Gescartera: ¿Suiza, Panamá o Bahamas?
“Habló Jehová a Moisés, diciendo: cuando
una persona negare a su prójimo lo dejado en su mano o bien robare a su prójimo,
entonces, habiendo pecado y ofendido, restituirá aquello que robó o el depósito
que se le encomendó y añadirá a ello la quinta parte en el día de su expiación.
Y para expiación de su culpa traerá a Jehová un carnero sin defecto y lo dará
al sacerdote.” Levítico 6,1-7.
Eso era antes. Ahora que la ira de Jehová no intimida a los chorizos y
que la cotización de un “carnero sin defecto” es pequeña comparada con los
20.000 millones que se pueden acumular con el viejo timo de la pirámide, quizás
es necesaria la actuación de la Comisión Nacional del Mercado de Valores.
El timo de la pirámide se hizo famoso en 1920 cuando, Carlo Ponzi un
estafador italiano afincado en Boston, dijo haber encontrado la manera de ganar
dinero comprando en Europa unos cupones que se podían redimir con sellos en
Estados Unidos. La diferencia de precios debido al tipo de cambio permitía, según
él, ganar sustanciosas cantidades de dinero. Ponzi prometía a sus clientes una
tentadora rentabilidad del 50% en 45 días. En realidad, nunca compró ni
cupones ni sellos. Se limitaba a pagar a la primera ronda de inversores con el
dinero de la segunda ronda de inversores. Es decir, una pirámide financiera.
Pero al ver que, efectivamente, Ponzi daba un rendimiento del 50%, los clientes
volvían a confiarle sus ahorros. El fiscal del distrito destapó el caso al ver
que, a pesar de que el negoció subía como la espuma, la compraventa de sellos
no había aumentado. ¡Craso error don Carlo! El fraude acabó arruinando a unos
10.000 clientes de la alta sociedad de Nueva Inglaterra.
La historia se repite, 81 años después, en España con el caso
Gescartera. El estafador se llama Antonio Rafael Camacho quien decía haber
encontrado sistemas de inversión ultra-provechosos en Estados Unidos. Prometió
a sus clientes una rentabilidad fabulosa y garantizada, una tentadora oferta
para los codiciosos. Unos 2.300 clientes compraron esos “depósitos
estructurados de renta fija”, un burdo producto financiero inexistente que,
curiosamente, no llamó la atención de la CNMV.
¿Qué hacía Gescartera, en realidad, con el dinero? Pues, lo mismo que
Ponzi: una parte era para pagar a los clientes que querían recuperar su dinero
–evitando así las sospechas- y el resto iba al bolsillo del timador. Una pirámide
en toda regla, que se derrumbó el pasado mes de junio, cuando la CNMV exigió que se documentara el paradero del dinero. Como no existían inversiones, ¡craso
error don Antonio!, se falsificaron dos certificados de depósito de La Caixa y
del Santander que fueron debidamente rechazados. Y Camacho se fue directamente a
la cárcel sin pasar por la casilla de salida y sin cobrar las 20.000 pesetas...pero
el dinero ya había desaparecido.
Lo más extraño del caso es que pasaron los días y fueron pocos los
afectados que denunciaron el timo, seguramente porque parte de su propio dinero
era ilegal. Poco a poco, se fue descubriendo la cartera de clientes y resultó
ser de lo más peculiar: huérfanos de la guardia civil, armada española,
subsecretarios de estado, jugadores del Real Madrid, toreros, arzobispos, policías
nacionales, la ONCE y el ministerio de defensa. Toda una pintoresca muestra de
la sociedad española de la pandereta y el botijo en busca del dinero fácil.
Para añadir al folklore, resulta que uno de los captadores de clientes era el
cantante Jaime Morey, que quedó décimo en el festival de Eurovisión de 1972
con la canción “Amanece” -música de Augusto Algueró-, cuyo primer párrafo
resulta premonitorio: “parece que el cielo se nubló para nosotros”. Me temo
que si, don Jaime, parece que el cielo se nubló para ustedes.
Además de evocar el colorido de la España tradicional, el caso
Gescartera nos recuerda dos lecciones económicas importantes. La primera es que
si una inversión obtiene una rentabilidad extraordinariamente elevada es porque
tiene un riesgo extraordinariamente elevado. Y riesgo quiere decir que el
cliente puede ganar mucho... pero también puede perder mucho dinero. Toda
rentabilidad por encima de lo “normal” es una recompensa para quien asume un
riesgo (en este sentido, los recientes descalabros de la bolsa han servido para que muchos de los
que se creían infalibles inversores aprendieran esta lección que se ignora tan
a menudo). Y cuando se prometen retribuciones excesivamente altas y seguras -es
decir, sin riesgo-, es que hay gato encerrado.
La segunda lección es que, para que la economía funcione bien, es
necesario que la sociedad pueda confiar en su gobierno cuando éste se
compromete a supervisar los mercados. Y si no se ve capaz de hacerlo bien, mejor
que no lo haga. Pero si el gobierno quiere jugar a ser supervisor, deberá
restablecer la confianza en la CNMV, y para ello habrá que investigar hasta el
final y castigar a todos los que hayan infringido las leyes, sean del PSOE o del
PP, trabajen en el ministerio o en la propia CNMV, lleven sotana, tricornio o
palo de ciego.
Por cierto, de lo que dice la Biblia de “restituir aquello que robó por entero a aquel a quien pertenece”, nada de nada. Hace muchos días que el dinero descansa, tranquilo, en un paraíso fiscal al cual viajará Camacho una vez haya cumplido una irrisoria condena. La canción “Amanece” de Jaime Morey vuelve a resultar sugestiva: “Yo sé de un lugar, a través del mar, donde el día brilla más cuando amanece”. Descartada Suiza por falta de mar, la pregunta es: ¿se refería a Panamá o a Bahamas? Se aceptan apuestas.
Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra
© Xavier Sala-i-Martín, 2001.