Un Coche Para Volar

Cuando éramos pequeñitos, mis hermanos y yo solíamos pedir a mi padre que cambiara de coche. Él, hombre sabio, prudente y con sentido común, nos decía: “si el cotxe encara funciona, no cal canviar-lo” (si el coche todavía funciona, no hay que cambiarlo). Y cuando al fin se lo cambiaba, aparecía con otro Renault.

A pesar de que, en aquel momento, yo no entendía su lógica, el tiempo ha hecho que de la conducta de mi padre aprendiera no una sino tres lecciones importantes. Primera, cambiarse de coche “porqué sí” no tiene mucho sentido. ¿Qué ciudadanos (o “ciutadans”, que diríamos en Catalunya) quieren el cambio por el cambio? No sé, pero los “catalans assenyats” como mi progenitor, ciertamente no.

Segunda, mi padre utilizaba la palabra “todavía”, ese adverbio que denota continuidad y, a la vez, reconoce el inexorable paso del tiempo. Él sabía que llegaría el día en el que el coche no sería tan útil como solía. La implicación lógica es que entonces uno debe cambiar lo antiguo por lo nuevo. Un cambio, digamos, generacional.

La tercera lección es que, cuando finalmente cambiaba de coche, se compraba uno… ¡de la misma marca! “Naturalmente”, decía el viejo profesor, “si el que hemos tenido hasta ahora ha funcionado, lo normal es que sigamos confiando y adquiramos una versión moderna de la misma denominación”. Sabiduría pura.

Hace 23 años, los catalanes, ilusionados, nos compramos un vehículo nuevo. Era un Dos Caballos aunque parecía un 4x4: subía al Canigó, se paseaba por toda Catalunya cada fin de semana y viajaba por Europa y el mundo. Ha sido un buen coche. Un gran coche. Fieles a nuestro sentido común, no lo hemos cambiado “porque todavía funcionaba”. Pero el tiempo pasa y ha llegado el momento de comprar uno de nuevo. La pregunta es: ¿cual?

Al escoger, debemos tener en cuenta un par de cosas. Primero, el barrio no es lo que era hace 23 años. A finales de los setenta, nuestros vecinos nos dijeron que querían un proyecto común, en el que nuestro hecho diferencial sería respetado. Nos los creímos. Pero luego vino el del “¡que se siente coño!” y todo se transformó. Por un lado, los vecinos que parecían más dispuestos a defender nuestra diferencialidad, propusieron aquello de “por el cambio”. Y cambiaron. ¡Y tanto que cambiaron! Empezaron por retractarse de todas sus promesas. Luego se vendieron el coche y se compraron un carrusel donde había “gente guapa”, “movidas madrileñas”, GALerías de tiro al blanco y donde los espabilados se enriquecían de la noche a la mañana gracias a los pelotazos y a la corrupción. Incluso organizaban juergas donde se servía café para todos y donde la taza más pequeña siempre era para nosotros. Sus absurdos caballitos daban vueltas y más vueltas y no nos llevaban a ninguna parte. Eso sí, nos cobraban el 10% de nuestra renta como si nos condujeran al paraíso.

Por otro lado, los vecinos del paddle también cambiaron de coche. Éstos se compraron… ¡unos autos de choque! Y desde entonces no han hecho nada más que colisionar con todo el mundo. Los que más han recibido son los amigos pelotaris, pero a nosotros también nos han dado: nos robaron las matrículas, nos hicieron quitar las CATs, no nos dejan ir a competir con la selección de coches de nuestro barrio, nos prohíben hacer opas sobre otros vehículos, nos prometen trenes que no llegan, se llevan el agua. Es más, al igual que los “compañeros del cambio”, nos siguen cobrando el 10% de la renta y nos siguen dando la taza de café más pequeña.

El segundo aspecto a tener en cuenta a la hora de comprar automóvil es que la tecnología ha evolucionado. Muchas de las cosas que queremos hoy, no se existían hace 23 años: frenos ABS, luces antiniebla, climatizador, elevalunas eléctrico y… ¡airbag! ¡No olvidemos el airbag! Necesitamos uno para protegernos de las locuras y arbitrariedades de nuestros vecinos, especialmente los de los autochoques. El mejor airbag del mercado es de la marca “Estatut”. Con él, nuestra economía, nuestras finanzas, nuestra lengua, nuestras pensiones, nuestras escuelas, nuestros aeropuertos, nuestras autopistas y nuestra autonomía no dependerán de si los vecinos del cuarto (los de Segovia) le dan la mayoría absoluta a uno u otro en las elecciones a la presidencia de la escalera. Muy importante.

Dicho esto, se nos ofrecen dos opciones con posibilidades reales. La primera es un SEAT 1500 de los años setenta. En su día, un bonito y carismático coche “de diseño”. No hay duda que comprarlo sería otro “cambio”, pero un cambio hacia el pasado. Porque en el año 2003, el SEAT 1500 es un coche anticuado, sin recursos, cansado e incapaz. Una pieza de museo sin entusiasmo ni energía.

La otra opción es un vehículo nuevo de verdad, moderno, tecnológicamente avanzado. Un todoterreno, trabajador infatigable, de probada eficacia y absolutamente preparado. Y lo más importante, no depende de los vecinos que tanto nos perjudicaron cuando ellos repartían el café.

Ante estas opciones, ¿con cual me quedaría? Yo, la verdad, no quiero antiguallas del pasado sino modernidad para el futuro. No quiero carisma sino eficacia. No quiero un coche que dependa de otros, sino uno que nos saque de ese vecindario que nos incomoda y nos hunde. No quiero “diseny” sino “seny”. No quiero reliquias fatigadas y sin ganas. Al contrario, quiero ambición. Quiero un coche que me permita soñar con un mundo sin las fronteras que actualmente coartan nuestra libertad. Sí. Eso mismo. Quiero un coche sin límites. Un coche sin dependencias. Un coche sin fronteras. Un coche para volar.

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2003.