Cuestiones de Fe

Bueno. Ya se han acabado las vacaciones de un verano que, sin duda, será recordado por la ola de calor que ha azotado Europa durante tres meses consecutivos. Para los creyentes del cambio climático, esas altas temperaturas no han hecho más que confirmar lo que ya se “sabía”: el calentamiento global del planeta es un hecho que demuestra que la globalización neoliberal (salvaje, no se olviden de lo de salvaje) está llevando al planeta por el camino del infierno, literalmente. Así nos lo han hecho saber a través de periódicos, radio y televisión. De hecho, yo mismo he recibido docenas de cartas de desconocidos con ataques más o menos personales por mi devastadora contribución al calentamiento del planeta a través de mi defensa de la economía liberal de mercado. Incluso muchos de los mensajes me criticaban porque, a raíz de las altas temperaturas durante la semana del 15 de agosto, los norteamericanos encendieron el aire acondicionado y provocaron un enorme apagón de 24 horas de duración. Y es que los antiliberales, como los caracoles cuando llueve, no fallan nunca: cada vez que creen ver algo que “demuestra” que el liberalismo no funciona, salen de sus escondites y nos evangelizan con aquello de que otro mundo es posible.

El problema es que tienen tanta prisa por sacar pecho que se olvidan de algunos hechos importantes. Por ejemplo, se olvidan de que la teoría del calentamiento global hace referencia a eso: calentamiento global. No se refiere a las altas temperaturas que hay en nuestro jardín cuando hacemos una barbacoa, sino a las temperaturas de todo el planeta. Y nuestro egocentrismo europeo a veces nos impide recordar que hay mucho mundo más allá de nuestras fronteras. Si miramos lo que ha pasado en ese mundo nos daremos cuenta que, si exceptuamos la semana del apagón, Norteamérica ha tenido un verano inusualmente frío. También veremos que, durante el mismo mes de Agosto que nos ha freído a nosotros, las temperaturas del hemisferio sur han sido 0,108 grados por debajo de lo normal.

La revista Newport this Week publicaba un interesante artículo sobre Susan Adie y Brad Stahl, un matrimonio de exploradores que gustan de caminar por el Polo Norte. Resulta que este verano intentaron dos veces cruzar el Ártico a bordo del rompehielos ruso Yamal y ambos intentos acabaron en fracaso: unas placas de hielo de hasta cinco metros se acumulaban en la zona que hay entre Svalbard y Franz Joseph Land e impidieron el avance del rompehielos ruso hacia el Polo. El capitán del Yamal dice que, en 35 años de navegación por el océano Ártico, nunca había visto nada igual.

Y aquí es cuando los devotos del cambio climático no entienden nada: ¿no habíamos quedado que los casquetes polares se estaban derritiendo debido al calentamiento global? Si es así, ¿cómo puede ser que el hielo haya reaparecido justamente durante el verano más caluroso de la historia? La respuesta es bien simple: ¡lo que ha pasado este verano no tiene nada que ver con el calentamiento de la tierra! Sí. Es verdad que ha hecho calor en Europa. Pero para demostrar que la teoría del cambio climático es cierta, hay que establecer que las temperaturas globales (repito, globales) tienen una tendencia creciente a largo plazo (repito, largo plazo). Y ni las temperaturas europeas son las globales, ni el calor de un verano tiene nada que ver con la tendencia a largo plazo. Una flor no hace verano... y un verano no demuestra una teoría.

Llámenme extravagante pero, para mí, lo más destacado de la reciente ola de calor han sido sus mortíferas consecuencias. Muy en particular, las consecuencias sufridas en el país paradigmático del Estado del Bienestar europeo: Francia. Todos ustedes saben que los franceses son un modelo que todos deberíamos seguir. Mientras en los Estados Unidos los pobres se mueren en las puertas del hospital porque no tienen dinero para pagar al médico (entre paréntesis, llevo veinte años viviendo en Norteamérica y nunca he visto nada de eso), en Francia el estado y su sistema de salud pública “protege” a los ciudadanos desde que nacen hasta que mueren. Mejor dicho, los protege... hasta que hace un poco de calor. Y es que resulta que 15.000 franceses han muerto este verano como consecuencia de las altas temperaturas y ante la pasividad de su estado benefactor. Sí, sí. Lo han leído bien. 15.000 ciudadanos, la cifra más alta desde el final de la segunda guerra mundial, han fallecido en Francia por culpa del calor. Mejor dicho, por culpa del calor... y de que en los hospitales (públicos) no había suficientes camas, de que los asistentes sociales (públicos) no se preocuparon de que los ancianos tuvieran sus casas refrigeradas, de que la mayoría de médicos estaban de vacaciones, de que el gobierno no hizo nada para que volvieran a su trabajo a pesar de la situación de emergencia, y de que los médicos que sí estaban, no trabajaban suficientes horas por aquello de las 35 horas semanales. Es decir, por culpa de que el gobierno fue incapaz de reaccionar y fracasara a la hora auxiliar a todos aquellos a los que les había prometido su magnánima protección.

A ver si lo entiendo: las altas temperaturas provocan 15.000 muertos en Francia y la lección principal es que el neoliberalismo es “salvaje” porque ha habido un apagón en Estados Unidos y porque ha quedado demostrado que existe calentamiento global. Y es que para los intelectuales antiliberales, la confianza ciega en la capacidad del estado y en el dogma del cambio climático ya se han convertido en cuestiones de fe.

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Xavier Sala-i-Martín és Catedràtic de Columbia University i Professor Visitant de la Universitat Pompeu Fabra

© Xavier Sala-i-Martín, 2003.