¡Que se Vashan Todos!

Berta Vidal de Battini describía a uno de los genios mitológicos guaranís, el “Cuarahú-Yara” o “Dueño del Sol”, como “un ser bajo, poderoso y retacón, capaz de causar grandes perjuicios, pero gran amigo de los campesinos del norte de Argentina que le ofrecían tabaco y alimento a cambio de favores y protección”.

Sin llegar a ser la antigua Grecia, Argentina es un país rico en mitos donde las fábulas se crean continuamente. Una de las más recientes es la que dice que la actual crisis económica ha sido causada por el “consenso de Washington”: “Argentina era el estudiante más aplicado del FMI y siguió al pie de la letra todas sus fórmulas neoliberales y por esto llegó el desastre”, reza el nuevo mito. A pesar de su atractivo populista, esta convicción es una cómica ficción porque, si hay un ejemplo de país que ha sido víctima de su propio gobierno, éste es el país de los gauchos.

De hecho, si Argentina es un buen estudiante de alguien, lo es de la Madre Patria, la España tradicional donde la gente no se hacía rica a través de la competencia y la creación de buenos productos (el botijo, la pandereta y la siesta son grandes inventos españoles de la época... aunque difíciles de patentar), sino a base de arrimarse al poder político para conseguir algún favor del gobierno en forma de monopolio o permiso para saquear al personal. Esa gran tradición española llegó a América de mano de los virreyes, esos seres políticamente privilegiados con licencia para robar. De hecho, uno se pregunta si la descripción de Berta Vidal es la de un mítico genio guaraní o la de un virrey español.

El principal problema argentino es que su clase política aprendió tan bien la lección que todavía hoy uno debe pasar por el gobierno si se quiere hacer rico de verdad. Sabiéndolo, los contribuyentes se niegan a pagar impuestos y, claro, entre el dinero que se evade y el que se embolsan los políticos, el sector público sufre déficits fiscales de difícil sustentación. En los años ochenta, esos déficits se financiaron imprimiendo pesos, cosa que dio lugar a terribles hiperinflaciones. En 1991, el super-ministro Domingo Cavallo le quitó la máquina de imprimir dinero al gobierno, ligó el peso al dólar y saneó y liberalizó el sistema financiero. Siguieron unos años de prosperidad, durante los cuales se vendieron empresas públicas argentinas a Iberia, Telefónica, BSCH y BBVA entre otras. El FMI nunca recomendó que el dinero recaudado desapareciera en los profundos bolsillos de cacos políticos sin escrúpulos, sino que pidió que fuera ahorrado para cuando viniera una crisis de confianza. También recomendó que se abriera la economía al comercio exterior para generar dólares que serían necesarios en tiempos de vacas flacas. No se hizo: en el año 2000, la suma de exportaciones e importaciones no llegaban al 20% del PIB, un número ridículo para quien se precie de ser el “alumno más aplicado del FMI”.

En1998, la crisis empezó a sacar sus feas orejas. La causa fue, en parte, la mala suerte: primero el impago de la deuda rusa causó la desconfianza de los inversores internacionales en los países emergentes. Luego, la subida del dólar y la devaluación del real brasileño encarecieron los productos argentinos y abarataron los de la competencia. Finalmente, la crisis de las vacas locas perjudicó a todos los países productores de carne, entre los que destacaba argentina.

Las autoridades resucitaron a don Domingo Cavallo. Y ahí es donde empezaron los problemas de verdad, porque el que apareció en escena no era el Cavallo liberal de los viejos tiempos sino un egomaníaco con ambiciones presidenciales que no hizo más que recortar la libertad. Empezó por forzar el despido del Presidente del Banco Central, Pedro Pou, acusándole falsamente de delitos financieros. En su lugar nombró a un tal Roque Maccarone que se dedicó a desmantelar las normas de supervisión bancaria que debían asegurar una respuesta adecuada a una crisis de confianza. También eliminó el límite que tenían los bancos de comprar deuda del gobierno. Todo esto acabó por destruir el sistema financiero. No contento con ello, Cavallo introdujo barreras comerciales recaudatorias que reducían aún más la apertura exterior. Y, ¿cómo no?, impuso el famoso “corralito financiero” que impedía a los ciudadanos de a pie sacar el dinero que tenían en el banco. Ni que decir tiene que todas estas medidas “anti-mercado” (que, por supuesto, no contaban con la aprobación del FMI), no hicieron más que desatar el pánico y la desesperación. Lo que hubiera sido una crisis normal pasó a ser una catástrofe económica sin precedentes. Catástrofe a todas luces causada por el estado, digan lo que digan los mitos de nueva creación.

A pesar de que la tragedia lleva ya tiempo fraguándose, el colmo de la desvergüenza no se ha visto hasta hace un par de semanas, cuando el gobierno de Eduardo Duhalde se ha dedicado a difundir imágenes de niños de Tucumán hambrientos con el objetivo de hacer que la opinión pública mundial le ayude a conseguir nuevos créditos internacionales. La utilización de niños moribundos por parte de los líderes argentinos para conseguir todavía más dinero representa, ya, la cima de la inmoralidad.

¿Cómo se endereza este desastre político? Un camarero travesti de Rosario, usando esa “sh” que los argentinos utilizan para pronunciar la “y”, soñaba con un mundo ideal sin políticos cuando, con esa gracia e inocencia que caracteriza a los camareros travestis de Rosario, me decía: “¡que se vashan todos¡”

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2002.