Ni se Llama Panorámix

No sé si las Noticias del Guiñol todavía exhiben al presidente del gobierno español disfrazado de superhéroe. La comparación era, o es, interesente y supongo que su origen es esa pintoresca propensión que don José María Aznar siempre ha tenido a ponerse todas las medallas, a apuntarse todos los éxitos que suceden a su alrededor. Y claro, no es para menos, un personaje tan galardonado, tan capaz de “desfacer los entuertos” en los que se mete su tan inmaduro pueblo, se merece ser equiparado con el hombre de acero, más rápido que una bala, más potente que una locomotora, que no es ni pájaro ni avión: ¡Superman!

En lo social y en lo político, quizá don José María sea digno de tan grata alegoría. No lo sé. Pero en el terreno económico, la metáfora podría resultar menos adecuada. Y con eso no quiero decir que, siendo él presidente, la economía española no haya ido bien: desde 1996 y hasta hace poco, España ha vivido una situación de franca bonanza con tasas de crecimiento elevadas, inflación controlada, substanciales reducciones del paro y del déficit fiscal. Eso es verdad. Pero antes de distribuir medallas, debemos preguntarnos si esa bonanza fue debida a las políticas del gobierno español o a otros factores. Lo digo porque durante ese mismo periodo, los Estados Unidos experimentaron exactamente el mismo proceso de prosperidad (incluso creo que Bill Clinton dijo un día que quien venía del planeta Krypton no era Aznar sino él). Lo mismo ocurrió en la mayor parte de las economías occidentales, cuyos presidentes también desempolvaron sus braguitas rojas de superhéroe.

Y claro, si España iba bien, simplemente porque todo el mundo iba bien, quizá Aznar no tenga poderes sobrehumanos. A lo mejor es un tipo con suerte que estaba en el gobierno justo cuando la locomotora americana alcanzaba uno de los momentos más dulces de su historia. Bajo este punto de vista, quizá no deberíamos comparar a don José María con Superman sino con un personaje mucho más terrenal, más cercano a nuestra experiencia diaria, alguien como...digamos, ¡Forrest Gump!.

¡No, no me malentiendan! Lo digo con todo el cariño del mundo: Forrest es un personaje entrañable al que todo el mundo adora. Simplemente hago la comparación porque su principal característica es la suerte. Recuerden la película: un día adquiere acciones de Apple pensando que está comprando manzanas y se convierte en multimillonario. Otro día compra un viejo barco con el lisiado teniente Dan, simplemente porque se lo había prometido a su compañero Bubba Blue en Vietnam, y acaba creando un imperio de la pesca de gambas. La suerte hace que logre hacerse famoso, accidentalmente, corriendo en un campo de fútbol, jugando a ping pong, saludando a Kennedy, creando la canción “Imagine” o descubriendo involuntariamente a los culpables del caso “Watergate”. (Mi escena favorita –y no tiene nada que ver con culebón sucesorio del PP- es aquella en que decide cruzar el continente corriendo y un número creciente de seguidores corre detrás suyo, creyendo que se trata de un mesías... aunque nadie sabe exactamente qué quiere o adonde va; la gran comitiva corre y corre hasta que, de repente, sin más, Forrest se para y se va a su casa, dejando a miles de incondicionales plantados y sin líder).

Llegados a este punto, ustedes se preguntarán por qué me preocupa tanto saber si Aznar se parece más a Forrest Gump que a Superman. La explicación es muy simple: dado que la situación económica internacional ya no es tan favorable como antes, sería importante saber si el gobierno español sabe lo que hace (Superman) o simplemente ha vivido de la suerte (Forrest Gump). Y aquí hay dos factores que no me inspiran confianza. Primero, en el mes de octubre, nada más empezar la crisis, la tasa de paro española experimentó la mayor subida en ocho años y volvió a situarse por encima del millón y medio de personas. Para “tranquilizarnos”, el secretario de estado de empleo nos anunció que “ese incremento está directamente relacionado con la desaceleración económica y la crisis internacional” y que “en términos relativos, el número de desempleados sigue manteniéndose en niveles similares a los de los años 80”. Traducción: cuando la economía va bien, es gracias al gobierno y, cuando va mal, es por culpa de la desaceleración internacional...y encima no se quejen porque “en términos relativos” ¡el PSOE lo hizo peor!. Usted juzga: ¿poderes sobrenaturales o se acabó la buena estrella?

El segundo factor preocupante es esa obsesión que parece seguir teniendo el gobierno por aquello del “déficit cero”. Es de todos conocido que cuando hay una crisis, automáticamente, la recaudación fiscal baja y el gasto público sube. Si el gobierno insiste en mantener el déficit cero, deberá o bien subir los tipos impositivos o bien reducir el gasto público. No hay alternativa. El problema es que ambas estrategias tienden a empeorar la situación económica. La imposición de la estabilidad presupuestaria en época de crisis es, pues, una extravagante insensatez. Y eso lo dicen todos los macroeconomistas del mundo: keynesianos, clásicos, liberales, minesotos, socialistas y lunáticos de diversa índole. ¡Todos!

            ¿Todos? No. Un pequeño ministerio de irreductibles españoles resiste todavía a los ejércitos del sentido común tras la derrota del gran jefe Déficitcerótix en la batalla de Alesia. Dicen poseer una poción que elaboran en una marmita. Pero me da la impresión que la poción no es mágica porqué el druida que la prepara, medio Superman y medio Forrest Gump, no es mago, ni es sabio...ni se llama Panorámix.

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2001.