeffrey Williamson de Harvard, parece que el punto de inflexión ocurrió alrededor de 1980, cuando los dos países más poblados del planeta, primero la China y luego la India, empezaron a abandonar las políticas autárquicas socialistas de planificación y a abrazar la economía de mercado y la globalización. Los resultados están siendo espectaculares ya que centenares de millones de personas están viendo crecer sus rentas y sus salarios hasta niveles que no hubieran podido ni soñar hace solo 20 años. Es cierto que los beneficios todavía no han llegado a la totalidad de la población y que las diferencias dentro de esos países van en aumento, pero también es cierto que las zonas y los sectores que se están quedando atrás son los que no se han liberalizado. Gracias a la China y la India, pues, parece que las desigualdades de renta entre los ciudadanos del mundo (que no entre países, porque hay muchos países pobres y con poca población) empiezan a disminuir y, con ello, uno de los pilares sobre los que se han construido el movimiento anti-globalización empieza a desmoronarse.

Otra falacia comúnmente difundida es que la globalización convierte en pobres a muchos que antes eran ricos. La presunta “demostración” de este fenómeno es que “cada vez hay más pobres en el mundo”. Aquí los datos les dan parte de razón: cada vez hay más pobres. Pero también es cierto que cada vez hay más ricos. Y la razón es que ¡cada vez hay más gente! Ahora bien, los datos demuestran que la fracción de la población que es pobre va decreciendo. En ese sentido, el progreso de la China y la India vuelve a ayudar porque ha hecho que 300 millones de personas hayan abandonado la pobreza absoluta. Y si el número de pobres en el mundo aumenta, no es porque haya cantidades ingentes de gente rica que empobrece por culpa de la globalización, como dice la versión oficial antisistema, sino simplemente porque la mayor parte de niños del planeta nacen en países del tercer mundo. Cuando esos países sean desarrollados como nosotros, nacerán menos niños y los que nazcan no serán pobres. Conseguir el desarrollo económico de esos países debe ser, pues, nuestro principal objetivo. No será fácil. Ahora bien, que quede claro que no se va a lograr sin lo que nos ha funcionado a nosotros: la economía de mercado y la globalización.

Y, quien todavía tenga dudas, que se lo pregunte al Comandante Fidel.

Back to Articles Xavier

 

Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2001.