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| XAVIER SALA I MARTÍN, Fundació Catalunya Oberta, Columbia
University y UPF www.columbia.edu/%7exs23 A VECES, LAS PERSONAS actúan
de forma innoble intentando satisfacer sus obsesiones políticas y yendo en
contra de sus principios La presidencia de
la escalera
LA VANGUARDIA - 04.55 horas -
17/03/2002
XAVIER SALA I MARTÍN
No hace mucho, invité a unos amigos a cenar a mi casa. Eran unos
antiguos colegas de la universidad, profesores de ciencias sociales, que
me habían ayudado mucho cuando yo empezaba mi carrera académica. Llegaron
en un BMW de color azul. Estábamos comiendo tranquilamente cuando oímos un
griterío que provenía del exterior. Eran mis vecinos. Y es que vivo en una
escalera donde habitan muchos miembros de una ruidosa ONG llamada "No a
los BMW". Miré por la ventana y ahí estaban, manifestándose. Gritaban
eslóganes contra mis amigos y lanzaban piedras a mi ventana. Portaban una
pancarta que decía: "Por la ciencia social, contra la ciencia del
capital". La verdad es que no entendí muy bien qué era eso de la ciencia
del capital, pero lo más grotesco era que demandaran ciencias sociales a
mis colegas cuando éstos han dedicado su vida, precisamente, a esa
materia.
Lógicamente, mi reacción ante estos desagradables sucesos
fue la de abrir la puerta, salir a la calle y... ¡unirme a la
manifestación! Grité lemas anti-BMW y protesté por la presencia de mis
amigos en mi casa. Mis vecinos me aplaudían y me daban palmaditas en la
espalda. Yo sonreía satisfecho.
Mis convidados, lo reconozco, se
quedaron atónitos: su mirada parecía la de las vacas cuando ven pasar un
tren. Mi hija de 11 años bajó corriendo y me recriminó que dejara a media
cena a unas personas a las que yo mismo había invitado y me reprochó que
me manifestara contra ellos. Yo le contesté: "¡No entiendes nada! No ves
que si no me manifiesto, ¡los vecinos nunca me van a votar en las
elecciones a presidente de la escalera!". A lo que ella me contestó:
"Pero, ¿y lo mucho que te ayudaron cuando eras pequeño?, ¿dónde están tu
lealtad, tu integridad y tus principios?". "¡La escalera!", grité yo
irritado, "¡¿No ves que lo más importante es la presidencia de la
escalera?!".
Está bien. Lo confieso. La historia que acabo de
contar es inventada. Pero la he explicado porque demuestra que, a veces,
las personas actúan de forma innoble intentando satisfacer sus obsesiones
políticas. En este caso, la obsesión por la "presidencia de la escalera".
De hecho, esta misma semana se ha producido un episodio de lo más
pintoresco que confirma lo que digo. Un conocido político acaba de
realizar un giro copernicano en su relación con Europa y ha actuado en
contra de sus principios tradicionales con el simple objetivo de conseguir
un puñado de votos en las próximas elecciones. Me refiero, naturalmente,
al presidente norteamericano George W. Bush: después de presentarse como
el campeón de la economía de mercado y del libre comercio mundial, Bush ha
anunciado que impondrá un aumento de aranceles de hasta el 30% para
proteger a los productores de acero de su país. Una flagrante violación de
la doctrina liberal que siempre ha predicado.
Sí. Es cierto que la
decisión de Bush ha sido una respuesta a las inversiones públicas que los
gobiernos europeos han hecho para reducir los costes de sus acereras,
hecho que ha sido interpretado en Washington como competencia desleal.
Pero incluso en este caso, la imposición de aranceles es una mala idea, y
lo es por muchas razones. Primera, porque al reducir la competencia
internacional, los aranceles van a comportar aumentos del precio del acero
y eso va a perjudicar a los consumidores que acabarán pagando más por sus
coches, lavadoras y casas. Segunda, porque la nueva economía de la
información y los servicios no utiliza tantos "materiales" como la
economía industrial de hace un par de décadas. El del acero es, pues, un
sector en declive y ni los aranceles ni el proteccionismo hará nada para
cambiar esa tendencia. Tercera, porque los bajos beneficios del sector en
Estados Unidos se deben en parte a los elevados salarios y pensiones que
se prometieron hace años, cuando la industria estaba en auge. Estos
importantes "costes heredados" impiden que las empresas norteamericanas
sean competitivas. El problema es que si el Gobierno decide intervenir
para solucionar el problema (y muchos dirían que no debería), la mejor
manera de hacerlo no es introducir aranceles sino hacerse cargo de los
costes heredados (es decir, que sea el Gobierno, y no la empresa, la que
pague las pensiones de los trabajadores del acero).
Y, finalmente,
es una mala idea porque viola los acuerdos internacionales firmados en el
marco de la Organización Mundial del Comercio e incentiva a los demás
países a proteger también sus mercados. Lo he dicho muchas veces en estas
páginas y lo vuelvo a repetir: el mercado y el libre comercio
internacional son la única vía para que los países subdesarrollados salgan
del pozo. En este sentido, la decisión de Estados Unidos podría
desencadenar una nueva ola de proteccionismo en todo el mundo y eso
representaría un paso atrás de gigante que sería especialmente perjudicial
para los ciudadanos más pobres del planeta.
Lo peor de todo es que
el presidente Bush sabe perfectamente que la introducción de aranceles es
nociva. Por eso criticó el proteccionismo comercial y la intervención del
estado en la economía durante la campaña electoral. Siendo así, ¿cómo ha
podido tomar una decisión tan equivocada y que va tan en contra de sus
propios principios y de sus promesas electorales? Pues muy sencillo. Por
una parte, porque el lobby del acero tiene mucho poder en los siniestros
pasillos de Washington. Y por otra, porque para Bush, igual que para
tantos otros políticos con pocos escrúpulos, lo importante no es la
integridad sino la "presidencia de la escalera".
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